capítulo único: el despertar del cazador y el peso del amor

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Corre. Si te detienes, estás muerto. Si te detienes, él también está muerto. Tienes que seguir corriendo. Tienes que vivir. Tienes que salvarlo.

No puedo pensar en otra cosa mientras huyo, con el amor de mi vida a cuestas a través del bosque, con esas malditas cosas siguiéndonos el rastro. Sé que no tardarán mucho en alcanzarnos y que no hay ni una nube en el cielo, pero también sé que si llegamos al río, entonces podemos lograrlo.

Mi respiración se vuelve más pesada a cada paso y puedo sentir el sudor y la sangre cubriendo mi cuerpo. Lo único que me mantiene corriendo es el peso sobre mi espalda, el aliento cálido sobre mi cuello.

Tengo que salvarlo. Porque si Eiji muere, yo muero. Porque si lo pierdo, ya no queda nada para mí aquí, en este mundo maldito, desolado, de bestias, donde desde hace mucho ya no hay lugar para nosotros.

Así que sigo corriendo.

—Ash.

No respondo, sé lo que viene. Y no hay manera en el infierno de que haga lo que sé que está a punto de decir.

Pero Eiji no se detiene.

—Tienes que dejarme. Por favor, sabes que no podemos lograrlo juntos— tose, y siento como su sangre salpica mi cuello y parte de mi mejilla. Es cálida y mi mandíbula se aprieta mientras aferro mi agarre y corro más rápido—. Por favor, Ash. Por favor, necesito que vivas...

No respondo, porque si hablo, me voy a romper. Y si me rompo, no podré salvarlo, así que sigo corriendo con todas mis fuerzas, mientras ellos se acercan cada vez más. Y finalmente, a unos cuantos metros, veo el brillo plateado del río, iluminado por los rayos de luna.

Ya casi, Eiji. Ya casi, mi amor. Resiste un poco más.

Entonces, sucede. El primero de ellos nos alcanza.

Siento el impacto del duro suelo antes de poder hacer otra cosa que no sea gritar. Me giro y pongo mi cuerpo delante de Eiji para protegerlo. Está respirando con dificultad y el sangrado no se detiene.

Pero sigue vivo. Y eso es todo lo que necesito.

Tengo el arma en la mano antes de que siquiera yo mismo pueda registrarlo. No lo veo. El muy maldito nos está acechando. Se está divirtiendo. Necesito matarlo antes de que lleguen los otros o no tendremos oportunidad.

Es ahí cuando lo veo, sale de los árboles justo delante de mí y no puedo sentir otra cosa que no sea odio. Un odio inmenso que quema cada parte de mí y amenaza con desbordarme. Lo veo directo a los ojos, a esos ojos crueles y llenos de oscuridad. Para ellos, somos un juego. Somos la presa y lo hemos sido durante cientos de años hasta hoy.

Pero yo no soy presa de nadie. Y mientras tenga a alguien a quien proteger, mientras Eiji esté a mi lado, el cazador soy yo.

Apunto y disparo directo a su pecho a toda velocidad. Noto en sus ojos que se sorprende, no esperaba que fuera tan rápido, pero incluso así puedo ver que fallé, que se movió una décima de segundo antes de que alcanzara su punto vital. Mas eso no me detiene y antes de que se recupere, me lanzo hacia él, gritando con todas mis fuerzas mientras me arrojo y lo derribo. Tengo el cuchillo en la mano. No tuve tiempo de tomar el agua, pero tengo que hacer algo, así que hundo el cuchillo en su pecho y desgarro la carne una y otra vez, lleno de rabia y desesperación. Pero no funciona y lo siguiente que sé es que no puedo respirar. Sus garras rodean mi cuello con fuerza y me levanta sobre su cabeza. Las heridas sobre su pecho ya están sanando y sonríe con crueldad. Me resisto, golpeo y pateo con todas mis fuerzas, pero es inútil.

Mientras todo se torna negro y rojo y siento que la vida me abandona, lo único que puedo pensar es que no pude salvar a Eiji.

Y luego, estoy en el suelo. Y respiro. Toso, tratando de que el aire llegue a mis pulmones y unos segundos después, lo primero que veo es a la cosa retorciéndose, chillando. Y quemándose.

Eiji está justo a un lado, con la botella vacía aún en sus manos. Me salvó la vida, poniendo en riesgo la suya. Me arrastro hacia él y mis ojos chocan con los suyos. Tomo su rostro entre mis manos y veo el alivio, veo su amor. Y estoy seguro que él ve lo mismo en mí.

Pero justo ahora, no tenemos tiempo. Así que lo cargo.

Y corro.

*****

Horas después, siento el sol salir. Y finalmente sé que lo logramos.

Eiji duerme frente a mis ojos, en nuestro refugio. Su respiración es suave y la fiebre se ha ido. Fui capaz de llegar a tiempo y detener el sangrado hace horas, pero sigue inconsciente. Su mano se siente cálida entre las mías y sé que pase lo que pase, jamás la dejaré ir. Porque lo amo y porque es todo lo que tengo. Porque daría lo que fuera por él, inclusive mi propia vida. Porque si Eiji se va, yo me voy también. Y porque gracias a él puedo pelear, puedo sobrevivir en este mundo que dejó de ser nuestro hace mucho tiempo y donde hasta el respirar es una batalla sin final.

Por fin, siento un ligero apretón en mi mano. Mi mirada busca su rostro y cuando lo encuentro, Eiji sonríe débilmente. Es entonces, solo entonces, cuando me permito llorar.

Realmente está vivo, está bien. Ambos estamos vivos.

No dice nada, y mientras las lágrimas recorren mis mejillas y mis sollozos llenan el lugar, Eiji se limita a estirar sus brazos por detrás de mi cabeza para atraerme a un abrazo y ahí en la calidez de su cuello, sigo llorando.

Justo ahora, estamos a salvo. Pudimos hacerlo, un día más. Por Eiji, puedo hacerlo muchos días más.

Y es así, como vivimos. Y es así, como algún día seremos libres.

Hoy peleamos, mañana vivimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora