Armado con tan solo un machete, el corpulento hombre se abría paso entre el extenso terreno selvático. Era cerca de medio día y el sol ardía desde su punto más alto a su máximo poder provocando un calor casi asfixiante sobre aquellas tierras tropicales. El hombre continúo avanzando, sin verse afectado por el infernal clima. Cerca detrás, un grupo seguía sus pasos cargando entre si algo no claramente identificado. ¿Un cuerpo? Quizá algún herido, víctima de los peligros que aguardaba aquella misteriosa selva. Los hombres apresuraron su paso, casi con desesperación al notar cerca su destino.
- ¡Patrón!- grito el hombre mientras se adentraba a la enorme hacienda sin detenerse a llamar a la puerta.- ¡Patrón!- grito una vez más antes de llegar a su amo.
- ¿Qué demonios te pasa, Cumache? ¿Por qué son esos gritos?
Una voz autoritaria y profunda resonó por el amplio despacho tenuemente iluminado. Las ventanas estaban cerradas, negándole así la entrada a la luz del día y en el ambiente emanaba un ligero aroma a cigarro y alcohol. Cumache miro a su patrón quien desde el asiento detrás de su escritorio lo observaba con el ceño fruncido. Ese hombre era capaz de intimidar tan solo con la mirada y la expresión severa que marcaba su rostro evidenciaba la poca paciencia que poseía.
-Patrón...- murmuro Cumache, luchando por recuperar su respiración.- A la orilla del rio... Encontramos una mujer...- informo con voz entrecortada.
El hombre abandono su asiento, poniéndose de pie de inmediato ante la noticia. Una mueca de dolor se reflejo en su rostro y la mano que llevo a su espalda dio a saber la causa. Suspiro un par de veces antes de lograr dar unos pasos hacia Cumache, su fiel capataz.
-¿Es Mariana?- pregunto expectante y con evidente desesperación en su voz.- ¡Contéstame!- exigió, tomando al hombre por las solapas de su camisa bruscamente.- ¡¿Es Mariana?!
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*** A kilómetros de distancia ***
Tendido a media cama, completamente vestido, el hombre se incorporó lentamente tras despertar con un fuerte dolor de cabeza. Se sentó al borde de la cama y llevo sus manos a su rostro intentando librarse de la terrible resaca que lo asediaba. Tal vez un buen baño lo haría sentirse mejor. Con esa idea en mente se puso de pie, tambaleándose aun levemente tras la borrachera de la noche anterior. Entro al cuarto de baño y se miró al espejo. Su camisa desfajada estaba completamente arrugada y sus pantalones sin abrochar. El atractivo hombre frunció el ceño he intento recordar lo que había hecho horas atrás. Su esfuerzo fue en vano, la cabeza le dolía demasiado y tenía sed. Se arreglo un poco sus ropas y abrocho el pantalón antes de salir de su habitación rumbo a la cocina, pero no sin antes pasar por el cuarto de ella. Su esposa, su mujer. Resoplo con fastidio ante el hecho de que, a petición de ella, habían acordado dormir en habitaciones separadas.
-¿Cristina?- llamo con su potente voz, entrando cautelosamente a la habitación y sin recibir respuesta.
Ver la cama destendida lo hizo recordar vagamente lo que, en ese lugar, había sucedido la noche anterior. ¿Había pasado la noche con ella?
-No...- se respondió a si mismo.- Tuvo que haber sido un sueño... ¿O fue verdad?- se preguntó una vez más, sin lograr recordar con exactitud lo que había hecho antes de haber caído rendido en un profundo sueño a altas horas de la madrugada.
Salió de aquella habitación y a grandes zancadas llego a la planta baja, en busca de Cristina. En busca de su esposa, y de respuestas. Si lo que imaginaba resultaba ser verdad, estaba seguro de que ella jamás le perdonaría que la hubiese dañado de aquella manera. Enfadado por no encontrarla, pero más aún consigo mismo por no lograr recordar nada, tomo asiento en la sala. Paso sus manos por su sedoso cabello. Después acaricio su bigote mientras pensaba.
-Llamo usted, Patrón...- dijo la mujer de mediana edad, empleada de aquella gran hacienda.
-¿Vicenta, en donde esta Cristina?- pregunto el hombre, notando la actitud evasiva de la mujer ante su pregunta.- La he buscado por toda la casa y no la encuentro... ¿En donde esta?- volvió a insistir.- Necesito hablar con ella...
-Lamento informarte que eso no va a ser posible...- intervino otra mujer.
Era elegante. Su cabello era rubio, y aunque ya era una mujer entrada en años seguía luciendo verdaderamente bella. Al igual que su hija. Cristina. El hombre se puso de pie ante el comentario de su suegra. Ella lo miraba con desdén y nunca, antes él había sido tan consciente de ello.
-¿Qué está diciendo?- pregunto el hombre, su mandíbula tensa ante la lucha por contener su ira.
-Mi hija y mi nieta se fueron, Federico...- informo la mujer, disfrutando de darle aquella noticia al hombre que tenía en frente.- Se fueron con Diego... Lejos de aquí... Lejos de ti, y nunca más volverás a verlos... Nunca más volverás a ver a Cristina...