-Así que su esposa está desaparecida...
Federico asintió, encendiendo un cigarrillo mientras observaba al comandante Muñoz tomar nota en la libreta que tenía a mano. Supo que le haría más preguntas y estaba preparado para responderlas. La conversación con Doña Consuelo la noche anterior lo había convencido de que estaba haciendo lo correcto. Aun en su ausencia, Federico estaba dispuesto a demostrar su amor por Cristina y en aquel momento eso significaba hacer hasta lo imposible por encontrarla.
-¿Cuándo fue la ultima vez que la miro?- pregunto el Comandante.
-Hace aproximadamente cinco semanas...- respondió Federico.
-¿Por qué hasta ahora lo reporta?
-Estaba convencido de que ella volvería...- dijo él con tranquilidad.- Aquí esta su madre... Su hija, su vida entera...
-Usted...- agrego el Comandante a lo que Federico rio levemente con lamento.
-No voy a insultar su inteligencia, Comandante...- aclaro.- Soy consciente que en el pueblo ya todos hablan de lo que hubo entre Cristina y ese Peón y sobre su fallido plan de huir juntos...
-¿Es por eso que intento ocultar lo de su desaparición?
-Sí... Póngase en mi lugar...- pidió Federico.- No es nada agradable ser visto como el cornudo del pueblo... Pero más que nada lo hice por ella... Para evitar señalamientos y ofensas en su contra...
-Debe quererla mucho para desear protegerla de esa manera...- comento el agente, su tono suspicaz sin pasar desapercibido para Federico.
-Vamos, Comandante... Pregúntemelo...- reto él.- Pregúnteme si fui yo quien mato a Diego Hernández para poder responderle que no...
El atrevimiento tomo al comandante Muñoz por sorpresa. Aunque era un agente de bastante experiencia, jamás había tratado con alguien como Federico Rivero. Por supuesto que era su principal sospechoso en la muerte de Diego Hernández, pero sin pruebas ni testigos de por medio no podía asegurar nada.
-Creo que por ahora lo importante es encontrar a su esposa, señor Rivero... Esa será mi única prioridad...- aseguro el Comandante.
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*** Hacienda Las Dos Cruces ***
Cristina no lograba dejar de pensar en las palabras de aquella mujer que se había atravesado en su camino momentos atrás. Ella y Atilio caminaban de regreso a la hacienda en silencio. No había sido hasta entonces que Cristina se había dado cuenta de lo lejos que había aventurado en la selva. De pronto se sintió agradecida de que él hubiese salido a buscarla.
-No debiste salir sin avisar, Cristina...- dijo él a modo de regaño pero siendo amable como siempre con ella.- Estas tierras pueden ser muy peligrosas para quienes no las conocen...
-Lo sé, y lo siento...- se disculpó, atravesando el portón de la hacienda cuando él le cedió el paso.- No volverá a suceder...- aseguro Cristina mirándolo a los ojos.- Me voy a recostar un rato, no me siento muy bien...
-¿Qué pasa?- pregunto Atilio angustiado.- ¿Quieres que llame al doctor Guerrero?
-No, no hace falta...- respondió ella rápidamente.- Debe ser el calor... Ya enseguida me sentiré bien...- agregó, sonriendo levemente.
Atilio asintió y correspondió a su sonrisa antes de verla alejarse y adentrarse a la hacienda. De pronto se sintió frustrado, molesto con todo y todos que amenazaban con destrozar la imagen que Cristina tenia de él. Atilio estaba lejos de ser un santo y demasiadas personas lo sabían. Pero a él nunca le había importado no serlo. Nunca hasta entonces. Cristina le interesaba, incluso se atrevería a decir que le gustaba. Pero ella era buena y él era completamente lo opuesto. Estaba seguro de que abrirse a ella y hablarle de sus demonios significaría perderla y eso era algo que no estaba dispuesto a hacer.