Prólogo: Pérdida.

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- Para ya, vamos a casa, se hace tarde.
La risa de una mujer resonaba en el bosque, los árboles se movían al compás de los vientos. Los últimos rayos de luz se escondían tras la montaña.
- Vamos Nathair, no seas aburrido, me gusta pasear de noche contigo.
- Pues paseemos de regreso a casa, la noche se acerca y en esta parte del bosque los animales son mucho más agresivos.
Se escuchó un soplido de resignación.
La mujer salió de detrás de un árbol con un aire de decepción y caminó lentamente hacia él. Sus cabellos eran rizados, largos, había sido besada por el fuego.
- Pero no quiero ir a casa, me gusta estar afuera. Además, sé que no debo preocuparme por ningún peligro que aceche porque estoy contigo, estoy a salvo.
Una sonrisa se formó en el rostro del extranjero.
- Sabes que no puedo usar mi magia, los hombres del rey me encontrarían en cuestión de minutos y eso te pondría en peligro, no quiero arriesgarme.
Ella adoptó un semblante triste.
- Pero, ¿a caso no extrañas tu magia? Digo, es algo tan habitual en tus tierras, dntre tu gente. Debe ser difícil para ti no poder usarla.
Él dejó escapar una risa.
- Si, ha sido difícil. Pero si para estar contigo tengo que dejarla lo hago gustoso. Ni toda la magia del universo llenaría mi corazón como tu amor lo hace.
Se detuvieron frente a un arroyo.
- Es... esas son las palabras mas hermosas que alguien me ha dicho.
Rompió en llanto.
Nathair se acercó más a ella, la besó levantando su blanco rostro con la mano.
- Te amo.- susurró.
Una flecha voló y le acertó en el hombro. Luego otra en la pierna derecha.
Ella sólo se apartó, con miedo en el rostro y tristeza en la mirada.
"Perdón" articuló en silencio.

Un sonido gutural retumbó en la espesura del bosque, hizo eco y regresó a los oidos de los presentes.
Una sombra negra se herguía a la orilla del arroyo, en medio de la veintena de hombres que habían surgido de la oscuridad, apuntándo sus flechas a aquel ser.
Estuvieron todos quietos por un par de segundos, hasta que la sombra del hechizero dio un saltó imposible y se perdió entre las copas de los árboles, dejándo tras de sí las flechas que hace instantes se encontraban undidas en su cuerpo.

La noche estaba tranquila, la oscuridad era casi total.
Un silencio absoluto reinaba, un silencio como aquellos que precedían la tormenta, una desgracia sucedería aquella noche.
Nathair corría, saltaba y trepaba ágilmente por los tejados, sus manos y pies encontraban los huecos para apoyarse como si ya conocieran la estructura, escalaba la torre este del castillo.
Ella dormía plácidamente en su cama de plumas; la luz de la luna se colaba por la ventana iluminando su blanco rostro y sus cabellos rojos.
Abrió los ojos al sentir el peso de él sobre la cama.
- Shh... no voy a hacerte daño - se acercó lentamente a su rostro y le plantó un beso en la frente. - ¿porqué?
La pregunta se quedó flotando entre los dos por un momento.
Las lágrimas le inundaron los ojos, parpadeó para apartarlas y poder ver a su amada.
- No tenías que hacerlo. Estabas segura conmigo, renuncié al mal en mi, renuncié a mi naturaleza... por ti.
- Te amo, pero es mi deber, soy más leal a mi pueblo.
Con un movimiento apenas visible Nathair la detuvo por la muñeca, una daga quedó apenas a un par de centímetros de su cuello.
El dolor se transformó en ira, sus ojos negros se clavaron en ella como puñales.
- Basta de traiciones.
Dobló el brazo de ella, acercándole la daga lentamente al pecho.
- Basta de esto, deja de ir en contra de sus sentimientos. Ven conmigo, deja todo atrás, seamos felices como lo fuimos durante el tiempo que vivimos en el bosque.
Ella le devolvía una mirada desafiante a través de las lágrimas que empañaban sus hermosos ojos esmeralda.
- Prefiero morir ahora, con el corazón roto pero mi deber cumplido que vivir mil vidas a tu lado con la vergüenza de mi traición.
- Quédate pues, con la vergüenza de haber traicionado a algo tan puro como el amor.
Un quejido leve, unas gotas de sangre brotaron por las comisuras de sus labios. Un suspiro en el que se le fue la vida.

Los guardias encontraron a Nathair abrazándo el cuerpo inherte de ella.
No se resistió al arresto.
Ni si quiera parecía estar consiente.
Lo encerraron solo, apartado de todos los demás prisioneros en una celda con una única ventana por donde entraba un único rayo de luz.
No hablaba con nadie, ni siquiera respondía a su nombre.
Estaba perdido en el limbo de sus pensamientos, ahogado en el océano infinito de su dolor.
Solo decía una palabra, un nombre de vez en cuando.
- Naia.

Cataclismo: El Poder Oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora