La Serpiente del Desierto

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Los grilletes hacían que le picaran las muñecas y el incesante tintineo de las cadenas lo sacaban de quicio. Iba en un carro que, en lugar de paredes de madera, tenía barrotes de acero y un muy delgado techo de lo que parecía haber sido cuero. Del carro tiraban un par de caballos.
A su lado un guardia encapuchado cabalgaba silenciosamente, había otros tres detrás y cuatro más adelante. Oliv se llamaba el guardia, reconoció nada más ver la mano despojada del anular y el meñique, sosteniendo la rienda del corcel. Era un hombrecillo que no sobrepasaba el metro sesenta de estatura, con ojos cafés y mala cara todo el rato. A pesar de su aspecto él era el más "amigable" de sus captores, le daba de comer o agua para beber, además de mantenerle informado de todos los mensajes que llevaban hombres del rey a aquel extraño convoy gracias a su tan suelta lengua.
- Oliv amigo, que agradable sorpresa. Pensé que el turno de la tarde le tocaría al tosco de Dalan.- al ver que el aludido no respondía continuo - Tu siempre me haces buena platica, al menos puedo usar un poco mi voz.
Oliv volteó a mirarle quitándose la capucha para que su prisionero pudiese verle el rostro a mitad de aquella obscura noche.
- Se nos prohibió hablar contigo, Nathair. Eres un prisionero, no un invitado. - concluyó con tono severo.
Nadie en aquella extraña tierra sabía el verdadero nombre de aquel forastero venido de los desiertos más allá de las tierras sureñas de Inferna, así que se limitaban a llamarlo Nathair, cuyo significado era Serpiente. Él así lo prefería, era astuto, frío y solitario. Susurraba al oído de reyes y políticos que hacían lo que él decía, regaba el veneno de la duda, sembraba la semilla de la traición. ¡Cuantas guerras había comenzado por un susurro! Cuanta muerte había causado con unas simples palabras. No pudo evitar soltar una risilla al pensar en eso.
- Oh... Oliv, veo que al final pudieron contigo. No hacen de todos ustedes más que espadas sin cerebro que siguen órdenes dejando de lado la razón. Pensé que serías diferente amigo mío, pero veo que no. - Nathair escupió a través de los barrotes.- ¡Otra mierda más del montón! -.
Oliv volvió a calarse la capucha y siguió montando en silencio.
Muy dentro de si Nathair lamentaba el comportamiento de aquel guardia. Tendría que terminar con los demás, en algún foso o algún río con los ojos abiertos hacia el cielo cubiertos con el velo de la muerte.
Después de un rato se encontraron con un letrero que rezaba "Caída de Luna, 10 millas"
- Bueno, Oliv, aquí bajo. Dejaría que me llevarán otro tramo, pero mejor que no queden testigos.
Tomó dos de los barrotes que cercaban el carro y los dobló como si fueran de arcilla mojada. Oliv lo miraba, el terror se reflejaba en sus ojos cafés cuando Nathair saltó sobre su caballo. Entre sus manos, el cráneo de Oliv tronó y su sangre salió a borbotones de aquel amasijo de carne que ahora tenía por cabeza.

El líder del convoy notó inquieto a su caballo, olía a... Sangre?
Al voltear llegó a vislumbrar la caída del último guardia que le acompañaba. Detuvo su montura y entrecerro los ojos, escudriñando la oscuridad.
Una sombra surgió de la nada y le tomó por el cuello, la luz de una antorcha iluminó su rostro... Nathair dejaba escapar destellos de ira a través de sus negros ojos y una sonrisa macabra curvaba su boca.
- Lleva un mensaje por mi, pajarito, diles que no pueden detenerme con cadenas de acero y guardias armados. Diles que la oscuridad se cierne sobre ellos.
Desapareció.
Aquel extraño hombre se esfumó en medio de la oscura noche dejando al guardia paralizado de miedo, quien después de unos instantes partió a todo galope hacia Castilla, la capital del reino, con el corazón en la mano.

∆Nathair∆

Cuando llegó a la posada pidió una habitación al posadero.
-Lo lamento señor, estamos hasta arriba. Debe ser por el torneo de mañana.
Nathair había visto los pabellones alzados fuera de la ciudad en el linde del bosque, gigantescas tiendas de campaña de diversos colores y con aún más variados emblemas de caballeros venidos de las distintas ciudades del reino.
-Oye tú, ¿tienes habitación en el segundo piso no?- dijo volteandose hacia un hombre de unos 35 años que estaba sentado en la barra.
-Si, pero llegué desde hace dos días. Ni sueñes con que te la voy a dar.
Escupió a los pies de Nathair. Acto seguido una espuma blanca como la nieve comenzó a salir de su boca, sus ojos se enrojecieron y se sostenía el cuello tratando de respirar hasta que su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo.
El posadero le tendió una llave al hechicero con el terror en la cara.
-Supongo que éste ya no usará la habitación. Segundo piso, tercera puerta a la derecha.
Todos los que se encontraban en el bar volvieron a los suyo cuando Nathair dió la vuelta para ir a su habitación, no sin antes lanzarles una amenazadora mirada.
El cuarto era sencillo, no contaba con más que una cama, un escritorio con su respectiva silla, un espejo colgado de la pared y candelabros con velas. Chasqueo los dedos haciendo aparecer una pequeña flama sobre ellos y encendió las tres velas.
Encontró las pertenencias del hombre que la ocupaba antes y comenzó a buscar ropa que, si bien no estaba limpia del todo, al menos estaba seca. Se quitó la camisa de lana basta que llevaba y el pantalón raído, ambos empapados por la reciente lluvia; en la maleta del hombre encontró unos pantalones, un par de botas, una levita y una capa, todos de color negro.
Antes de abotonarse la camisa miró su reflejo en el espejo: Era un hombre de aproximadamente metro setenta, no aparentaba más de treinta años con su melena y barba oscura sin canas, sus ojos también negros parecían absorber la tenue luz de las velas y tenía la piel sin una sola arruga. Una cicatriz cruzaba desde el lado izquierdo de la cadera hasta la mitad del abdomen en diagonal, tal vez había sido hecha por una espada. Se abotonó la levita y fue a por un cuenco con agua. En la fuente se encontró con un grupo de chicas que le miraron sonriendo, "Golfas que me rebanarían el cuello nada más darles la espalda" ignoró su presencia y volvió a la habitación con lo que había ido a buscar. Ya de vuelta se lavó la cara llena de sudor seco y se recostó en la cama a esperar el amanecer; hacía mucho tiempo que no dormía pues la magia oscura le proporcionaba energía más que suficiente para estar alerta todo el tiempo. Hizo aparecer una llama esmeralda en la palma de su mano, la cual miró fijamente.
Pensaba en todo lo que haría, el sufrimiento que causaría a toda la gente que vivía en aquel mugre reino, el poder que obtendría al dominarlos a todos, el vigor con el que conjuraría su magia en cada campo de batalla lleno de muertos y moribundos. Todas las almas que consumiría en el vacío de la perdición.
Sin darse cuenta el amanecer había llegado, miró por la ventana el pueblo iluminado por la luz del sol. La gente se dirigía en masa a las tribunas alzadas alrededor de la liza donde se celebrarían los combates del día.
Todo parecía una celebración normal, pero lo que la gente del pueblo y los caballeros foráneos no sabían es que el mayor hechicero oscuro de todos los tiempos se encontraba allí y los convertiría a todos en sus esbirros.

Tres días después de su llegada a Caída de Luna se celebraría la final del torneo de justas. Los contendientes eran Ser Crawl de Villasol y Ser Ryan de Meridiem. El escudo de Ser Crawl mostraba un penacho de plumas en color blanco y rojo sobre fondo celeste, por su parte el de Ser Ryan ostentaba una arpía dorada sobre campo verde esmeralda.
Al dar el aviso, ambos clavaron las espuelas en los costados de sus respectivas monturas. Ser Crawl sen inclinó apuntando su lanza al pecho de su contrincante, cosa que Ser Ryan no hizo hasta el último momento, esquivando con elegancia el golpe de Crawl y clavando el suyo justo en el hombro descubierto del mismo.
El hombre de la harpía levantó los restos de su lanza rota en el aire y todo el público soltó ovaciones a coro.
Ser Crawl se acercó, aún sosteniendo su brazo herido, a darle la mano a su vencedor.
En ese instante la oscuridad comenzó a cubrir el campo de combate, un humo verdusco se elevaba desde el suelo cuál niebla en plena noche de invierno y un viento cortante azotó a cuantos había cerca.
-Profanen sus cuerpos, despojenlos de sus almas y consuman su humanidad. El ejército oscuro se alzará hoy para reclamar el mundo. Anden sombras mías, tomen forma física y luchen por mí.
Ecos de la voz resonaron en aquella densa oscuridad, una voz que parecía venir de todos lados y ninguno a la vez, los caballos relincharon nerviosos, la gente se miraba entre si con el pánico reflejado en sus rostros.
Una figura negra se alzó de entre la niebla.
-Éste es el inicio del nuevo orden.
Sombras con diferentes formas de animales se reflejaban en el suelo y las paredes aullando, la gente gritaba y trataba de escapar sin lograrlo. Después de un rato el silencio era total, los cuerpos se amontonaban con muecas horrorosas grabadas en sus rostros.
Nathair echó a andar entre ellos como si se tratara de un campo de flores, iba tan tranquilo admirando su obra... Hasta que vió una sombra moverse a unos pasos de donde se encontraba. Se trataba nada más y nada menos que del caballero de la harpía, quien apenas podía sostenerse en pie y sujetaba con firmeza una espada.
-Oh, ya veo, Stella terminó en manos de las Arpías de Meridiem, eso si que no me lo esperaba.
El caballero lo miraba desafiante, su armadura esmeralda reflejaba la luz fantasmal proveniente de su espada, un brillo blanco azulado como el hielo.
-¿Qué planeas? ¿Asesinar a todo el reino?
-Oh no, claro que no. ¿De que me servirían cientos de cadáveres? Prefiero mantener sus cuerpos vivos y usarlos como recipientes para mi ejército.
Levantó una mano y de repente todos los "muertos" comenzaron a levantarse, su ojos estaban inyectados en sangre dando una mirada de odio. Sus cuerpos se cubrieron con una especie de armadura violeta, algunos cargaban espadas en el cinto, los había con hachas en la espalda, dagas largas, mazos, mandobles... Cada uno llevaba un yelmo con forma de animal: perros, caballos, panteras... De todo. Los oscuros caballeros se movían como si estuviesen realmente vivos.
-Atenlo y llevenlo a la orilla opuesta del río Nurn, dejenlo que lleve una advertencia a los ciervos luminosos. No quiero una conquista fácil.
Stella volvió a su vaina escapando a la mano de su portador, los caballeros oscuros tomaron a Ryan y lo lanzaron bruscamente a su caballo. Cuatro jinetes acompañaban al cautivo.
-Serás tú quien intente detenerme, hijo de la arpía. Lucha hasta el final.
Los jinetes partieron nada más oír la orden y Nathair se quedó solo, pensando por dónde continuar su sangrienta campaña. ¿A las montañas blancas? ¿A la tierra pantanosa de Palus?
Pensaría en ello más tarde, por mientras debía organizar a sus nuevas fuerzas. ¿Qué clases de demonios habrían acudido a su llamado?

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⏰ Última actualización: Feb 01, 2021 ⏰

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