Apolo se disponía a hacer su paseo diario visitando a sus pacientes. Visitaría a los más graves, pues tenia que ir a la montaña a buscar las plantas que necesitaba para hacer sus medicinas. Habiendo terminado la ruta de pacientes, se dirigía a la montaña por el antiguo camino de tierra que comunicaba el pueblo con la montaña, donde tanto le gustaba perderse, encontrar la paz y el equilibrio que tanto necesitaba. A medio camino escuchaba que se acercaban unos pasos renqueantes a sus espaldas, media vuelta y encuentra a su mejor amigo Eros que venía apresuradamente. Vino corriendo todo el camino.
-¡Apolo! ¡Apolo!- grito corriendo a él. Apolo comenzó a caminar para encontrarse con su amigo, iba sacando su botella de agua para brindarle a su exhausto amigo. Eros llego y le soltó la noticia sin darle siquiera tiempo a que le brindará el agua.
- Apolo, unos hombre han ido a tu casa y la han quemado, no he visto sus caras pe...
Apolo dio unos tragos al agua y estampó la botella en el pecho de su amigo, y corrió hasta su casa. Tan rápido como las leyes de la física le permitían bajar.
Llegó pero no pudo soportar lo que vio, su casa quemada. Se puso a rebuscar en los escombros esperando no encontrar el cadáver de su esposa. Varios vecinos le ayudaron a remover hasta la última piedra calcinada. No encontrarla quemada le alivio pero también le desató un ataque de ira, nadie reconocía esta nueva cara de Apolo. Llorando preguntaba a los vecinos lo más obvio que cualquiera hubiera querido saber ¿quien lo hizo? Pero no obtuvo respuesta. Apolo confundido por por no saber que impulsaba a sus vecinos a guardar tan vil silencio. Una parte de él lo sabia con sobrecogedor temor.
Eros volvió a escena igual de sudado que antes. Con ganas de ayudar también.
- Eran siervos de la reina - dijo Eros mientras su amigo rebuscada nervioso cualquier pista en cualquier lugar.
- ¿como lo sabes? ¿curar es delito también? ¿que tiene esa contra mi y mi casa?
- vinieron en coche sin identificar, eran brutos y llevaban las máscaras de élite. Además de tener las cicatrices de los latigazos...
- Esos no parecen siervos de la reina
- la reina tiene toda clase siervos más terribles y feroces. Los que nos quitan la hierba son las caras bonitas. Estos son las fuerzas especiales de destrucción.
- Pero ¿Qué... tiene esa contra mi casa?
- no se pero te buscaban... llegaron preguntando a golpes por ti.
- ¿Como pudo saber donde vivo?
- la reina tiene informadores en todos sitios.
- ¿Adonde la habrán llevado?
- no lo se. Pero lo mejor es que te ocultes y pensar que hacer a partir de allí.
Y los dos amigos se equiparon con lo que, ocultado de las llamas, era indispensable para esta desventura. El bosque era la mejor opción, pues ambos conocían bien el terreno. Apolo no hablo por el camino, todo lo que dijo fue a donde iba. Una cueva subterránea que solo conocían dos personas, dos personas que se congregaban allí desde niños. Al llegar a la cueva Eros y Apolo se sentaron a pensar, a meditar un plan de acción, solo Eros pensaba en planes, Apolo solo podía pensar en su mujer, en aquellos hombres, brutos, bárbaros sanguinarios torturados para obtener una obediencia ciega, disfrazada de entrenamiento especializado, camuflado como la voluntad de un buen líder. Apolo solo consideraba un plan posible, recuperar a su esposa. Recuperar las mañanas en la cama despertando con su respiración de fondo, su pelo, sus labios, su aroma... Su nombre: Musa. No importaba si aquello le contaría la vida, lo buscan a él y se la llevaron para atraer le. Entregarse parece la opción más lógica, pero igualmente les matarían, las intenciones quedaron claramente selladas por las cenizas de su hogar. Sólo podía arriesgarse a rescatarla y huir tan lejos como pudiera. Eros formuló varios planes pero la abstracción de Apolo le ensordecio. Eros se fue al anochecer, no dijo por que abandonaba a su amigo en tan mala hora pero se fue. Apolo azuzo el fuego y su mirada se perdía en el movimiento de las llamas, en su situación. Se levantó decidido, no había plan pero en la cueva y poco había soluciones. Así que valientemente salio de la cueva. Pero al salir de su espacio secreto se encontró con 6 sorpresas. Lobos negros, bestias feroces, de sangrantes colmillos metálicos. Llevaban la coraza reglamentaria con el símbolo de la monarca, el símbolo de su control. Una cara dorada por la que entraban monedas de oro y por su boca salían cosas coloridas y preciosas, tenia tres ojos, pero el tercero era totalmente negro. Las sanguinarias bestias, tan negras como la ignorancia, estaban a punto de atacar cuando Apolo salio corriendo de la escena. Gracias a su buena salud corrió más allá de lo que cualquier hombre que conozcas puede correr. Aún que los lobos también eran rápidos, el conocimiento del terreno le daba la ventaja a Apolo. Rocas, árboles caídos, cambios de rumbo, alguna que otra mordida que pudo gracias a la fuerza que confieren las ganas de vivir a los puños de este héroe. Derecha, izquierda, agachate, cuidado, la visión inyectada de adrenalina. Uno de los lobos logró acorralarlo, enfrentarse a ocho pares de ojos sangrientos, sin salida y tras de él una piedra demasiado grande para intentar saltar. Sin salida, ni árboles para trepar, ni ramas para golpear, Apolo se hayo desesperado, miro al cielo, miro el mutilado cielo por las luces del consumismo, lloraba un poco y sintió que su esposa lo esperaba. No debes morir. Así que apretó los puños y se preparo para la contienda. El que parecía el jefe se abalanzó primero, mientras los demás observaban como le despedazaria. Apolo fue derribado y empujaba las fauces podridas del animal que intentaba arrancarle la cara de llanera más dolorosa que pudiera. ¡Bendita adrenalina! En segundos ciegos a Apolo no se lo ocurrió otra cosa que meter la mano en la muerte, es decir en la garganta de su verdugo. Instintivamente agarró algo y lo saco fuera, esperando matar a su primera bestia. Pero lo que saco fue una pequeña cabeza dorada con tres ojos negros. El enemigo retrocedió y el golpeó y rompió aquel horrible artefacto. Se le lanzaron los demás lobos pero el lazo de una patada a debilitado fustigador, lo que dejó una mínima oportunidad de huida que supo aprovechar. Decidió subir a un árbol pero justo antes de subir a la seguridad uno de ellos logró morderlo, dejando una herida espantosa que goteaba el olor a sangre que enloquecia a los lobos. Pero al menos el árbol le salvaba de su cinco perseguidores. ¡bendita altura!, ahora podría respirar el aire del bosque ahora viciado por el aliento que expulsaban los lobos a cada ladrido. Los lobos se cansaron de ladrar y se sentaron a esperar. Casi despuntando el alba se les ocurrió morder el árbol, aprovechando sus colmillos metálicos. Así al caer y morir el árbol, también caería y moriría Apolo. Tres mordian y dos emitían sin espeluznante sonido de carcajada que resultaba tan tenebroso como repulsivo. Con casi la mitad del tronco arrancado, la blanquecina madera estaba manchada de sangre; de Apolo de los lobos. Otra vez sin salida y esta vez resignado resignado a morir Apolo esperaba la muerte. Pero de pronto un enorme hombre desnudo bajo por la montaña blandiendo una enorme espada, casi tan larga como él, gritaba ferozmente mientras cortaba el aire, mientras cortaba lobos. Al acabar de limpiar la zona también tenía que limpiarse la sangre que le cubría. Tanto enemiga como suya.