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Desde su asiento estratégicamente elegido para su cometido, mantenía su mirada fija en aquel chico cuya presencia no hacía más que crear en su interior un desastre, viéndose atacado por los incontrolables golpeteos de su corazón contra su pecho, el cual también extendía por todo su cuerpo una sensación cálida. Sumamente agradable era como podía describir el mirar a su enamorado de cabellos rubios, ojos rasgados que algunas veces tenía el privilegio de ver convertirse en dos medialunas si este sonreía y sus mejillas rechonchas se acentuaban.

Park Jimin no sólo era bonito, palabras como etéreo o sublime se quedaban cortas a la hora de describir la grandeza de tal belleza que poseía el muchacho.

Jungkook, quien a diario le observaba, tampoco creía haber visto en su vida algo que le igualara o siquiera se acercara a su magnificencia, pero podía categorizarlo como un ángel; aquellos seres míticos nunca antes vistos, pero que para el saber humano eran capaces de superar cualquier intento de definición para su belleza, posiblemente inexistentes por la misma incapacidad del ser humano para darles algún tipo de explicación concreta. El término era el que mejor encajaba con Jimin. Muchas veces se cuestionó la existencia de este, concluyendo que era una creación de su mente para evitar su muerte a tan sólo sus diecisiete años porque sería pecado desaprovechar la oportunidad que tenía de apreciar dicha maravilla.

Sus discusiones internas viéndose interrumpidas por el movimiento en el pequeño asiento asignado en la clase al individuo causante de los estragos en su interior, le obligó a enderezar un poco su postura para no ser captado en el acto del acoso a su compañero, aún pudo ver como este volteaba su cuerpo a la izquierda y daba una pequeña escaneada al aula de ese lado, percatándose o quizás sólo delirando con que el chico cruzaba sus miradas y por una milésima de segundo en su rostro se dibujaba el intento de una sonrisa. Definitivamente era cosa de su imaginación, es un hecho y sin lugar a dudas, que Jimin desconocía su existencia o si lo hacía, sólo pasaba de considerarla porque alguien tan patético como él era menos que interesante o relevante en todos los sentidos.

Decidiendo que era momento de planear el como llevar a acabo su fechoría semanal contra el muchacho, pensó que está vez sería sencillo esperar a que él mismo dejará su asiento, para hacer lo mismo, pero con una razón totalmente falsa y fines diferentes.

Todo un plan acarreaba el robarle un lápiz a Park Jimin.

Dichos lápices tenían un valor agregado, las mordidas diarias y constantes que el rubio proveía al trozo de madera con los cuales Jungkook se deleitaba besando en casa, mientras imaginaba que eran los labios de Jimin o se convencía de que existía una mezcla de sus salíbas, creándose la satisfactoria idea de un beso indirecto.

Ya que tenía que vivir con la desgracia de jamás poder probar sus labios abultados y rosa, levemente brillantes por algún gloss que aplicaba en ellos, hacía todo esto o moriría en la agonía de la pena.

A veces se daba el permiso de escuchar su dulce voz, tomaba asiento a la hora del almuerzo en una mesa al lado de la que Jimin con sus amigos ocupaban, dándole la espalda para no dejarse llevar por su desesperada necesidad de mirarle intensamente por horas y ser notado. Otras más, seguía el camino de Jimin hasta su casa al terminar las clases para ver tan espectacular caminar que le dejaba hipnotizado, de vez en cuando durante su recorrido solitario, el rubio soltaba cortas y suaves risitas que derretían a Jungkook quien consideraba que el ataque de algún recuerdo agradable era el causante.

Un día como hoy terminaría igual que los demás, con un Jungkook satisfecho de robarle un lápiz a su compañero que hoy también pareció notar la ausencia del mismo, pero tampoco se tomó la molestia de insistir en una búsqueda como las primeras veces que Jungkook hurtó su pertenencia, haciéndolo ahora más fácil para él.

つながってゆけとどけ - [KOOKMIN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora