La cosecha -única parte-

9 3 1
                                    

Había una vez en un pueblo humilde y pobre, una joven doncella que vivía rodeada de buena compañía, pero ella se sentía sola en su propio mundo pues, todas las personas a su alrededor, solo se preocupaban por sí mismas.

La doncella estaba tan solo, tan sola, que todos los días trabajaba sin descanso porque alguien la notará, porque alguien notará su esfuerzo y dedicación; todos los días desde el amanecer hasta el anochecer, hacia trabajos domésticos como lo son: barrer, lavar, cosechar, enmendar, entre otras cosas más, más sin embargo, nadie la notaba.

Un día donde hacía sus trabajos diarios, pensó en qué tal vez, y solo tal vez, ese día podría descansar, quizás así, alguien notaría que hace falta algo o alguien, se darían cuenta de todo aquel esfuerzo que día tras día, la joven doncella con esfuerzo y dedicación.

Paso todo el día sin hacer nada más que esperar, esperar nerviosa y ansiosa, a qué el día acabará y comenzará uno nuevo. La noche llegó y con ello un nuevo amanecer, un nuevo día donde quizás se haría notar. Al levantarse esa mañana e ir a donde el pueblo, se dió cuenta que nadie mencionó nada sobre su día de descanso, ni una sola reprimenda pero ¿Es que a caso quería que le alzarán la voz? ¿Que le castigarán?

La respuesta era si, pues así ella sabría que por lo al menos alguien, aunque fuera una sola persona, la había notado, que alguien había notado su ausencia el día anterior, pero al parecer, no era así.

Triste y desconsolada, se fue a casa para iniciar con sus labores rutinarias, no tenia más opción que seguir tratando de hacerse ver ante los demás, con lo único que sabía hacer: trabajar.

Ese mismo día por la tarde, mientras trabajaba en las cosechado, un joven viajero, alto y delgado, pálido y castaño, con ojos dorados ante el sol, se acercó a la doncella, notando como un par de lágrimas gordas caían por sus ojos.

- ¿Por qué ha de llorar tan linda dama? ¿Quién ha osado hacerla llorar mientras que vuestras finas y delicadas manos se ensucian de tanto trabajar?

La doncella, sorprendida, volvió su mirada, aún llorando, para con aquel joven viajero, pero en esta ocasión no lloraba de tristeza sino de alegría, pues al fin alguien, aunque fuera un simple viajero, había notado su existencia, había notado por lo al menos su esmero centre al trabajo.

- ¿Quién sois vos? Que aún siendo una simple dama a quien nadie jamás había notado, usted logró verme.

La respuesta de la joven, sorprendió e intrigó al viajero, puesto que no veía cómo fuera siquiera posible que nunca nadie había notado a la doncella.

Con él dorso de su manga, el viajero importase le poco si ésta se ensuciara, limpió el poco líquido residual de las lágrimas que contenían las mejillas de la dama; esbozo una dulce, calida y reconfortable sonrisa que animó de sobre manera a la joven.

- No os preocupéis, bella dama, que usted es tan real como estos vegetales que con tanto esmero a cultivado por meses; si, yo la he visto trabajar día tras día sin cansancio.

La doncella no podía retener ese asombro y desconcierto que aquel joven le hacía sentir ¿Cómo es que él vió todos los días su trabajo, y ella no lo había notado a él?

La tristeza volvió a ella, y a su vez, un sentimiento de culpabilidad pues, se había vuelto igual que los demás pueblerinos, preocupándose solo por ella misma, preocupándose porque alguien la notará a ella; sentía tanta culpa por haberse embotellado a ella misma en esa preocupación, que no se había dado cuenta que alguien, la miraba desde lo lejos, preocupándose no solo por él, sino por ella también.

Sin más remedio, comenzaron a brotar más gotas de agua a través de sus ojos.

- Discúlpeme, le imploro que me perdone, por no haberlo notado yo a usted antes, tan absuelta estaba en mis propios pensamientos, que no pude notarlo.

Desconsolada por tanta culpa que cargaba, cubrió su rostro con sus dos manos llenas de tierra y lodo.

- No os preocupéis, bella dama, que yo la he visto trabajar día tras día sin cansancio, hasta hace un sol atrás que no la he visto trabajar; disculpará usted mi atrevimiento, pero he de preguntar: ¿Por qué se ha ausentado?

La doncella, aún cubriendo su rostro, se atrevió a responder:

- Porque creí que así alguien me notaría.

El joven, mostrando una de sus manos donde portaba en su dedo anular un anillo de oro, con el emblema del palacio real, dió a conocer a la doncella que él era el príncipe.

Nuevamente la joven se mostró sorprendida y ni rápida ni perezosa, mostró una leve reverencia ante el príncipe, quien sonriendo, la levantó de su lugar y la todo de las manos.

- Hace no mucho tiempo, mientras pasaba por este pequeño pueblo, vi a una bella doncella trabajar sin descanso; tal vez fue su esmero en sus labores o su radiante belleza lo que llamó mi atención, así que decidí venir a verla día tras día, siendo un total cobarde pues, no me atrevía a cruzar vuestra mirada con la mía, y no fue hasta su ausencia, que he tomado la decisión de presentarme ante usted, y demostrarle que con tan solo verla, me he enamorado profundamente de usted.

La dama, una vez más, no podía reprimir sus emociones, el asombro y la felicidad, se veían en todo su rostro, aún y con esas manchas de tierra y lodo, su cara no dejó de brillar ante tal confección.

Con el pasar del tiempo, el joven príncipe y la doncella, contrajeron matrimonio. La boda fue sencilla aún para el príncipe, quien solo quería sentir cómoda y feliz a su nueva esposa quien, por bien o mal, al fin se había hecho notar ante su pueblo, y ahora su reino.

El nuevo rey y reina, tras su boda, vivieron una vida sencilla en el palacio, con su propia cosecha, donde cada día, juntos iban y labraban ese pequeño suelo, pues gracias a ello, es que pudieron conocerse y vivir felices por siempre.

~ F I N ~

La cosechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora