Benedict despertó aquella mañana como si hubiera rejuvenecido, y sus sentimientos se reafirmaron cuando vio a la mujer que dormía entre sus brazos, que, como una preciosa venus, pelirroja, pálida y perfecta, descansaba apegada él, mientras su delicada respiración le hacía cosquillas en el pecho desnudo.
Acarició su cabello, consiguiendo así que Amelia abriera sus ojos.
—Hola... —susurró sonriendo.
—Hola... —respondió él del mismo modo.
—¿Cómo dormiste? —dijo la mujer mientras se acomodaba para verlo mejor.
—Maravillosamente... no dormí demasiado, pero de lo poco lo bueno...
Ella soltó una pequeña risa.
—Concuerdo... —respondió abrazándolo aún más.
—¿Qué deberíamos hacer hoy? —inquirió Ben.
—Si fuera por mí, no me levantaría... —musitó ella sonriendo.
—Ah, querida... —murmuró acercándose a su rostro—. Lees mis pensamientos...
—Pero tenemos que alimentar a los gatos, cambiar su arena, y definitivamente hay que cortar el pasto, y encender los aspersores... —comentó ella.
Él gruñó mientras se cubría la cabeza con la sábana.
—Pero primero lo primero... —habló Amelia metiéndose debajo junto a él.
Ben soltó una risa mientras la tomaba por la cintura.
—No sabes cómo me encanta que tengas iniciativa... —articuló con su profundo timbre.
Un rato después, posterior a un nuevo round de amor, y una buena ducha, desayunaron junto a los gatos, quienes comían su alimento con gran entusiasmo.
—Con la tarde deberíamos trabajar en la conferencia... —comentó Ben antes de beber un sorbo de té—. Es una hora y media... debemos saber qué decir, preparar algo de material también...
—Sí, tienes razón... —contestó ella—. Aunque tendrá que ser en la noche, hay que ir al supermercado por algunas cosas...
—Yo iré, no te preocupes... —musitó él mientras la miraba—. Solo dame una lista con lo que debo comprar...
—Claro, me parece genial... —dijo Amelia observándolo también—. La haré para ti luego de lavar los platos...
—Es sábado, hoy yo lavo los platos... —musitó Ben.
—Te equivocas, yo los lavo martes, jueves, y sábado... —recitó la mujer—. Tú lo haces lunes, miércoles, viernes, y los domingos tiramos una moneda para ver quien lo hace...
—Claro que no... yo los lavo martes, jueves y sábado, y tú...
Amelia lo interrumpió con una risa.
—¿Qué es tan divertido? —inquirió él sonriendo.
—¿No te das cuenta? —preguntó ella mirándolo—. Nos hemos convertido en un matrimonio de verdad tan gradualmente que ni siquiera lo hemos notado...
Él tomó su mano por sobre la mesa.
—Me encanta vivir contigo... —habló el inglés—. No sabes lo feliz que me haces...
Ella apretó su mano con una gran sonrisa escapando de sus labios.
—Te amo, Ben... —susurró mirándolo de lado.
Él la miró asombrado cuando la escuchó pronunciar aquellas palabras.
—Yo también te amo, Amelia... —respondió besando su mano, que aún tenía en su dedo anular aquella argolla de llavero.
Amelia sintió cómo nuevamente las mariposas cumplían su metamorfosis dentro de su estómago, y revoloteaban vigorosas por todos lados en su interior.
—Querida esposa... ¿te gustaría ser mi novia? —inquirió sin dejar de mirarla.
Ella soltó una carcajada.
—Sería un honor, querido esposo... —murmuró sonriente.
Se profesaron su amor mediante las palabras por primera vez, y aunque su modo de vivir cada día junto al otro ya era más que suficiente para entender que eran más que amigos, aquella frase consolidó un sentimiento, y su relación.
Por esas horas de la mañana Tom caminaba con Bobby por un parque cercano a su morada, asegurándose de saber en dónde se le ocurriría hacer sus necesidades, para recogerlas más tarde.
Estaba en eso cuando recibió una llamada.
—¿Hola? —dijo al contestar.
—Señor Hiddleston, llamo desde London Bridge Hospital... —habló una mujer del otro lado—. Sus exámenes ya están listos, debe venir el lunes para informarle sobre los resultados, tiene cita con el doctor Campbell a las cuatro de la tarde, ¿le parece bien?
—Claro, le agradezco... —musitó él.
—Tenga un buen día, adiós...
—Adiós...
Se sentó en una banca tras terminar la llamada, observando a Bobby con pasividad.
—¡Al fin! —exclamó caminando hasta el perro.
Con una bolsita recogió sus desperdicios, los tiró a un bote de la basura, y volvió a atar la correa a su collar, para caminar a su residencia en silencio.
Un nuevo día, y otra oportunidad para seguir descomponiéndose en su propia miseria y soledad, sin más que intercambiar algunas frases con Omar, y ver cómo las empleadas recogían sus platos casi intactos luego de las comidas.
—Al menos tú estás conmigo, ¿no, Bobby? —le habló al animal cuando entraban a la casa.
El perro lo miró, y saltó a sus brazos, para lamerle la cara, y dejarlo lleno de babas.
Bobby y sus enormes ojos siempre estaban ahí para él, y aunque gustara de robarle los zapatos y las pantuflas para destruirlas en el patio trasero, él no concebía su existencia sin la compañía de su fiel amigo.
Don't forget to ★
✒Mazzarena
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Panacea Universal
Fiksi Penggemar❝El que jamás ha llorado y sufrido en soledad, nunca podrá entender cuan dulce puede llegar a ser el verdadero amor❞ ➤En lugar de una larga parrafeada contándote de qué se trata esto, prefiero dejarte algunos comentarios de mis queridas lectoras: ❝L...