La primera vez que sus manos se tocaron, fue cuando Darwin detuvo a Julius de golpear a alguien (para robarle el almuerzo), con una fuerza increíble que nadie esperaría de Darwin. Todos los presentes estaban en shock y enormemente sorprendidos. Porque, bueno, ¿Quién esperaría que alguien tan pacífico detuviera a alguien tan rudo como lo era Julius?
-Ya basta, Julius.- habló con un semblante serio impropio de el. -El no te ha hecho nada. Solo iba pasando por aquí, así que deja de molestarlo.
-¿O qué?- interrogó el peligris, con una sonrisa de superioridad.
-O... Te las verás conmigo.- habló de manera firme, observándolo directamente a los ojos.
Julius estalló en risa. -Ahora, no seas ridículo. Quítate y no te metas en dónde dónde no te llaman.
-No.- espetó. Si en algo concordaban todos, es que Darwin iba a morir ese día.
Julius iba a hablar, pero la campana sonó.
-A-Ahora, ve a clases.- ordenó, lo que hervió la sangre del mayor. Realmente nunca nadie había Sido tan estúpido de desafiarlo, nisiquiera sus propios amigos.
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Darwin se encontraba en el salón apilando exámenes, pues su maestro le había pedido llevarlos al salón de profesores. Los colores cálidos atravesaban las ventanas, anunciando que el atardecer se acercaba.
Un peligris apareció por la puerta, con las manos en los bolsillos.
El menor simplemente lo ignoró, siguiendo con el papeleo.
-Escucha bien, Darwin.- eran pocas veces que lo llamaba por su nombre. -No vuelvas a meterte en mis asuntos.
Respiró hondo, y con la frente en alto, lo encaró. Estaba sudando frío del miedo que tenía en esos momentos, pero no se lo iba a demostrar a Julius.
-Me meteré las veces que sea necesario.- recogió los papeles y los cargó en sus brazos. -Solo dejaré de hacerlo cuando dejes de ser tan arrogante e agresivo. Pero conociéndote, eso tardará mucho.-
-¿¡Qué mierda dijiste!?- y se acercó a pasos apresurados a el, con respiración sonora, llena de cólera. Antes de que Darwin reaccionara, Julius ya lo había sujetado de las muñecas y lo había acorralado contra una pared. Los papeles habían quedado desparramados en el piso.
Temió lo peor, cerró sus ojos con fuerza esperando un golpe, pero se sorprendió al sentir los labios de Julius rozando el lóbulo de su oreja, produciéndole un escalofrío.
-Escuchame bien, porque solo lo diré una vez más. Si te vuelves a meter en asuntos que no son tuyos, tendré que hacerte cenizas y esparcirlas en el patio.- le susurró al oído. -Y ninguno de los dos quiere eso, ¿Verdad?- y terminando de decir eso, le dió un beso en el cuello, soltandolo y yéndose de allí.
Darwin quedó en Shock, repitiendo mentalmente las palabras dichas por Julius, y procesando el beso en el cuello. ¿Qué había ocurrido? Todo pasó tan rápido... "Y ninguno de los dos quiere eso, ¿Verdad?" llevó una de sus manos a su cuello, exactamente en dónde Julius había besado. En esos momentos estaba tan rojo como un tómate.
El peligris de aspecto elegante, por su parte, sé arrepentía de no pensar antes de hablar y actuar. Si sentía ganas de hacer eso desde ya hace mucho tiempo, pero no podía ser tan obvio. Avanzó más rápido para evitar pensar en todo eso, ya lo solucionaría mañana.
Aunque si algo cabe destacar, es que ambos quedaron con ganas de más.