Sólo cuando el hombre se encuentra cara a cara con semejantes
horrores, puede comprender su verdadero significado.
Drácula. Bram Stoker.
3:30 de la madrugada.
Un ruido en la cocina me despertó. Moví los ojos. Quería percibir en 360 grados lo que sucedía en mi derredor. De pronto, me di cuenta que no había en el mundo nada más vulnerable que yo. Un terrible pánico atenazó mi corazón, lo correcto era ver qué o quién había provocado aquel ruido difuso. Sin embrago no tuve el valor para levantarme de la cama y averiguar lo ocurrido. Así que traté de dormir nuevamente. Cuando por fin conseguía conciliar el sueño, el sonido extraño volvió a hacerse presente. Esta vez mucho más fuerte. El resto de la casa era oscuridad completa. En efecto, algo raro se arrastraba en el cuarto contiguo, la frente se me llenó de sudor, mi corazón latía fuerte. Sentir como una sensación paralizaba mi ser, era escalofriante. No podía moverme, o mejor dicho; no quise moverme. Respiré con angustia apenas para tragar un poco de aire. Por fin, logré reunir el coraje suficiente para asentar los pies sobre el piso y dirigirme cauteloso hacia donde provenían aquellos ruidos indefinibles. Inhalaba y exhalaba con dificultad, extrañamente la atmosfera circuló enrarecida entre mi habitación y el pasillo que dirige hacia la sala principal. El aire frio que sentí a continuación me provocó un asco terrible, repentinamente, la casa permaneció en silencio, quizá lo intangible comprobó mi presencia. En ese momento tuve la extraña sensación de ser observado, algo siniestro deambulaba por ahí. Sudé. Escuché un murmullo tan dolorosamente cercano que estuve a punto de precipitarme hacia el corredor cuando por casualidad mi mano encontró el interruptor. Encendí la luz. Todo parecía normal. ¿Habré sido víctima de los juegos de mi propia mente?, no lo sé, cuando me tranquilicé, apagué la luz y regresé a mi habitación, aunque ya no pude dormir aquella noche.
