El amor en la enfermedad.

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A veces era el goce y otras el destroce.
No conocía que había en lo profundo de mi,
hasta que me detuve ante una sequía que me impedía seguir avanzando e hizo que me convirtiera en un desierto.
Era tan seco que el calor era insoportable, y solo en las noches cuando lloraba y aquellas lágrimas no eran más que piedras,
podía sentir el frío desde los pies a la cabeza.
Fueron años de idas y vueltas, pero nadie estaba aquí y me hundía en la arena hasta un punto en el cual, ya no veía la luz del sol más que la oscuridad.
Agaché mi cabeza cuando perdí la guerra, y entonces escuché a los truenos rugir y vi a los relámpagos caer, llegaron acompañados de fuertes vientos y nubes negras.
Las gotas acariciaban mi pelo que se deslizaban por todo mi cuerpo. De pronto, la lluvia pasó a ser una inundación que me arrastró a mi perdición.
Mis pulmones se llenaron de agua, grité como pude, pero nadie me escuchó.
La mañana llegó y supe que después de todo, estaba en paz...
 
Todos los días al despertar, odiaba que siguiera en pie y tener que luchar contra todos los medicamentos. Entraba al baño con dificultad mientras veía en el espejo como algunos de mis cabellos estaban sobre mi ropa, sobre las palmas de mis manos al tocarlo, ni que decir sobre las ojeras que cada vez marcaban lo oscuro de mis ojos.
Llegar a la escuela era todo un proceso de lunes a viernes sin descanso. Apoyaba mis pies en la banqueta semi destruida y jalaba el bastón para pararme. Cuando lo hacía, sentía que mis tendones se rompían provocando unas lágrimas que con el tiempo se atenuaron.

Mi papá era como un guardaespaldas que me acompañaba al salón mientras yo lo sujetaba del brazo para no caer y lesionarme. Una vez en mi asiento, él se despedía con un beso que me hacia sentir incómodo, pero a su vez me transmitía alegría y la sensación de que no estaba solo.
Realmente el estudiar era una cuestión que él quería que hiciera, ser « un gran profesionista », tener una vida de lujos, entre otras cosas que la mayoría de personas quiere. A veces lo cuestionaba sobre por qué no nos podríamos mudar a una casa menos grande y menos fría, cambiar nuestro estilo de vida sabiendo que yo tenia una enfermedad terminal.
 
En los recesos, venían a verme dos chicas. Ellas me hacían sentir bien, eran las mejores amigas que pude tener, me apoyaban con cada actividad que requería un esfuerzo físico mayor, como esa vez que treparon en peligroso alpinismo una estantería para bajar el libro que quería.  
También, me contaban sus historias de amor, de cómo se la pasaban cuando salían con una persona y de sus amores platónicos que nunca les hacían caso. Por mi parte, tenía a una personita que de vez en cuando la veía al salir al receso (para mi era una pequeña distracción ), me llamaba la curiosidad por que se veía tierna, sus hoyuelos cuando le sonreía a su novio e incluso la greña larga que usaba y sus lentes le hacían ver como una persona intelectual. Un día, asomado en el borde de la ventana viendo sus rizos, miró hacia arriba e hicimos contacto visual que al segundo me agachė riéndome y poniéndome tal cual un tómate.
 
Al terminar las clases, papá se quedaba en el barandal que daba a mi salón, podía notar la tristeza en sus ojos verme cada día empeorar y tener que salirse de su trabajo para venir a ayudarme. Ese día estábamos a punto de bajar las escaleras, cuando él me abrazó con su brazo y me apachurró contra su hombro.

—¿Cómo te fue hoy? -preguntó.

—Bien, ¿y a ti?

—Igual, solo que tengo que regresar a entregar algo y ya estaré de nuevo en casa.

—Lamento que te hayas salido. Tal vez algún día pueda ir a casa por mi cuenta.

—¿Qué dices? —frunció el ceño—, seguiré viniendo por ti aunque puedas hacerlo —una sonrisa se marcó en mi rostro.

Llegamos a la salida, la maestra Isabel que estaba en la puerta se despidió cortésmente.
 
Me subí en los asientos de la parte trasera del vehículo, y provoqué un ligero polvo al aplastar mi mano contra los cojinez, y los fuertes estornudos me hacían brincar como si tuviera hipo. Después de un rato, mi papá introdujo un CD de los años 90's en el estéreo, y me dio alegría mirar como estaba cantando. Durante el trayecto vi pasar a las personas con vidas ocupadas, algunos autos pitaban gracias al tráfico que nos impedía avanzar, pero no fue dificultad para que cantáramos hasta quedarnos sin voz.

El amor y la enfermedad (relato)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora