Mi culpa

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— Mientes... ¿Cierto? — Sus ojos, repletos de aquel líquido salado, se mantenían firmes sobre el varón. — Esto es una broma ¿cierto? —

— ¿Alguna vez he bromeado? — Reiji limpió el cristal de sus anteojos con cuidado. — Siempre hablo en serio, ya deberías saberlo —

— Shuu — con un hilo de voz, llamo al rubio. — Shuu, dime que está mintiendo —

A diferencia de su hermano, el rubio guardó silencio, afirmándole a la fémina que lo que decía el contrarío, no era más que la verdad.

— Pero ella... Ella siempre ha sido tan buena... ¿Cómo es posible que...? —

Y en ese momento, lo recordó. Recordó cada momento en el que su madre se puso nerviosa o a la defensiva con la sola mención de aquel par. Recordó cada conversación que se volvía incómoda y como su madre las evitaba.

Y lo peor. En ese momento se dio cuenta de las sonrisas forzadas de su madre, al mencionar a sus hermanos.

Y eso la hizo enojar; no era justo. Se podía ver de cualquier perspectiva y no había motivos suficientes para justificar las acciones de aquella mujer, la cual le juraba amor eterno; sin dudarlo.

— ¿Por qué...? — Kata apretó sus puños. — ¿Por qué no me lo contaron antes? —

— Esa mujer nos daba tiempo limitado— el rubio fue el primero en argumentar en defensa de ambos. — Había que escoger y había prioridades —

— Ciertamente — Reiji se puso de pie. — Era escoger entre pasar el rato contigo, tranquilamente o — caminaba hacia la joven que lo miraba con pena en sus ojos. — Traerte a la realidad y que se nos prohibiera verte —

— No nos arrepentimos de hacerlo de esta forma —

Pero Kata sí. Se sentía igual de culpable que su madre. Puede ser que antes de su nacimiento, ya las cosas estuviesen tensas más, tras su llegada, todo empeoró.

Estaba triste.

Estaba triste por sus hermanos.

Estaba molesta.

Estaba molesta con su madre.

Pero estaba más molesta con ella misma, todo esto era su culpa. Evitó que una madre y sus hijos se reconciliaran, con su sola presencia.

— Esto es mi culpa —

†††

— No seas tonta, hija. Nada de esto es tu culpa — Beatrix veía a su pequeña desde el umbral de la puerta. — Si alguien es inocente aquí, esa eres tú —

— No... — su voz se escuchaba vacía. — Si tan solo... No hubiera llegado... — la joven desprendía un aura depresiva, tan intensa que podría llegar a tocarla. — Si tan solo... No hubiese nacido —

— ¡Kata! — el grito de su madre y la inesperada sacudida que recibió su cuerpo la hicieron volver en sí. —

— ¿Ma...? —

— ¡Escúchame! — Beatrix sujeto el rostro de su hija. — Nada de esto es tu culpa, nada... Yo soy la única responsable, no te atormentes por algo que no has hecho —

Y lloró. Lloró mucho, igual a cuando tan solo era una niña. Lloró en los brazos de su madre, que trataba inútilmente de consolar su llanto y tristeza.

Ese era el problema de Kata, podía llegar a sentirse culpable por algo que no debería. Se vuelve impredecible, distante y silenciosa; es irreconocible.

Esto, era algo que le pesaba a Beatrix, verla sufrir, le hacía más daño a su persona, mucho más de lo que cualquiera podría imaginar. Era su niña, no podía verla sufrir.

La hija de Beatrix SakamakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora