- ¡No, papá, por favor, no!
Recuerdo esas palabras como si las hubiese dicho ayer, como si por decirlas ese cabrón de mi padre me hubiese salvado por pronunciarlas. ¿Que por qué tanto odio hacia mi padre? Porque ese hijo de puta me vendió a una banda de delincuentes que se dedicaban a echar a dos críos al ring y hacerles luchar hasta la muerte. Yo sigo aquí, sigo vivo, pero no gracias a él, no gracias a mi padre.
A día de hoy soy un tío de treinta y dos años lleno de tatuajes y piercings que, mientras se fuma un cigarro, le escribe una carta a su padre para decirle que su pequeño Taylor ya no es tan pequeño y que, aunque no le importe, estoy bien, pero no gracias a ti papá.
Que esto no te quite el sueño,
Taylor.