Muerte, ¿dónde está tu victoria?

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《Oh, muerte. ¿Dónde está tu aguijón?》

El relato que has de leer puede parecerte una fantasía, un cuento inventado por madres dispuestas a atormentar a sus hijos enamorados. Una simple historia que es contada. De generación en generación se ha cambiado su origen, más esta vez, puedo asegurarte su autenticidad.

Venecia, 1900.

Amargo. Ese era el sabor del vino que degustaba en este momento. Odiaba ese sabor, pero estaba deseoso por abrumar sus sentidos.

Apuró el contenido de su copa, mientras se deleitaba con las vistas.

Se acomodó mejor en su silla, su espalda comenzaba a dolerle. Un grupo de jóvenes le sonrieron, no las reconocía bajo las pintorescas máscaras que llevaban, sin embargo la máscara estaba abierta en la parte inferior de sus rostros lo que significaba que no estaban casadas. Una de ellas le sonrió inclinándose hacia adelante en una corta reverencia, apreció mejor el escote de su vestido. No les sonrió de vuelta, y ellas volvieron a su cotilleo. Sabía que esperaban que él se acercara. No lo hizo.

Espiró, odiándose a sí mismo. La celebración iba viento en popa, y aquí estaba él. Amargado y solo.

Miró a todos con desprecio, las parejas se movían en la pista al son de la música dejándose llevar y no importándoles quién los observaba. En los rincones las parejas se perdían en la oscuridad disfrutando de los placeres que les eran prohibidos durante el día.

Todos eran unos hipócritas. Seguramente ahora los labios que besaban, los cuerpos que tocaban eran los mismos que despreciaban en el día. Venían aquí usando una máscara y fingían que eran iguales. Se perdían en sus pasiones y luego ignoraban que habían sucedido.

Es por esto por lo que decidió no llevar máscara hoy, él era dueño de sí mismo, no al revés.

Eso era lo que se decía. La verdad de su angustia era el joven al que esperaba. Cada año participaba en estas festividades, este año siendo él anfitrión. Cada año buscaba el rostro que veía en sus sueños. Al final desistía y se marchaba a casa con un joven al que tocaría, besaría y le haría el amor viendo en él el rostro de otro.

Sintió un escalofrió y se abrigó más bajo su chaqueta negra. El invierno los había azotado con fuerza y todos temían que la laguna se congelaría permitiendo una invasión. Miró por las ventanas, estaba nevando. Dispuesto a marcharse, se levantó de su lugar.

Las puertas se abrieron y la fría corriente entro haciendo que las lámparas de gas tintinearan.

Ahí estaba, la presencia que lo había atormentado desde que era un pequeño.

Recordó la primera vez que lo vio.

Era un pequeño niño, lo suficientemente curioso como para correr por los canales. Corría feliz como había hecho cientos de veces, esta vez sus ojos captaron un reflejo dorado. Intentó ver más de él, pero todo se oscureció en instantes. Se resbaló, su cabeza chocó contra las rocas, la sangre comenzó a teñir las aguas. Sintió como sus sentidos se apagaban y haciendo uso de una fuerza que no sabía que tenía, se impulsó saliendo del canal. Escupió el agua, sus pulmones dolieron y la sangre aún corría de su nuca. Los gritos llenaron el lugar, brazos lo rodearon mientras lo examinaban, pero él solo era consciente de los ojos dorado-verdoso que lo miraban con asombro y algo de curiosidad.

La segunda vez, fue mucho más duro. Tenía diez años cuando su madre enfermó. Día a día su cuerpo se fue marchitando, hasta que el mero hecho de respirar era doloroso para su madre. El joven de cabello negro y ojos gatunos regresó a su vida la tarde en la que Maryse Lightwood falleció. Él, desesperado había buscado abrigo en los brazos del joven, se apartó de él. Y no lo vio de nuevo hasta dentro de unos años.

LA BELLA MORTE (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora