I Do Love You | Johnlock

I do love you

Es un experimento. Sólo eso.

Lo continúo repitiendo todo el tiempo. Aún más cuando siento una desconcertante agitación en el estómago cuando John me mira; o cuando no lo hace y siento esa desazón indescifrable en el pecho.

El amor es un defecto químico en el cerebro, así que es imposible que yo sienta algo como eso. Por lo tanto, insisto en que el hecho de que haya aceptado salir con John no es más que un experimento para estudiar el comportamiento humano: el suyo.

Soy consciente de lo que John siente, es muy evidente. Cada una de sus acciones dirigidas a mí cargan un remolino de sensaciones que parece envolverlo todo, y es confuso.

Pero ahora no puedo pensar con claridad, porque John me está mirando.

Sus iris de un increíble color verde no se apartan, casi no parpadean, no disminuyen la intensidad. De nuevo siento la agitación en mi estómago, ¿qué sucede conmigo?

—Sherlock —me llama. Su voz es suave y armoniosa, me hipnotiza de alguna forma.

No respondo.

Él se para del sillón en donde hace unos segundos escribía en su laptop (pero que ahora descansa cerrada sobre la mesa) y se acerca a mí, que estoy parado cerca del mostrador de la cocina.

Un reflejo de luz hace brillar sus ojos —esos cargados de seguridad y vehemencia— y soy capaz de percibirlo.

Pupilas dilatadas. Una reacción involuntaria que obedece a un incremento emocional positivo: a John le gusta lo que ve.

Es así cada vez que posa su mirada en mí. Ya sea en una escena del crimen; caminando por la calle a paso sosegado; sentados en el asiento trasero de un taxi lado a lado; o en la privacidad de nuestro departamento donde ni el murmullo del exterior puede alcanzarnos. En su mirada, distingo una calidez única y una felicidad innata que solo puede provenir de este enigmático sentimiento.

Y lo sé, John me ama.

—Sherlock, ¿estás bien? —me pregunta, mi boca se abre, mas no sale ni una palabra.

Como cada vez que me habla, sonríe y sus ojos parecen iluminarse. Una entrañable expresión ocupa su rostro y me desconcierta. Solo soy capaz de analizarlo una y otra vez, como si haciendo eso, los resultados fueran a cambiar. Su voz resuena en mi cabeza, como una melodía en constante cambio.

—¿Por qué no lo estaría? —musito tratando de permanecer sereno, de despejar mi mente.

No resulta del todo.

—Estuviste mirándome desde que entré aquí, y cuando te pregunté qué sucedía no respondiste —habla impasible.

Debo admitirlo, John se ha vuelto mucho más perspicaz. Es observador, y me conoce bien.

Pero éste es mi juego, no el suyo.

—No me pasa nada. No es nada —pronuncio, intentando que no le preste atención a mi tono apresurado y a que he estado evitando su mirada.

Sin embargo, ahora no pronuncia palabra alguna. Suelta un suspiro, extiende su mano y alcanza la mía. Al comienzo el contacto es exiguo, como si esperara una reacción renuente de mi parte que le indique que se aparte, pero no la hay. Las yemas de mis dedos rozan el dorso de su muñeca y logran palpar un tenue golpeteo intermitente, pero al cabo de unos segundos, nuestras palmas se juntan, y nuestros dedos se entrelazan forjando una unión.

«John, tu pulso acelerado te delata», pienso, pero eso solo me hace sentir inseguro y no sé si quiero empezar a descifrar esto.

Se aproxima más a mí, tan cerca que siento su cálida e irregular respiración en mi cuello. Antes ya lo había hecho, cuando llegaba del trabajo o al despertar en la mañana; sin embargo, por alguna razón esto se siente diferente. Y como en todas esas ocasiones, mi cuerpo se estremece y mis nervios se crispan. Distingo su aroma y de repente me encuentro pensando que es fascinante.