1. Flores en mármol

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Era ridículo, por supuesto.

En el momento que Eugene se lo mencionó, no pudo evitar la carcajada que escapó desde el centro de su pecho, ni la mirada de exasperación que recibió. Hubiese sentido admiración hacia los griegos y su creatividad en leyendas si no hubiese tenido conciencia de que en su país había unas cuantas, de variados grados de inverosimilitud, que sobrepasaban con creces la de estos isleños.

Era su tercer día en la isla de Euboea, en Grecia. Había viajado allí desde su pequeño país latinoamericano para conocer en persona a su mejor amigo desde hacía siglos. Se habían conocido en un servidor de Minecraft alrededor de los 11 años y habían sido inseparables desde entonces, comunicándose por tantas redes sociales existiesen. Ella le había ayudado con su español y él se había encargado de poner en práctica sus niveles de paciencia. Eran un dúo de comedia, pero su amor fraternal iba más allá de las diferencias en sus personalidades.

-¡Vigilancia permanente!

Bueno, la mayoría del tiempo.

-¡¿Que coño te pasa?! ¡Enfermo!- intentó desesperadamente quitar los restos de helado de su cabello, pero era tarde. Las tres horas gastadas sentada en el inodoro mientras Eugene ondulaba su corto cabello castaño se habían ido a la mierda tan rápido como el bienestar de sus rizos.

-Quién le manda a juzgar leyendas de los griegos- su extraño acento nasal combinado con la terrible gramática de aquella oración hicieron que una respuesta sarcástica y probablemente hiriente picara en su lengua, pero el recuerdo de la ridícula leyenda hizo que su respuesta cambiara a último minuto.

-Pero es que no tiene sentido. Una estatua,- dijo, con la voz que usaba para recitar poemas en sus clases de actuación, mirando al horizonte con expresión romántica- en el medio de la absoluta nada, esperando pacientemente durante siglos por el príncipe azul que la salve de las sucias manos de los turistas que se dedican a manosearla todo el día. Realmente una vida admirable- su tono melodramático y su comentario sarcástico hicieron a su amigo soplar por la nariz, en una de esas risas extrañas que salen cuando algo es gracioso pero no lo suficiente para merecer una carcajada. Igual lo tomó como una victoria.-. Es más, probablemente sea el sitio más sucio de toda esta isla. Imagínate cuántos hombres peludos y con sobrepeso se secan el sudor de las bolas y luego le agarran las manos. Dudo que alguien se encargue de desinfectarla de vez en cuando. Si tienes suerte capaz toques algún resto del semen de Hércules.

-Solo tú vienir a Grecia y pensar en bolas sudorosas- la nariz arrugada de su amigo contrastaba con la pequeña sonrisa que amenazaba con aparecer, y sus manos apartaron con rapidez los rizos caoba de su frente.

La leyenda era simple. Una hermosa doncella, en los tiempos aquellos donde Grecia reinaba, no era exactamente lo que se esperaría de una mujer de su clase. Enamorada de la costa y los bosques que la rodeaban, constantemente se escapaba de su hogar para merodear por sus alrededores, con solo la luna de compañera. Cuando era cuestionada por sus acciones, proclamaba que se encontraba en búsqueda del amor de su vida, de su alma gemela, del que convertiría sus días en paseos por el Edén y sus noches en infinitas aventuras. Sus padres insistían en que era cuestión de tiempo, de madurez. Que faltaba poco para que empezara a cumplir con las expectativas y dejará atrás los ridículos cuentos de hadas. Todo hasta que la curiosidad comenzó a llamar al gato, y una noche de aquellas, la joven se metió por el camino equivocado.

Algunos dicen que fue el puro instinto, otros aseguran que fue la mano del destino moviendo sus hilos, mientras que los más fantasiosos hablan de luces magistrales que la guiaron a través del bosque oscuro como un anzuelo jala de sus presas a su condena. En poco tiempo se encontró perdida, sin reconocer siquiera las plantas a su alrededor, ni sus colores extravagantes. El miedo la inundó por cortos momentos, hasta que entre largos arbustos de formas extrañas vio la vacilante luz de un antorcha. Entonces lo vió, aquél al que su corazón llamaba, sentado frente a una cabaña oculta entre distintas plantas. Un muchacho que le quitó el aliento con la familiaridad de sus facciones, que hizo que una ola de calidez se extendiera desde sus entrañas hasta la punta de sus dedos. Hermoso, perfecto y demasiado despistado como para notar su presencia, ocupado en lo que parecía una tarea de campo. Allí pues se quedó, minutos, horas, escondida en la seguridad de las hojas mientras su corazón amenazaba con escapar sus costillas. Antes de irse se encontró pensando en cuándo volver, y se aseguró de marcar su camino mientras seguía sus pasos de vuelta a la parte del bosque que ya conocía.

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⏰ Última actualización: Jun 24, 2020 ⏰

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