Barco varado.

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Era otoño, el viento estaba fresco y golpeaba contra la ventana. Yo estaba sentada en el sofá, bebiendo una taza de té, mientras ojeaba el periódico. De casualidad vi que habían colocado entre los anuncios de ocasión el mío; donde anunciaba que estaba en búsqueda de una roomate para mi departamento, es decir, una compañera con la cual compartirlo, y no sentirme tan sola. Estaba leyendo el anuncio, luego alcé la vista y vi al frente de mí ese estúpido cuadro que originaba todos mis males y depresiones. Era un cuadro donde se veía un barco varado a la orilla del mar, el cielo en conjunto con el océano tenía un contraste de colores; por una parte estaba el cielo con colores cálidos y encendidos que formaba el ocaso, pero se contraponia con los tonos grisáceos y opacos que tenía el tono del mar. Al verlo me daban ganas de llorar, me provocaba nostalgia, melancolía y un poco de náuseas, ya que no sólo era la sensación de mirar ese maldito cuadro al fondo de la pequeña sala de mi departamento, sino que ese maldito cuadro representaba muchas cosas para mí. Mucha gente me decía que me deshiciera del cuadro y del departamento si eran la causa de mi malestar, pero no podía hacerlo, ya que aunque los detesto, significan algo muy importante para mí, que tal vez nadie pueda comprenderme, porque no han vivido lo que yo viví...
Tanto el cuadro como el departamento, tenían fragmentos y eran el único recuerdo que conservaba del hombre que más había amado en mi vida, aquél al que le di todas las armas para destrozarme y hacerme pedazos, de matarme, demolerme, destruirme y ni siquiera pudiera yo defenderme. Le di todo lo que pude, mi vida entera. Lo había amado hasta olvidarme de mí misma, de mis sueños, de mis ilusiones, de mis aspiraciones, de mi familia, de mis amigos, de mis pasatiempos...
Lo amé de la única manera que pude hacerlo, hasta la locura, entregarme a él cuerpo y alma fue poco, tal vez no fue suficiente y por eso se marchó. Así como llegó a mi vida sorpresivamente, de la misma manera se fue para siempre. Quizás sus actitudes de indiferencia, frialdad, apatía, lejanía, eran una señal o profecía, pero estaba ciega al amarlo, no me quería dar cuenta o de verdad no veía lo que sucedía.
Todavía recuerdo cuando todas las mañanas lo llamaba para desearle los buenos días, en su voz se notaba enfado y desagrado, yo solía confundirlo con el cansancio de su trabajo y justificaba su hartazgo. También solía enviarle mensajes de texto, pero él muy pocos contestaba o se daba la molestia de leerlos. Esas señales eran claras y no quise verlas, creía que no hacía las cosas mal, que lo amaba de la única forma que sabía y podía amar, y que aunque quizás él no me amaba de la misma manera, algún día iba a conseguir que me amara.
Lo que más me dolió cuando se fue, es que todos los intentos que hice por ser amada por él, fueron en vano. Que todos los besos, caricias y noches compartidas las hubiera arrojado al basurero junto con mis sentimientos. Sentí un dolor profundo en mi ser, ya no era la misma, estaba como muerta en vida. Lloraba todas las noches cuando pensaba en él y en su inexplicable ausencia, por más que quise localizarlo y buscarlo, no pude encontrarlo. Lloré hasta que de mis ojos no salía ni una lágrima más y sólo de mi pecho salían sollozos ahogados. No quería vivir sin él, aunque traté incluso sustituirlo, no pude. Por más que mantenía la ilusión que alguien más me hiciera sentir viva como él, de querer reemplazar sus dedos largos y resbaladizos sobre mi espalda, encontrar su mística mirada en otros otros ojos, estremecerme en la calidez de otros brazos, saciar mi sed con otros labios, acariciar sus cabellos castaños, ver en otras caras su media sonrisa, impregnarme de su fragancia mezclada de amizcle y sudor, que me dijeran al oído palabras en francés como él me las decía después que hacíamos el amor, despertar sobre otros pechos, que no eran como el suyo, con ese toque bronceado y pecas... Estuve con otros, y el principio me sentía plena, mujer, resucitada, pero al terminar la euforia, al estar sobria y consciente de lo que había sucedido al salir del bar, me daba cuenta que sólo eran compañeros casuales, y no eran a quien yo buscaba en realidad, y en lugar de disipar el dolor, aumentaba más y estaba incompleta, vacía.
Ya casi había anestesiado el dolor de mi alma al mantenerme distraída con mi trabajo y mi maestría en finanzas y economía. Me había olvidado casi de él, su abandono, mi dolor, los amantes casuales, la soledad, mi departamento solo, y el cuadro del barco varado. Pero al ver ese cuadro, volví a caer en la cuenta de ese pasado que tenía como bloqueado en mi cabeza, ya que es lo único que conservo todavía de él.
Aún recuerdo cuando me lo regaló, fueron esas últimas vacaciones que pasamos juntos en la costa todo un fin de semana. Recuerdo que le gustaba irse de aventura conmigo de repente y sólo me llevaba en su coche y ni equipaje llevábamos, si acaso algún abrigo o suéter por si al anocher refrescaba. Él solía rentar algún cuarto pequeño durante nuestra estancia. Siempre organizabamos un itinerario de viaje: las mañanas eran para ir a almorzar al mercado y conocer el lugar; por las tardes comíamos en algún restaurante típico del lugar, caminar por la playa y nadar, y al anochecer nos íbamos a cenar y después hacíamos el amor como un par de recién casados, terminabamos la faena agotados. En mi mente siguen intectas esas bellas imágenes al amanecer, cuando abría los ojos, miraba el cielo claro que se confundía con el mar por la ventana, los barcos navegando y se escuchaban las gaviotas cantar, luego volteaba y lo miraba a él yaciendo a mi lado, desnudo, enredado con la sábana en su cuerpo, abrazado a mi cintura y sus ojos cerrados, su gesto era sereno, los rayos matitunos del sol iluminaban su cara, casi parecía un niño. Era la escena perfecta, la que quería que se mantuviera igual por el resto de mis días... Justo esa mañana hicimos lo que la rutina de siempre cuando salíamos, y en la tarde, cuando el cielo se empezaba a oscurecer, fuimos a caminar por el malecón. En esa ocasión había una pequeña exposición de arte, de gente originaria de esa comunidad, y le sugerí a Fernando que fuéramos a mirar los cuadros, él acepto y nos pusimos a observar cada uno de los lienzos que estaban expuestos, había muchos, más de cincuenta, con unos treinta expositores. La temática de los cuadros eran en relación a esa región y a sus actividades económicas, cuestiones sociales y culturales. Había muchos en relación a la pesca, turismo, artesanías, niños medio desnudos a la orilla del mar, mujeres gordas cargando ollas de barro y de fondo las callecitas pintorescas del lugar, el mar, amaneceres, barcos... pero en especial el cuadro del barco varado me había llamado la atención, porque los colores del cielo eran vivos, rojizos, amarillo, anaranjado, pero me pareció curioso que entre los colores vivos del cielo, se mezclara con el tono opaco y grisáceo que tenía el mar, dándole al barco cierta apariencia sombría, de soledad. Al ver el cuadro quedé como hipnotizada al ver que parecía el barco tan real que casi parecía que se podía tocar o fuese una fotografía por los colores, brillo, exactitud y simetría del barco y el efecto liviano que tenían sus velas, el movimiento de las olas del mar que simulaba agua de verdad. Me había encantado, y animé a Fernando que lo comprara sin importar el precio que tuviese el cuadro. Costó como $3000 , y lo que más me sorprendió fue conocer al joven pintor, un chico delgado, moreno, humilde, de estatura baja, con apariencia de un niño de 12 años, aunque realmente tenía 25 años, era de mi edad. Lo felicité por su trabajo y sonriente me agradeció, luego nos fuimos y no supimos más de él. Lo único que sigo recordando del pintor es lo que me dijo cuando le pregunté en qué se inspiró cuando hizo ese cuadro, y me respondió con seriedad:- Ese cuadro, aunque no lo parezca, trata sobre amor. A simple vista no se nota, pero cada elemento representa algo, por ejemplo, el ocaso en el cielo es vida, pasión, ilusión, calma. Sin embargo, el océano es nostalgia, tristeza, melancolía, y el barco varado representa al ser humano, ya que es firme, pero puede estar en altamar o hundirse, depediendo para donde se dirige.- Me quedé boquiabierta con su explicación, y más que un pintor ese chico era un pequeño filósofo. Al principio no comprendí ese sentido que tenía el cuadro, pero al estar de nuevo observándolo, ya que mi vida había cambiado, comprendí que ese pintor era un sabio.
Con Fernando me sentía como un barco en altamar, sin él estaba hundida, pero ahora me sentía quieta, como el barco varado del cuadro, sin rumbo, ni dirección, estática, sin saber más nada del amor.

Besos, caricias y noches compartidas con él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora