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La dinastía Nakamoto era una de las más importantes de Japón, no solo por las grandes hazañas de los miembros, sino también por su gran liderazgo durante el reinado de cada uno de los emperadores.

Nakamoto Yuta iba a ser coronado emperador dentro de una semana.

Su padre estaba a punto de fallecer debido a una enfermedad que contrajo hace dos años. El emperador pensó que era una señal divina para dejar a su hijo heredar la corona, y así lo hizo, su hijo gobernaría el reino desde ahora.


Ahora mismo, el único hijo de la familia Nakamoto estaba dando clases con su maestra, quien le estaba enseñando como debería comportarse desde ahora y cómo iba a ser la coronación. En la mima habitación se encontraba su siervo chino, quien estaba limpiando silenciosamente sus ropas.

—Veo que ha mejorado bastante la escritura señorito Nakamoto —le felicitó la mujer y empezó a recoger los materiales—. Mañana seguiremos con las maneras en la mesa —hizo una reverencia para marcharse.

Nada más salir, Yuta se relajó de su pose erguida soltando un sonoro suspiro, haciendo reír a Sicheng. El japonés se acercó hasta él para descansar en sus piernas, el menor dejó el trabajo y empezó a acariciar el pelo de su amo con dulzura.

—¿Está cansado mi señor?

—¡Es un rollo dar clases! —se quejó pasando su mano por su cara en señal de cansancio—. Ojalá hiciéramos cosas más divertidas, la señorita Meiko es genial, pero lo que me enseña es aburrido —el más bajo se rió por el puchero que hizo.

—Pero ese es su deber.

—Ojalá no lo fuera, me gustaría vivir contigo en otra parte —el pelinegro sonrió ampliamente.

—Pareciera que esta vida no le gustase —rió para seguir con su trabajo aún con Yuta en su regazo—. No debería quejarse tanto mi señor, después de todo ha nacido en cura de oro —no quería hacerse el pobrecillo, pero ya que el mayor nació en una familia tan poderosa e importante debería aprovechar lo que tiene en estos tiempos tan duros donde la diferencia entre clases sociales es brutal.

—Tienes razón... —se incorporó para abrazar la pequeña espalda de Sicheng y apoyarse en su hombro, viendo el trabajo que hacía.

Se sintió mal.

Ver como las delicadas manos del joven se resecaban y agrietaban por lavar su ropa le dolía. Un joven tan hermoso como él no tendría que estar haciendo esto, debería ser un rey en china o algo, porque su belleza era como uno.

Yuta aún recuerda la primera vez que conoció al pequeño, solo tenía 14 años y él 24. Por lo joven que era le costó adaptarse al trabajo, pero con el paso del tiempo mejoró en prácticamente todas sus labores. Los dos sintieron un flechazo cuando sus ojos se encontraron, el príncipe se enamoró perdidamente de él y al poco tiempo empezaron a encontrarse todas las noches en los aposentos del mayor.

En cuanto a Sicheng, él tuvo miedo cuando sus padres dijeron que iban a escapar a Japón. La región donde vivían estaba e guerra y muchos de su pueblo tuvieron que irse a otros países y ciudades para salvarse. Cuando llegaron tuvieron que buscarse la vida, afortunadamente sus padres encontraron trabajo como sirvientes, la pena es que tuvieron que arrastrar a su hijo con ellos.

Pero todo dio igual cuando calló ante el hijo de los Nakamoto, teniendo una relación prohibida con él.

—Sicheng... —susurró en su oído mientras empezaba a bajar su yukata, exponiendo su hermosa piel bronceada.

—Señor... —intentó detenerlo, pero cuando sus labios tocaron su cuello sabía que no podía hacer nada más que rendirse.

Justo cuando le iba a quitar por completo su vestimienta, la silueta de su maestra hizo presencia. El príncipe se alejó como un rayo y el chino acomodó sus ropas lo más rápido que pudo y siguió con su labor de lavar.

—Señorito Nakamoto —dijo su maestra después de hacer una reverencia—, esta hermosa mujer es hija de la familia Miyawaki, se llama Miyawaki Sakura. Será su esposa después de la coronación, su padre la eligió personalmente.

—Déjenos a solas —interrumpió la hermosa joven.

—Sí —hizo una reverencia—. Mi señor —se marchó.

—Dije que quería estar a solas —miró a Sicheng y este paró de inmediato.

—Lo siento —hizo una reverencia—. Mi señor —se dirigió hacia Yuta para levantarse y salir.

—¿Qué quiere?

—Quiero conocer a quien será mi futuro marido —la chica se acercó más, dejando sus rostros bastante cerca—. Es usted todo un hombre, príncipe. Será un honor ser su esposa —Yuta no contestó, solo se quedó mirando el delicado rostro de la muchacha—. ¿No dice nada?

—Yo...

—¿No soy lo suficiente? —la cara de la chica se deformó a una triste, dejando caer lágrimas— ¡Lo sabía! ¡Soy una desgracia para la familia! —Sakura salió corriendo, dejando al mayor pegado en el suelo sin saber que es lo que había pasado.

Después de un rato intentando procesar lo que había pasado, oyó unos pasos rápidos. La puerta se abrió dejando ver la figura de su maestra.

—Señorito Yuta, no puede rechazar a la hija de los Miyawaki. Tienen un importante papel en el país también, será lo mejor. Sino, tendremos que cambiarnos de hogar y conseguir nuevos criados —el rostro de alto se alzó con un miedo ocultado tras una cara expectante—. Escuche, desde que su padre, el señor Nakamoto, se enfermó la cantidad de riquezas a bajado. Hasta que no consiga alguna hazaña que atraiga más aliados que estén dispuestos a pagarle, tendrá que compartir la riqueza con la familia Miyawaki.

Yuta simplemente asintió entendiendo su situación y salió en busca de la princesa. No por el honor de su familia, no por las riquezas, él no soportaría separarse de Sicheng. No después de todas esas noches juntos, no después de esas miradas cargadas de dulzura, no después de haber encontrado el amor.

Finalmente encontró a la princesa en uno de los aposentos reales de su casa, era un aposento que tenían para los futuros hijos del menor, ya lo habían preparado todo.

La joven se encontraba llorando en el futón de manera desconsolada. El alto se acercó y la sobó el hombro, asustándola al principio pero después se aferró a su robusto cuerpo.

—Príncipe.

—Princesa, yo no pretendía rechazarla, es solo que su belleza me cortó la respiración y no supe que contestar —levantó su cara limpiando los rastros de lágrimas.

Se sintió culpable.

Una chica tan joven y bella no se merecía esto. Ella debía ser feliz con el hombre de quien se enamorara y no entrometerse en esta vida tan dura de la realeza a tan temprana edad.

—Princesa... —Yuta empezó a bajar su kimono, capturando sus rosados labios.

La pequeña no supo muy bien que hacer, simplemente se aferró a los hombros del otro, soltando de vez en cuando suspiros cuando los labios del otro bajaron desde su cuello a su pecho.

—Señorito Yuta... —los dos cayeron al futón y sabían que ya no iba a haber vuelta atrás.

A Nakamoto le dolía traicionar a Sicheng, pero era su deber como próximo emperador, no podía dejar ir a Sakura.

Lo que no sabía es que el criado chino observaba con lágrimas en los ojos como su amante acariciaba a otra persona. Corrió hacia su cuarto y se dejó caer en el futón llorando desconsoladamente.

Mi emperador [Yuwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora