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El día de la coronación por fin llegó.

Todos sus sirvientes acomodaron todos los preparativos en el gran salón donde daría lugar la ceremonia y la posterior celebración.

Se levantó temprano para ser vestido con el kimono preparado especialmente para él. Su madre lo encargó cuando empezaron a preparlo todo, este estaba hecho a medida, era negro con ligeros toques dorados.

Sicheng fue quien dio los últimos toques a su traje, todo ello bajo la atenta mirada del mayor.

Después de la noche con la princesa Sakura, Sicheng no le había vuelto a dirigir la palabra, ni siquiera pasaban juntos en la misma habitación. Yuta sospechó que les había visto e intentaba hablar con él, pero este huía cada vez que se miraban a los ojos.

—Sicheng... yo...

—Ya está listo mi señor, me retiro —hizo una reverencia y se dispuso a salir, pero un brazo le paró—. Señor...

—No te vayas, déjame explicar.

—No tiene nada que explicar, solo intimó con su futura mujer, yo no soy nadie —el mayor no lo soportó y pegó sus labios bruscamente.

—No permitiré que digas esas cosas de ti. Eres importante para mí.

—Yo... —el pequeño se soltó de su agarre y salió corriendo.

—Sicheng...


...



—Nakamoto Yuta. Tengo el honor de coronarlo como el próximo emperador de la dinastía Nakamoto —puso el gorro tradicional típico de los emperadores y todos se arrodillaron ante el nuevo emperador de la región.

No mucho después los cantos y vítores se hicieron presentes. Los criados empezaron a traer la comida y los demás brindaban por su nuevo emperador.

Aunque a Yuta le gustaba el ambiente energético, se fue a sus aposentos, excusándose con que quería un tiempo a solas y que más tarde volvería.

Nada más llegar se quitó el sobrero y abrió la puerta exterior, observando el campo del otro lado. Se quedó disfrutando de la soledad hasta que alguien llamó a la puerta.

—Adelante —cuando vio de quien se trataba sus ojos se abrieron.

Era Sicheng, y este traía puesto un kimono negro femenino floreado, además de llevar una flor roja en el pelo y llevaba los labios pintados.

Sicheng se había convertido en la emperatriz más hermosa que había visto nunca.

—Yo... —el menor miró al suelo por un momento para correr hacia él y envolver sus brazos en el robusto torso—. Lo siento mucho mi señor, nunca debí haberle ignorado de esa manera, fue una total falta de respeto hacia usted —soltó pequeñas lágrimas mientras enterraba su rostro en su pecho.

—Sicheng... —el alto abrazó fuertemente al joven y le plantó un beso en la coronilla—. No pasa nada, entiendo como te sentías, pero quiero que sepas que eres al único que amo.

—Señor Yuta —el chino le tomó del rostro para hacer que sus miradas se encontrasen—. Tómame, tómame como si no hubiera un mañana.

Sin pensarlo Yuta juntó sus labios de manera pasional. Había echado de menos a su amante después de días sin verse.

El japonés tomó su cintura y lo elevó para poder tumbarse en el futón.

Allí empezó a bajar sus labios por el cuello moreno, dejado pequeñas mordidas y empezó a desabrochar el bello traje. Lo hizo de manera que se viera el cuerpo del chino pero que no se le quitara completamente, quería hacerlo suyo con el kimono y todo puesto.

Sicheng suspiró pesadamente cuando tomó uno de sus botones en su boca, jugando con el otro. Los labios del ahora emperador sabía perfectamente sus puntos débiles y le hacía disfrutar de una manera que nadie podía imaginar. Porque no era lujuria, era por la pasión del amor ardiente que sentían ambos.

—Desvísteme —el peli negro se sentó y guió el pequeño cuerpo a su regazo—. Hazlo —dijo demandante.

El criado no tardó en acatar la orden e hizo lo mismo, dejando a la vista la parte frontal de su amor y empezó a proporcionarle besos por todo su cuerpo, dejando leves marcas rojas de sus labios.

Yuta suspiraba mientras pasaba sus manos por todos los rincones del chino.

—Voy a... —anunció el japonés y guió sus manos hacia la entrada rosada.

—¡Yuta! —gimió agudo cuando introdujo un dedo, pero luego se tapó la boca asustado—. Yo... lo siento... —se disculpó por no haber usado ningún honorífico hacia su amo.

—Dilo otra vez, me gusta —susurró para seguir con su labor de dilatarlo a la vez que le besaba suavemente el cuello para distraer el dolor. Esta vez le volvió a tumbar para facilitar su acción.

—Yu... Yuta... —dijo entre gemidos—. Hazme tuyo... para siempre...

—Ya lo eras —los dos se miraron con amor para besarse—. ¿Listo? —el otro solo asintió, aferrándose al kimono ajeno.

El mayor introdujo su hombría, haciendo gemir a ambos, y siguió besando a su pequeño para distraerlo.

—Voy a moverme.

Empezó con embestidas suaves, deleitándose con los agudos gemidos de su amado, cuando lo vio oportuno, aumentó el ritmo.

Nunca podría cansarse de su cuerpo. Seguro, no era el de una mujer, pero a él le encantaba igualmente, era delicado, hermoso, con algunas curvas, era simplemente perfecto. Desde su primer encuentro, el cuerpo de su criado se volvió como un afrodisíaco, quería más, quería todo de él.

—Yuta... te... a... te amo —dijo el joven entre gemidos y rodeó el cuello de su mayor para sonreírle—. Déjeme amarlo... quiero... que... sienta... mi... amor.

El emperador simplemente se dejó tumbar y Sicheng tomó el control, dando lentos pero profundos saltos, disfrutando del momento de intimidad con su amando. No mucho después Yuta cambió la posición, colocándose detrás de él, consiguiendo fuertes gemidos por parte del otro.

—Te amo, Sicheng —besó sus omóplatos y bajó por su espalda, mandando escalofríos al chino—. Date la vuelta, quiero ver tu cara.

Cuando volvió a ver la cara pintada de placer, el japonés no lo pudo evitar y le besó profundamente, intentando transmitir todos sus sentimientos, quería que el pequeño supiera cuanto le amaba, que solo él era el único en su corazón.

—No puedo más —el peli negro tenía pequeñas lágrimas por el placer—. Voy... a... —se aferró fuertemente al traje de Yuta cuando liberó su semen entre los dos cuerpos.

—Sicheng... yo también... —sus palabras se cortaron por el gruñido que soltó cuando llegó al orgasmo, liberando su esencia dentro de la entrada del menor.

Cuando normalizaron sus respiraciones, el mayor se dejó caer suavemente, dejando su rostro en la curvatura de su cuello.

—Te amo Sicheng, debes saber que eres el único que hace que mi corazón palpite de esta manera. Eres el único al que amo, aunque me case con Sakura tu siempre serás el único —confesó con una sonrisa.

—Yuta... —el otro sonrió ante su tierna confesión—. Yo también te amo.

—Ahora hazme caricias, te lo ordeno como tu emperador —mandó haciendo reír al peli negro.

—Como ordene, mi emperador —le plantó un beso y llevó su mano a su pelo, para empezar a dar suaves caricias.

Mi emperador [Yuwin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora