Preparo la maleta para volver a la "civilización". Después de ocho meses en el hospital psiquiátrico vuelvo a casa. Todo comenzó una noche de Julio en una fiesta. Recuerdo todos y cada uno de los detalles de aquella oscura noche. ¿Alguna vez te has sentido solo en una sala llena de gente? Eso me pasaba a mí. Había mucha gente hablándome a la vez, todos querían algo de mí. Me querían solo para sacarme cosas. Vengo de una familia con mucho dinero, todo hay que decirlo, y la gente es muy convenida. Esa misma noche volví a mi casa tarde. Serían sobre las 4 de la mañana cuando metí la llave en la cerradura, y lo hice sin provocar ni un ruido. Subí las escaleras como si estuviese levitando y me encerré en mi habitación. No conseguía conciliar el sueño, mi almohada estaba empapada y en mi cabeza solo sonaban canciones de The Smiths. No decidí intentar suicidarme ese mismo instante, era un conjunto de soledad, desesperación, miedo... que venía acumulado desde hacía poco más de un año. Bulimia seguida de anorexia como problemas principales.
Alguien interrumpe mis recuerdos cuando golpea la puerta blanca de la habitación 382. Me acerco con paso firme hasta esta y la abro. Descubro a un chico delgado, de metro ochenta, de piel pálida con numerosas pecas y pelo alborotado pelirrojo. Es mi mejor amigo dentro del hospital, Rob.
-Lina.- pude ver una lágrima caer de sus grisáceos ojos.
Le doy un abrazo y, acto seguido, me limpio las lágrimas que ahora brotan de mis ojos. -Te voy a echar de menos demente.
-Y yo a ti, flacucha.- esbozo una sonrisa y nos despedimos.
Le prometí que iba a venir a verle antes de que desapareciese por el enfermizo pasillo interminable.
Me dirijo a recepción donde una chica con el pelo rubio y rizado, recogido en una coleta, me saluda.
-¿En qué puedo ayudarte?
-He llegado al peso que me diagnosticaron y me han dado el alta.- finjo una sonrisa.
Me entrega unos papeles, firmo un par y me despide sin perder la sonrisa.
Me siento en un escalón de la fría escalera que hay a la salida del hospital para esperar a mis padres. Estos llegan dos minutos después. Me reciben entre lágrimas, besos y abrazos. Entiendo que me han hechado de menos, aunque han venido a visitarme una vez en semana -como permitía el hospital- pero me agobian.
Vuelvo a mi habitación. Un asesino nunca vuelve al lugar del crimen.
-Lo hemos dejado todo igual por que hemos pensado que te gustaría cambiarlo cuando estuvieses bien.- me explica mi padre.
-Mientras estabas "fuera",- recalca mi madre con comillas y ríe con ese aire de superioridad que ha tenido siempre. -hemos dicho que habías ido de viaje a Londres.- se avergüenzan de mí, y no me extraña, yo también lo hago.