Final (no tan) Feliz.

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Tsukishima Kei murió un viernes, una noche lluviosa a mediados de agosto. No fue algo esperado, no tenía ninguna enfermedad crónica, se alimentaba bien y tenía hábitos sanos, su único error fue estar en el lugar incorrecto. Su muerte fue causada por una estupidez, y no fue su culpa, murió cuando un grupo de estudiantes ebrios pensaron que era una buena idea tomar el auto de uno de sus padres y conducirlo en las casi vacías calles de la ciudad, Tsukishima Kei simplemente regresaba de hacer unas compras de última hora cuando fue golpeado por el vehículo a una gran velocidad. Los médicos dijeron que su muerte había sido casi instantánea después de que el impacto provocara una lesión cerebral traumática grave, se escuchaba doloroso, pero también mencionaron que no estaba consciente desde el momento en que la colisión sucedió, así que no sintió nada realmente, aunque, bueno, no es como si le pudieran preguntar a un cadáver.

Yamaguchi Tadashi no estaba haciendo nada importante, simplemente estaba revisando su horario para el próximo trimestre en la universidad, el cual comenzaba a principios de septiembre, cuando recibió la llamada del hospital, pues Tsuki lo tenía enlistado como principal contacto de emergencia. El resto fue simplemente un parpadeo, ir al hospital, esperar a que el médico le diera las noticias, ver como era sacado en una bolsa negra hasta la morgue, y lo peor de todo fue llamar a sus padres y Akiteru. No recuerda haber llorado tanto en su vida.

Escuchó a las familias de los estudiantes lloriquear porque dos de los cinco chicos murieron junto con Tsuki, los únicos que quedaron prácticamente ilesos fueron el conductor y el copiloto, porque ambos llevaban el cinturón de seguridad.

Cuando terminó con el papeleo, Akiteru llegó al hospital. Ambos simplemente se dieron un abrazo y se permitieron lamentar la perdida en los brazos del otro, la muerte de un hermano, de un amigo, de Tsuki. Cuando terminó el momento, Akiteru se ofreció llevarlo hasta su departamento, pero Yamaguchi no estaba seguro de poder volver aún, no esa noche, no sin Tsuki.

Terminó durmiendo en el sofá de Akiteru, o bueno, terminó tumbado en el sofá de Akiteru esperando a que llegara la mañana mientras veía el techo. Estaba seguro de que el sonido que escuchaba eran los sollozos del Tsukishima mayor, no lo culpaba, pero por alguna razón no pudo llorar en ese momento, era como si una piedra estuviera obstruyendo su corazón evitando que derramara los sentimientos que tenía, tal vez era porque se sentía como si no fuera real, como si todo fuera un sueño, o más bien una pesadilla.

El sábado viajó desde Osaka hasta la prefectura de Miyagi junto con Akiteru. Fue un viaje silencioso, no había mucho de que hablar, tampoco era como si alguno quisiera hacerlo. Al llegar fueron recibidos por los padres de Yamaguchi, quienes no contuvieron las lágrimas. Akiteru se fue a la casa de sus padres, mientras que Tadashi se fue a recorrer las conocidas calles de su ciudad natal, las calles que recorría con Tsuki cuando eran niños. Terminó en el parque en donde Tsuki lo había salvado de sus acosadores hace ya varios años.

No sabía que pensar, ni que sentir. Estaba perdido, así se sentía sin él, como cuando tenía nueve años de nuevo, cuando los niños eran crueles y él era indefenso, pero esta vez ya no vendría el temerario Tsuki con su lengua de acero a defenderlo, ya no le llamaría patético, ni le hablaría de su hermano y lo genial que era, ni irían a las prácticas de voleibol juntos, ni le mostraría la maldita colección de figuras de dinosaurios que tenía en su habitación, no habría más 'cállate, Yamaguchi' y 'lo siento, Tsuki', no le prestaría uno de sus audífonos para escuchar música en viajes largos, ni lo ayudaría a estudiar porque "por Dios, Yamaguchi, eres un desastre", ya no jugarían con la pelota en el parque cerca de su apartamento en sus tiempos libres, jamás caminarían a la universidad juntos, aunque Yamaguchi se tuviera que despertar una hora más temprano simplemente para eso, no más cumpleaños, ni navidades, ni días blancos, ya no habría nada de eso. Absolutamente nada. Y todo por culpa de unos chicos que ni siquiera tenían edad legal para manejar, mucho menos para beber alcohol, que arruinaron sus vidas por una mala decisión que terminó matando a dos de ellos y a Tsuki, niños de preparatoria que no pudieron usar su estúpido cerebro para detenerse a pensar en lo que estaban haciendo, en las consecuencias.

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