¿En serio? ¿De verdad piensas sólo esperar a que la vida mueva tus cartas a su antojo? ¿Dónde queda entonces todo lo que hiciste tú para llegar hasta aquí? Es más fácil culpar, ¿no?
Imaginemos pues que "el destino" se hará cargo de traernos de vuelta. Tal como nos cruzó.
Supongamos que Señor Destino nos tiene preparada ya una jugada. Asumamos que esa jugada es a nuestro favor, que empata si no justo, sí casi con el resultado que queremos pero... ¿Qué es lo que queremos realmente, preciosa?
Es decir, mi problema no está en dejar que las cosas fluyan libremente por cauces desconocidos por mi. Fue así como llegué a ti y sobre el mismo canal construí contigo las tomas necesarias para nutrir cada semilla que sembramos juntos.
Mi problema no es el azar, ni la suerte ni "el destino". Llevo la vida entera aprovechando el momento perfecto para saltar cuando la marea está a mi favor y así conseguir el mejor chapuzón de todos. Así como en ocasiones observo intranquilo como se me van profundas y suaves oleadas que bien podrían ser lo que estuve buscando siempre.
Mi problema, Cariño está en el descubrir cómo tú, que me demostraste tu capacidad de virar ciento ochenta grados sin miramiento alguno, con la noble intención de llevar tu navío a buen puerto, hoy fijas la ruta de vuelta a aguas más tranquilas...
Tu miedo siempre fue para mí motor de cambio y crecimiento. Pero es evidente que ni uno ni mil motivos son suficientes cuando lo que falta es fuerza y voluntad para usarlos a favor.
Acepto mi parte de la culpa cuando ante la primera barrera que pusiste frente a mí me cubrí sólo lo suficiente para protegerte a ti de... ¡de ti!
Quién más si no tú era tu principal barrera para alcanzar lo que deseabas. Y quién más si no yo para empujarte a saltarla en lugar de consolarte cuando, por miedo, ni siquiera parecía que lo intentaras.
Pero esto no se trata de mi, Amor. Esto dejo de tratarse de mi cuando tú te diste cuenta de tu poder sobre ti y del alcance que tenías cuando querías conseguir algo. Nos mostraste a los dos lo prescindible que me volví cuando, sola, conseguiste mucho más de lo que conmigo. Y en mucho menos tiempo. Aún estando juntos. Qué pintaba yo ahí entonces...
¡Ya sé! Fui el mal necesario que te enseñó todo aquello de lo que no eras capaz. Fui yo el ancla que necesitabas para desarrollar tu fuerza y entereza. Funjí como tu mayor impedimento.
Y no es que me haga el mártir ni mucho menos, mi vida ¡no! Pero pensémoslo así:
¿Cuántas veces dejaste de hacer cuántas cosas por alguien más? Llámese familia, amigos, pareja... ¿Cuántas veces no sacrificaste tu tiempo, tus metas o tus sueños por deber moral con quienes correspondía; por hacer lo correcto según tales o cuales estándares sociales?Entonces... quién más si no la persona emocionalmente más cercana a ti para truncar tu camino. Quién más si no tu compañero ante los ojos del mundo para minar —involuntariamente— cada paso que dabas.
¡Por Dios! De no haber sido yo quien parara todo esto tú jamás lo hubieras hecho por... sí, por miedo, mi amor...
En este punto me disculpo de antemano por asumir lo que piensas, por creer que sé lo que sientes. Es claro que fue, es y será un error irreparable.
¡Terrible error!
Pero no dejo de apostarme todo pues, dicho con cierto dolo rezagado, tenía razón ¿no?Igual ya da lo mismo... Ya no estás. Pero...
Eh ahí el vuelco hacia atrás. Eh ahí tu falta de responsabilidad aún tratándose ya ni de nosotros, si no de ti y de lo que tú realmente quieres. De lo que en verdad piensas.
Vas a dejar ahora las cosas en manos de quién sabe qué porque aunque mueras de ganas de buscarme porque, si bien no sientes lo mismo que yo, si te quema la misma incertidumbre de saber si aún me tienes, no lo harás ¿verdad? He de ser yo otra vez quien rompa el trato y, sin la más mínima idea de qué te va a decir al verte de nuevo, se arroje al vacío esperando siempre lo mejor.
¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que lo haré. Voy a sacrificar —porque no se le puede llamar de otra forma— lo que sea y a quien sea que en ese momento tenga conmigo para correr ni siquiera a tus brazos, porque ni tú sabes si me recibirás con tal apertura. Iré a ciegas esperando obtener respuesta de ti a preguntas que dejé de plantearme conforme el tiempo pasaba porque esperaba algo de lo que yo creía merecer como mínimo de tu parte. Y ¿qué crees? Nada.
Yo no sé entonces ya qué tan culpable soy. Estoy consciente de lo que hice mal y sé perfectamente en qué momento vertí la gota que derramó el vaso, pero eso no cambia el hecho de que tú advertiste el caos, reportaste la falla y pasaste de largo esperando que alguien más lo limpiara.
La última vez me diste permiso de molestarme. Me dijiste que estaba en todo mi derecho y me invitaste a decírtelo de frente. Aseguraste saber qué tan enojado me sentía y sugeriste que no lo reprimiera, que lo dejara salir. Afirmaste, según tu experiencia conmigo, que aunque yo te dijera que todo estaba bien, tú sabias que no era así; que cuando lo asimilara completamente entendería mi propio sentir.
¡Vaya! me conoces muy bien, amor.Sin embargo he de decirte que, aunque no lo creas, no estoy enojado. Cómo podría molestarme con la persona que le dio sentido a mi vida por tanto tiempo. Nos he perdonado repetidas veces. Y por mucho que espere que esta sea la última y definitiva, algo me dice que me equivoco...
Te deseo lo mejor del mundo, mi Pequeña Cantante. Me despido de ti al fin con el corazón en la mano. Exhausto de atragantarme con tu recuerdo en cada acción consecutiva a los hábitos que me hice contigo, pero consiente de lo constantes que aún serán.
Abandono mi culpa en el camino inhumanamente; ojalá que muera antes de que nadie se permita adoptarla. Porque nadie merece cargar con algo tan ajeno. Nadie.
Gracias.
Hasta siempre...