Todos los días, a la misma hora y desde el mismo lugar, ella lo esperaba llegar y verlo detenerse junto a la puerta principal de aquella gran mansión de aspecto lúgubre, siempre en espera de que ella abriera y recibiera los paquetes.
Todos los días, desde el mismo lugar y a la misma hora, él la observaba asomarse por la ventana de su balcón, en espera de una señal por parte de él que indicara que había llegado con algo para ella.
Cada día que pasaba, era lo mismo.
Ella lo esperaba con suma paciencia, siempre cerca de la ventana del balcón, hasta que lo visualizaba cerca de la mansión, era ahí donde ella se dirigía hasta la puerta principal, siempre con dos intenciones: ofrecer un cálido saludo y acompañarlo de una cálida sonrisa, aunque sabía que él preferiría pasarlo por alto. No importaba, así es cómo él era y como a ella le gustaba.
Él llegaba a la mansión con el objetivo de entregar distintos regalos que pertenecían a aquél domicilio y, de paso, poder observar alguna sonrisilla que a ella se le "escapara"; siempre haciéndose el desentendido sobre el asunto. Lo prefería de ese modo, ya que gozaba de las emociones que sentía cuando estaba en ese domicilio, como si nunca lo hubiera hecho.
Cada día que pasaba, sobresalía cómo era la relación de estas dos personas donde, pese a que no se escuchaban más que con unas cuantas palabras del protocolo de cortesía (y sólo por parte de ella), la armonía que se percibía en el ambiente, no tenía comparación: bastaban unas pocas palabras para que sus pechos de hincharan de felicidad. No se podía negar que relación como aquella, o no había o quizás eran muy difíciles de encontrar.
Era una rutina, que casi se había vuelto un ritual a realizar al pie de la letra, sin posibilidad de errores. Nada podía salir mal, o al menos nada podía fallar hasta que se completara la entrega de todos los paquetes, de los cuales no quedaban muchos.
Cinco obsequios más, poco menos de una semana y el hechizo llegaría a su fin... la ilusión se rompería y ella, de algún modo, lo sabía.
La alegría que ambos sentían al principio, simplemente desapareció. Ahora no podían mostrar nada más que sonrisas forzadas, aguantando una opresión en el pecho que los hacía sentir como si estuvieran asfixiándose. De este modo, siguió transcurriendo el tiempo.
Ambos lo sabían: no les faltaba mucho.
Para cuando sólo faltaban dos paquetes para entregar, ya no hubo más risas o expresiones alegres en ninguno. Sólo expresiones tristes o con culpa se mostraban en ambos.
- ¿Sabes qué son los dos paquetes restantes?
- Si te digo ya no serán una sorpresa, ¿no crees?
El ambiente pesaba... y las palabras dolían.
- Sabes que esto no es tu culpa, ¿cierto?
- Eso no quita el hecho de que terminaste así por mi culpa. Si yo no te hubiera... si no te hubiera dejado ir...
- No te preocupes por eso, no fue tu culpa. Fui yo quien eligió irse.
- ¿Por qué insistes en no culparme?
- Porque te amo...
- ¡Suficiente! No te atrevas a decir más...
Aquella conversación fue cortada de manera abrupta... y todo debido al dolor de la pérdida.
Al día siguiente, no hubo ninguna expresión de alegría o algún rastro de la emoción que se sentía al llegar a la puerta principal para recibir a la otra persona. Sólo quedaba un silencio sepulcral y la tensión de quien espera malas noticias. Sólo un leve susurro rompió aquel momento...
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"A la misma hora, en el mismo lugar"
Подростковая литератураElla siempre esperaba verlo llegar. Él siempre esperaba que ella lo recibiera para entregarle los presentes que consigo llevaba. Una historia sobre un amor que no pudo ser.