en el jardin

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Eran alrededor de las seis de la tarde cuando el señorito Colin Craven se encontraba plácidamente recargado bajo la sombra de un florecido árbol de cerezo que se encontraba cubierto por el tronco hasta las ramas de rosales que hacía poco habían florecido producto de la primavera y que ahora proporcionaban una especie de velo verdoso.

Se encontraba en ese momento leyendo un poemario y al mismo tiempo miraba con atención los detalles preciosos que adornaban las páginas, leyendo con detenimiento y devoción los versos de los poetas que hablaban de amor, el tiempo y la memoria. Pasaba sus finos dedos por las páginas del libro, y de vez en cuando detenía su lectura para levantar la vista y concentrarse en el paisaje idílico que se extendía a su alrededor: el jardín que alguna vez perteneció a su madre. Estar en un sitio así, tan poético le inspiraba en el pecho y en la mente una vorágine de emociones contenidas que le hacían querer hacer varias cosas.

Habían transcurrido ya siete años desde la llegada de su querida prima, Mary Lennox, desde la India. Suceso que marcó el comienzo de una nueva etapa en su vida; gracias a ella él había dejado de ser un niño iracundo, hipocondriaco e histérico y se había abierto a muchas posibilidades de las que, tristemente, se privaba por simple sugestión. Entonces su vida había cambiado por completo para bien, y estaba muy agradecido con ella. Incluso logró que la relación con su padre, el señor Archibald Craven mejorase bastante. Había drenado por completo todas las emociones encerradas en su pecho que no le dejaban superar el pasado y ser feliz, en medida de lo posible.
La lúgubre mansión Misselthwait dejo de ser un lugar miserable. Aunque aún conservaba su característico toque extraño y misterioso, ahora era un lugar lleno de vida.

Suspiró recordando todo el proceso por el que había pasado para ahora ser un chico de diecinueve años muy diferente. Nadie creía que él podría vivir, pero ahora se encontraba más despierto que nunca. Mary tuvo mucha razón al decirle que el viento del páramo es terapéutico y que le haría sentir que viviría para siempre jamás.

Ese fue el mismo sentimiento que experimentó cuando conoció a Dickon, ese chico de cabellos rojizos, ojos redondos y azules, como el mismo cielo que se extendía sobre ellos, y nariz respingona. Le resultó un niño demasiado surreal, era como un encantador de animales, un duende del bosque, que al igual que lo hacía con las aves, las ardillas, los borregos y demás, le había hechizado desde el primer minuto que lo tuvo de frente. Dickon era todo lo contrario a él. Pronto se volvieron mejores amigos junto con Mary, y así había sido durante todo ese tiempo hasta ahora, que ya eran unos jóvenes adultos.

Cerró el libro de pasta verde entre su manos y lo dejo de lado. Ahora su mirada se posó sobre un chico de Yorkshire, quien se encontraba podando enérgico unos arbustos a unos metros de dónde estaba él. Cortaba la hierba en compañía de todos sus animalitos, y mientras lo hacía con una gran sonrisa adornando su rostro, de vez en cuando le dedicaba palabras a las aves o a las ardillas que le observaban curiosas, también entonaba cancioncillas o imitaba el dulce canto de las aves. Los rayos suaves del sol de la tarde se reflejaban en sus rojos cabellos y sus ojos brillaban como el río que había en el jardín.

Este escenario complació a Colin. Su corazón comenzó a palpitar en su pecho y sintió sus mejillas arder granates. Ya llevaba tiempo sintiendo cosas extrañas, su mente era un genuino desastre y todo gracias a Dickon. No podía parar de pensar en él todo el día; en su forma de hablar con su marcado acento de Yorkshire, que tanto disfrutaba escuchar, y su rostro tan atractivo, además de su cuerpo, todo él. Dickon solía ser un niño adorable de doce años cuando le conoció, pero ahora se había convertido en un muchacho demasiado atractivo. A fin de cuentas, el crecer en el páramo, rodeado de la naturaleza como una jaca salvaje, vaya que le había hecho muy bien.

Colin no era el único que lo había notado. Además del reconocimiento de las personas mayores hacia Dickon, con el pasar del tiempo, éste se había vuelto alguien bastante conocido en el páramo y en los pequeños pueblos situados alrededor. Cuando en alguna ocasión habían ido ambos a Thwaite a realizar algunas compras, las miradas que varias chicas le lanzaban a Dickon no pasaban desapercibidas para Colin, y eso le molestaba de sobremanera. Sin embargo no podía quejarse ya que eso resultaría extraño.

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