Prólogo: pétalos y plumas.

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Rosa marchita:

Hoy soñé que ese accidente nunca había ocurrido, que nunca morí, que mi vida seguía intacta como ayer.

Ayer, que me confesé por infinidad de vez.

Ayer, que mi bendito Ángel de la guarda vio mi piel pudriéndose por primera vez. Y no dijo una palabra.
Porque ese ayer es hoy, y hoy está a mi lado en un sueño profundo, dónde con seguridad nunca le dejarían ser Ángel de algo podrido.

Por primera vez desde el accidente levanto mis ropas superiores y observo mi cuerpo; todas las magulladuras, cicatrices, marcas; son tan estúpidas. Su única utilidad es adornar y decirle a los demás "joder, mirad, ahí viene el loco". Arrugué mi aún hermosa e intacta cara de ver mi pecho lleno de cicatrices hechas por cortes de metal, sabía que en algún momento se iban a transformar, a caer, a derretir; ¿No es lo que pasa con los zombies? Que terminan pudriéndose, mal oliendo, cayendo a pedazos mientras intentan avanzar cinco pasos más.
–Mitsuba… —la calidez de la vida me llamó poniéndome una mano sobre las cicatrices del pecho, encima del corazón que ya no latía. Sin pensarlo dos veces intenté volver a taparme, pero el fuerte brazo de Kou no me dejaba– No puedes vivir así por siempre, mitsu… aunque no puedas hablar desde entonces, sé que tus cicatrices lo hacen –pasó su dedo derecho sobre donde debía estar mi corazón–
¿te duele mucho ahí dentro?

Él sabía que nunca iba a volver a oír mi voz.
Estaba hablando conmigo y con la nada misma, ya no habían insultos divertidos ni burlas sobre sus cursilerías en momentos así de íntimos.
Ya no éramos como dos niños.
Le abracé suavemente dejando que su cabeza la apoyara en mi hombro.

Pobre de mi Ángel, tonto y estúpido, anónimo a mi situación real. Si el supiese que no estoy tan vivo como cree, si supiese que pronto caeré al suelo hecho pedazos, roto por fuera y por dentro. Si, en su puro corazón de idiota, supiese cuánto le ama mi corazón sin vida…

No sé cuánto tiempo tendré antes de volverme un trozo de carne irreconocible, no se cuánto tiempo queda antes de que le deba confesar la realidad a mi Ángel de la guarda, a la mano que me recuerda como era la humanidad y me calienta el pecho helado.

Acaricie los suaves cabellos rubios de Kou, me recordaba tanto a un niño pequeño, a uno que encontraba lo que había perdido y no esperaba volver a ver en una ni en cinco vidas.
Agarré sus mejillas con la delicadeza que se merecía este Ángel y dejé un beso tierno en sus labios con sabor café.

Rozar su piel en un tímido abrazo hacía todos mis pétalos abrir y explotar, todos los cielos  pagarse, solo existía él, mí Ángel, y mi estrella de los deseos;

La única estrella en mi cielo, la estrella de una rosa marchita.

Fin del prólogo.

Promesa prohibida [KouxMitsuba]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora