➷♡1 El órden de las cosas

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Si algo irradiaba en mi casa por ese entonces, era suciedad.

Recuerdo haber crecido rodeado de ella, aunque hubo un tiempo cuando era muy pequeño en que teníamos una limpiadora; claro que cuando la crisis atacó el comercio de mis padres, al rededor de mis seis años, mis padres cambiaron.
Ya no habían abrazos ni luz, comida caliente o juegos familiares. Habían ausencias. Habían miradas desaprobatorias. Habían gritos o silencio, ya no se hablaba, ya no se comunicaba.

Siento que mi vida a tenido un aire tenso, en mi casa, con mis casi nulas relaciones, con mis "amigos" , con mi família.
En todos lados era el niño sin habilidades, el rarito, gay, el sucio, tonto, pasar de éso a ser el molesto, rarito, gay, mal hablado y cobarde no fue muy difícil. Y cuándo creces así no puedes esperar llegar especialmente lejos.

Ahora no tenía ningún corazón vivo, vivía lejos de mi família y estaba con un Ángel que no sabía que dentro de nada iba a ensuciar su preciosa vida otra vez sin quererlo, parecía que ese era mi cometido de haber nacido. Y el de haber muerto, pero no haberme ido.

Lo primero que había visto cuándo desperté después de ese impacto y coma, fueron sus hermosos ojos sin vida que se encontraron con los míos cuándo estiré mi ahora delgada mano hacía sus dorados cabellos para despertarle, estaba dormido, ni siquiera en una silla, sentado en el suelo y apoyado en mi camilla.
En ese momento apenas podía recordar qué hacía ahí.

Intenté llamarle en cuánto sus ojos me vieron pero no salió nada de mi garganta, cuándo dejé sus hermosos cabellos dorados y puse la mano en mi cuello, sentí todas sus nuevas cicatrices gritar de dolor por mí, que por mucho qué forzase mi garganta decidió morir ahogada antes que mis deseos de gritar.
Mi único deseo de llamar a mi Ángel que empezó a llorar todo lo que yo no había podido vomitar en una vida entera, fue la primera vez que me abrazó y no sentí mi corazón explotar de amor.
No sentía nada.

Nunca le había dicho a mi Ángel, Kou, que sabía que era lo que era. Ni que sabía que yo era lo que era.

Sería romper el hechizo velado, el futuro predeterminado bajo nuestra piel, el asqueroso trozo pudriente de carne y el diamante nacido de las estrellas para cuidar a los pobres desgraciados que lloran mirándolas desde que pueden recordar.

Me pregunto si me eligió en su búsqueda o si solo aparecí como siempre lo hago cuando me meto en algún problema, de golpe y sin mirar. Recuerdo la primera vez que lo vi, sus cabellos rubios como las estrellas fugaces y ojos azules como el cielo nocturno, abrazado a algo, y solo. Cuando lo pienso siento que el color llegó a mi vida en ese momento, todo había sido tan problemático y monocromático hasta entonces que no me depare a sentarme delante suya y hablarle.

Momentos antes parecía una estrella apunto de morir, ahora su sonrisa me cegaba como el mismo sol.
Y nunca nadie esperó que el sol se enamorase de una piedra del camino.

Sin saber cómo, mi corazón palpitante y monocromo empezó a bombear como un pájaro que se revela contra su jaula, sentía como si fuese a explotar, salirse por mi garganta o morir en momento cada vez que nos abrazábamos piel con piel.

Mi piel aún vibraba cuando le veía volver a nuestra casa, un pequeño apartamento perdido de la mano de Dios en una zona muerta de la ciudad. Pequeño. Íntimo. Y aunque no fuese luminoso, cuando acariciaba sus mejillas y ponía mi frente con la suya me sentía cegado de amor, sonreíamos como estúpidos que experimentaban el primer amor.

Un inválido fotógrafo que apenas sale a trabajar, un enfermero con aires de doctor;
Un zombie pudriéndose por dentro, un Ángel que su belleza mantiene intacta.

Un apartamento pequeño que no hacía imposible que Kou, su hermoso Ángel, le agarrase sujetandole las piernas y los brazos y empezase a girar y a reírse hasta que caímos desplomados.
Nos abrazamos y besamos como si hubiésemos ido al Sáhara sin agua una semana, con necesidad, aspereza, dolor, placer.
–¿Quieres tener una cita esta noche? –se sentó Kou con Mitsuba en sus piernas.

No pudo evitar desviar la mirada, revisar silenciosamente todas las cicatrices visibles y por haber. Fruncí el ceño haciendo un puchero, pasándome las manos por las cicatrices más vistosa: las del cuello.
Empecé a negar con la cabeza, la idea de salir así me angustiaba hasta niveles desorbitados.

¿Qué iban a hacer si la piel empieza a caerse de la nada? ¿O si un pulmones decide abandonar el barco y salir por mi boca cuando me ría? ¿Y si el hígado toma venganza por mezclar pastillas y alcohol?

Las ásperas y delicadas manos de mi Ángel agarraron mis mejillas y las pellizcó como si fuesen la de un hamster gordo: –Tienes la cabeza demasiado llena, Mitsu, entiendo que aún no quieras usar la prótesis pero no podemos quedarnos siempre en casa.–
Nos tiró hacia atrás en la cama en un brazo empalagoso del que decidí no resistirme como normalmente haría.

Estaba sediento de Kou,
De sus abrazos,
De sus bromas,
De sus rabietas
De poder hablar con él…

Me agarré de su cuello y empecé a llenarle la cara a besos, cuando terminé puse cabeza en su pecho, avergonzado por el arrebató.
Saqué mi celular del bolsillo para escribir;

“iremos, pero solo por hoy"

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2020 ⏰

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