PRIMERA ESTRELLA

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"UN NUEVO COMIENZO."

A veces necesitamos soltar una lágrima para seguir adelante.


  Stefano Eridani se hallaba dentro del ascensor, y no se encontraba solo, estaba casi seguro que se trataba de Astérope Vela; la mujer que anhelaba conocer, estaba fascinado con cada fotografía y cada cuadro artístico que mostraban en las galerías llevando su firma, detallándola de reojo sin incomodarla, se había dado cuenta que estaba en lo cierto.

   De pronto, el elevador se paró en seco.

   Una mujer y un hombre dentro de un elevador que no funcionaba. Él claustrofóbico y ella desesperada por salir.

   Tampoco les gustaba mucho la idea de estar encerrados con un desconocido. La desesperación de la mujer aumentaba, mientras que él se había sentado en una esquina abrazándose a sí mismo tratando de respirar con normalidad. Astérope, cansada de presionar el botón de la alarma del ascensor, decidió platicar con aquel sujeto tímido. Preguntarle cosas hasta que por fin el ascensor logró abrirse. Salieron disparados hacia afuera como si su vida dependiese de ello. Pero ese comienzo un poco aturdido, daría inicio a sus próximos encuentros en muchas ocasiones diferentes, hasta que decidan conocerse lo suficiente.

   Horas más tarde, Stefano estaba en las sombras del vestíbulo, en el exterior de la sala de banquetes del gran hotel. La sala brillaba por lo arreglada que iba la gente y por las joyas. Justo en el centro de todo aquel oropel estaba Astérope, la mujer con la que había tenido un encuentro incómodo en el elevador de ese mismísimo hotel, horas atrás.

   Mientras la música sonaba de fondo, las voces subían y bajaban escuchándose risas. La fiesta celebraba con suntuosidad la inminente venta de todas las obras de arte de gran valor, de diferentes artistas reconocidos de la ciudad y del país entero, cuya fortuna sería donada a la fundación de niños con discapacidad, aprobada por el estado y dirigida por su hermano; Steban Eridani.

   Stefano observó a Astérope mientras le daba un sorbo a su Laphroaig de treinta años que su hermano había reservado para quienes no estuvieran interesados en el champán. El whisky escocés resbaló por su garganta suavemente como la seda. Casi tan suave como la piel de Astérope. No parecía la misma persona, la mujer del ascensor era tan sencilla, solo llamaba la atención por su belleza natural. En la tarde lucía unos jeans poco ajustados, una chaqueta que la abrigaba del frío y ocultaba esos ojos marrones en unas gafas negras. Y el cabello oculto en un gorro de lana mientras llevaba en manos su portafolio. Pero ahora, exhibía una buena parte de esa piel con aquel vestido de seda negro que se ajustaba en aquellas delicadas curvas. Su vestido parecía de estilo griego, con un hombro desnudo mientras la seda que cubría el otro lado le caía sobre el pecho. Le formaba un nudo sobre la cadera antes de caer justo debajo de la rodilla. Siguiendo con el tema griego, llevaba sandalias de tacón con cintas ajustadas alrededor de los estrechos tobillos. Con su cabello castaño recogido en un elegante moño, parecía una diosa.

   Sabía que no estaba en ese lugar como acompañante, era una artista bastante reconocida y había acudido a esa fiesta por haber donado su arte, retazos de su alma, por el bien de esos niños. Lo había conmovido desde la corta charla de hace algunas horas, antes de que pudiera acercarse para hacerle plática sobre su vida laboral y disculparse por haber estado tan nervioso en aquel elevador, retrocedió. No era posible que compartiera cama con aquel sesentón malnacido. Pero teniendo en cuenta el modo en que aquel viejo verde inclinó la cabeza y le susurró algo al oído y la forma en la que ella le besó la mejilla, sin duda eso era. Hijo de...

—Ni se te ocurra.

   Stefano miró hacia atrás al escuchar la voz de su hermano.

—La mosquita muerta. Te he visto mirándola fijamente y te lo digo, ni se te ocurra. Te comería y te escupiría sólo para divertirse.

   Stefano guardó silencio, una táctica que había aprendido durante los duros años que estuvo viviendo con su padre. Se giró para mirar a su hermano con sumo cuidado de ocultar la ira que sentía.

—¿La conoces?

—Astérope Vela, alias la Hija de Satán —respondió Steban, mientras hacía seña hacia el señor de esmoquin negro, con su copa.

   Stefano alzó una ceja. El alivio reemplazó su furia. Así que no era su amante sino su hija.

—Supongo que al señor Vela le ha tocado entonces el papel de Satán —la sonrisa de su hermano no encerraba ni una pizca de alegría.

—¿Qué puedo decir? Forma parte de su naturaleza, trabajar con él ha sido...

—¿Y su hija? ¿Qué sabes de ella? —interrumpió Stefano, mientras centraba de nuevo su mirada en ella.

—Un poco más de lo mismo que tú. Hace unos meses la invité a un café y me dejó plantado, más nunca volveré a caer en los encantos de una mujer.

—Quizá no le agradan los de tu tipo.

—¿Mi tipo? A ver, ¿qué clase de tipo soy? —dijo casi en tono ofendido.

—Muy arrogantes y poco amables. Si fuera ella, no dudaría en dejarte plantado.

   Un codazo hizo estremecer a Stefano, quién reía ante la expresión de indignación de su hermano. Ya sabía un pequeño dato sobre aquella castaña que lo tenía suspirando esa noche. Debía ser cuidadoso si quería atraer su atención. Volvió a centrar la vista en donde se hallaba pero ya no estaba allí, se había marchado. La buscó por entre los invitados, hasta subir las escaleras de aquella enorme sala y llegar a la terraza.

   Contemplaba el cielo estrellado, mientras saboreaba el champán de su copa. No quería incomodarla, así que decidió sacar un cigarrillo de uno de sus bolsillos internos del saco negro que llevaba puesto. Simuló indiferencia mientras se sentaba en una de las sillas laterales a su dirección. Pero algo le faltaba, no traía un encededor. Soltó un ligero bufido y la mujer se volteó hacia él, vio el cigarrillo intacto en su mano y sonrió, dando unos pocos pasos hacia donde se encontraba.

—¿Puedo? —preguntó la castaña, refiriéndose a la silla que tenía a su lado.

—Por supuesto —tragó saliva, estaba tratando de ocultar su nerviosismo, al verla más de cerca realmente podía darse cuenta de la belleza que emanaba. La mujer se volvió hacia él, había sacado un encededor de su cartera de mano. Stefano colocó el cigarrillo en sus labios y ella le hizo el favor de encenderlo.

—Astérope Vela, es un placer. Por fin podemos presentarnos como se debe —vaciló.

—Eridani, Stefano Eridani —aclaró casi en un ahogo por el mismo humo. Ella soltó una risas.

—Ya me di cuenta que no eres un fumador —decía mientras seguía riendo.

—Es que al ver una belleza tan sublime ante a mis ojos, el humo se me fue por caminos que no eran. Supongo que por esa misma belleza, casi me desmayaba en la tarde.

   Siguieron riéndose hasta que Astérope cayó en cuenta, parpadeando por unos segundos.

—Espera, ¿dijiste Eridani? ¿Eres su hermano? —de su rostro se reveló un completo hastío, no le gustaba relacionarse con esa clase de hombres que solo buscaban una aventura de una noche. No tenía por qué sentirse desilusionada, solo era una simple charla, pero ella estaba convencida de que los Eridani era una familia de hombres arrogantes, mujeriegos y machistas.

—Sí, pero yo no soy como mi hermano si es lo que quisiste decir... —apagó el cigarrillo presionándolo contra el cenicero que tenía en la mesa que los separaba, se colocó de pie arreglándose el traje y se volvió hacia aquella joven—. Soy un gran admirador de tus cuadros y fotografías, tienes muchísimo talento —dió la vuelta y se dirigía a paso firme hasta las escaleras que bajaban a la sala donde se encontraba la fiesta.

   Apenada, no supo qué decir, quedándose sola en aquella terraza, bajo el cielo repleto de estrellas. El recuerdo de aquel incidente la hizo quebrarse nuevamente. Una lágrima se deslizaba por su mejilla izquierda. Aquella pregunta sin respuesta: 《¿Por qué Jano? Tan dulce, tan pequeño, tan pronto...》

LA VIDA DESDE ABAJO ES MÁS BELLA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora