Sobre princesas y gitanos

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Entre la noche oscura, caminaba por los limpios suelos con sus botas pesadas el de renombre rancio y dicha de jugador empotrado al casino. A aquel lo conocían como El Gitano Antonio, un hombre delgado, de cabellos oscuros y ojos de relámpago... Iba a conocerse en secreto con la Princesa Sarah Esteff, de prestigio renombrado y virtud valerosa, había sido llamado de manera extraoficial y nadie más que él y el gremio de ladrones eran conscientes de su encuentro. La princesa exigió que el propósito de su reunión no fuese revelado sino exclusivamente ante su mutua presencia, razón que picó curiosidad del potro gitano.

El gitano recorría los pasillos con destreza y en silencio, aptitudes que le pedía la princesa en su carta con sello púrpura. Al tanto de perderse en el laberinto de aquella lujosa mansión, habría encontrado una recia puerta de tamaño voluminoso, conducía a la recámara de la princesa. El gitano descubrió la llave que llevaba guardada en uno de sus bolsillos en el abrigo, llave que la princesa le había mandado junto a la carta.

Tras entrar y cerrar de nuevo, el potro gitano se encontraba en tinieblas. No había luz ni vela, pero un gran ventanal se marcaba al fondo del cuarto, revelando entre sus lúgubres sombras una recámara inmensa y de color azul con estampes dorados. Y delante del ventanal, una figura que le daba la espalda. El gitano dudaba en acercarse, y a hurtadillas rodeó por el medio del cuarto, dirigiéndose a los buró que se encontraban junto a una ostentosa cama. Sobre los mismos, distintos brillos de joyería y plata que el gitano degustaba con los dedos, pasión de ladrón. Así pasaron unos cuantos minutos hasta que, musitando, la sombra junto al ventanal pronunció su nombre: "Antonio, ¿no?" Casi sin sorprenderse y sin seguir de toquetear la joya y plata, el gitano respondió: "Uno de mis muchos nombres, sí.", "¿Sabes por qué te he llamado?" dijo la Princesa. "No, y tampoco es que me importe demasiado. Pero me hiciste venir, creería que la paga es buena." "Tienes gran osadía para hablarme así, huh." Por fin, tras la corta interacción, la princesa se había vuelto, desvelando así su cuerpo y las facciones de su bello rostro. Incluso entre la profunda oscuridad, con el brillo de la luna que atravesaba el ventanal, se podían distinguir claramente dos cosas: la pálida piel de la princesa, y sus gruesos y seductores labios; "Por eso su apodo de Sarah Esteff, la del beso de la muerte..." pensó el gitano. "Sé lo que piensas..." insirió la princesa "y te puedo decir que sí, podrás probarlos. Conozco los rumores, yo los empecé." Sarah Esteff no se habría movido de su posición, pero ahora, con su mirada fija, lograba llenar de miedo al gitano. La oposición y voluntad de aquella mujer del beso fatídico era similar a la de un gitano, se le concedía poder, pero la raíz de aquella reputación era una que casi nadie en el reino conocía... "Verás, Antonio..." siguió la princesa "te he venido a llamar por un encargo que involucra que halles a una mujer..." Conforme empezó a revelar su petición, la princesa dio comienzo a una serie de movimientos mímicos con sus manos. Ante los ojos del gitano, él solo veía una mujer de un aura magna y profusamente siniestra quien movía lenta y sumisamente cada una de sus manos al toque que su voz pronunciaba palabras tan finas como su boca. Cuando acabó de explicar, el gitano tan solo se limitó a preguntar: "¿Cuánto me pagas?", "Por supuesto, olvidaba que eras lo que eras. Lo que más te importa son los bienes, ¿no? Pues..." la princesa, por primera vez se movió de su ventanal hacia dirección en donde se había postrado el gitano. Ya los dos juntos a los burós y la cama, ella se sentó al lado izquierdo de él y, tomándole la mano derecha le dijo: "En esos buró que están a tu espalda yo mantengo todas mis joyas más preciosas. Con esta mano que te sostengo quiero que recojas tantos como puedas. Si eres capaz de sostenerlo sin soltarlo, es tuyo." Entonces el gitano con su indomable mirada comenzó a recoger, con meramente sus dos dedos, el pulgar y el índice, las que había sentido de mayor valor: su vocación de gitano le permitía reconocer las más valiosas con meramente tocarlas. Plata fina, anillos y pulseras, más de doce de las más costosas vestían su mano derecha. Entonces se volvió a la princesa, cuya mirada parecía haberse iluminado: "Me llevo estas, pero también quiero otra cosa." y la princesa, amargamente le dijo: "Te daré también aquello. Pero no aquí, no ahora.", el gitano entendió su advertencia, el brillo de sus ojos había contenido tal respuesta. La princesa se serenó. Y el gitano se despidió, con la mano de las joyas, para hacer gala frente a ella. Sabía que no se vería en largo tiempo, pues la encomienda que le dio no era simple. Encontrar una bruja en un bosque de un lugar que nadie conoce prometía augurio. Sin embargo no en este caso, la princesa Sarah era mujer de dones, tales que le revelaron que el gitano Antonio conocía ese remoto lugar cansino. Enviarlo era como mandar al diablo de vuelta a su hogar. Unos pocos pasos más de distinguieron penetrar entre los pasillos del castillo, perdiéndose en olvido. Y así la noche cayó silenciosa, triste.

La raíz de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora