0| Prólogo.

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»10 años antes.

Al otro lado de un pequeño pueblo un tanto apartado de la civilización, se apreciaba un bosque que extendía su belleza varios kilómetros hacia la nada misma. Mezclaba sus características con las de un campo silvestre, por lo que variaban las plantas, árboles y flores que le daban su toque estético, de colores, tamaños y especies que uno no se encuentra en cualquier sitio. Si bien brindaba una vista maravillosa, pocas personas lo valoraban y casi nadie se acercaba a explorarlo... y de todas formas, complicado era encontrarse con otro pueblerino en el medio de la arboleda que lo conformaba.

La pequeña Autumn sí que sabía aprovechar aquel espectáculo que la naturaleza le ofrecía.

Se hacía un hueco en sus días para correr y disfrutarlo a su manera. Lo consideraba su lugar mágico, más allá de que jamás se le había presentado algo fuera de lo común en el camino. Su lugar de diversión. Su pequeño gran rincón en la vida.

Quizás hasta se perdía y pasaba horas recorriéndolo. Nunca se aburría, ni se cansaba. Incluso había encontrado un enorme hueco dentro de un árbol donde cabía a la perfección, aunque al principio salía corriendo y lagrimeando al darse cuenta de los bichos que allí habitaban. Aprendió a trepar, a andar con obstáculos por delante, a rezar por su vida cuando se encontraba con un animal... y algún buen día se le ocurrió familiarizarse con el bosque y llevar en su pequeña mochila un cuaderno y un lápiz, entonces, emocionada cual niña exploradora, dibujaba parcelas y les inventaba un nombre al azar.

La única persona en su vida que conocía sus travesías día a día era su hermano gemelo, que escuchaba con asombro las historias de Autumn, pidiéndole siempre que lo llevara consigo a conocer aquel mundo mágico que le pintaba.

Claro que era una niña.

Aquel día, común y corriente en su cabeza, ella saludó a su mamá con un abrazo, le avisó a Seth que más tarde le contaría sus nuevos descubrimientos y salió a aventurarse en su preciado bosque.

Adentrándose en él, recorrió lo que ya conocía hasta llegar a lo que había llamado "lago Ness", su último dibujo en el preciado mapa. Le gustaba creer que en aquel estrecho arroyo, de aguas tranquilas y resplandeciente como cristal, residía una especie de mini monstruo, como Nessie. Como el real Lago Ness. Se tomó una pausa observando las lianas entremezcladas de los árboles que rodeaban el pequeño espacio y continuó su camino ayudándose de ellas para pasar al otro lado del arroyo.

Allí la esperaba el principio de lo que parecía un gran campo floreado. Al no conocer esta parte del lugar, la estudió con detenimiento tratando de que no se le escapase ningún detalle. Se llenó los ojos de las flores que lo componían, de colores vivos, brillantes, y avanzando entre ellas sentó su cuerpo en el lugar que le pareció adecuado, prosiguiendo por sacar su cuaderno para comenzar a dibujar lo que veía.

Sumiéndose en su imaginación, se perdió tratando de copiar aquellas especies exóticas, y tras pasar un rato concentrada en sus bocetos, frenó para echarse boca arriba a observar el cielo que tanto admiraba. Sin nubes, con un sol enorme y de un color celeste pálido.

Y en aquel momento oyó movimientos que no esperaba y se estremeció. Si bien estaba acostumbrada a encontrarse con algún que otro animal, todavía no había aprendido a hacerles frente o a ahuyentarlos, y si tenía que hacerse una carrera hasta lo alto de un árbol para resguardarse, no lo haría sin sus pertenencias.

Conteniendo la respiración y con los ojos bien abiertos, volteó hacia el lugar procedente del ruido y se alivió al no ver nada más que flores y un poco más lejos, grandes robles corpulentos.

Pero entonces, volvió a escucharlo. Y el primer pensamiento que se le cruzó era que algo la estaba acechando. Tal vez se trataba de su hermano que por alguna razón podría haber llegado a seguirla hasta allí, pero canceló el pensamiento concluyendo con que ya habría dado noticia de su presencia mucho antes.

No tuvo tiempo a analizar la situación cuando el ruido de una rama rompiéndose la hizo pegar un salto y pararse, mirando alarmada a su alrededor y buscando de dónde salía.

Y en ese momento, lo vio. Tras un árbol, cerca suyo, se asomaba una cabellera de un gris ceniza, dejando ver nada más que una frente y dos ojos. No era su hermano. Ni alguien que conociese. Y con el corazón latiéndole por el susto, decidió acercarse y observó con detenimiento, presenciando entonces cómo un niño de su edad salía de su escondite y se aproximaba vergonzoso a ella.

Mirándose con curiosidad, ambos se analizaron. Ella, sin reaccionar a la situación, estudió a su nuevo acompañante, dueño de los ojos más azules que había visto en su vida. Más azules que los suyos, hecho que le extrañaba porque su madre siempre le decía que jamás iba a ver semejante color en otros luceros. Tenía puesto un buzo negro, unos pantalones jeans y zapatillas deportivas que aparentaban ser blancas bajo la suciedad que llevaban.

Él repentinamente sonrió, apartándola de su profundo análisis, y Autumn se echo hacia atrás, sin entender porqué el niño sonreía.

— ¿Eres un ángel? –preguntó aquel desconocido, ladeando la cabeza y mirándola detenidamente. Aparentemente curioso.

Su ceja arqueada le causó risa al nerviosismo que la inundaba, por lo que se acerco a él quedando a centímetros de su cuerpo.

—No soy un ángel, soy una niña –respondió, con su melódica y alegre voz, un poco más relajada.

—Pero, ¿desde cuándo las niñas son tan bonitas? —cuestionó él, sorprendido— ¿Desde cuándo parecen ángeles?

Ella soltó una carcajada y enseguida tapó su boca.

—No soy bonita –espetó, obteniendo un ligero rubor en sus mejillas sin dar noticia de ello.

—Es verdad –concordó al instante, asintiendo- eres hermosa, no bonita.

Obtuvo una sonrisa ante aquella respuesta, y sin pensarlo se sentaron rozando sus rodillas frente a frente.

— ¿Cómo te llamas? –preguntó, y sin dejarle responder, añadió:- ¿Cuántos años tienes?

—Me llamo Autumn, y tengo diez años. ¿Qué hay de ti?

—Autumn... -murmuró el pequeño, probando su nombre entre sus labios- me gusta. Yo soy Dante, también tengo diez años.

Luego quedó pensativo y ella, sin saber qué decir, empezó a guardar sus cosas.

— ¿Dónde vives? –le preguntó, inspeccionando sus extrañas expresiones.

—Por aquí, no muy lejos. ¿Te gustaría jugar conmigo? He visto que vienes seguido.

Cruzó un destello singular en los ojos de la pequeña y le sonrió, asintiendo frenéticamente. En aquel momento no le pareció extraña su respuesta, mucho menos el hecho de que ya la había visto en el bosque. Dio por sentado que aquel nuevo conocido hacía lo mismo que ella, que tampoco era de otro mundo.

Con el paso del tiempo, sus aventuras en el bosque se hicieron más divertidas junto a Dante. Recorrieron juntos, explorando poco más, y hasta se enseñaron lugares que el otro desconocía. Autumn había hecho un nuevo amigo que la acompañaba en sus travesías diarias.

Meses después, cuando ella cumplió años, él no se presentó en su hogar, ignorando la invitación. Sin embargo, volvieron a verse en el bosque. Y un día, sin esperárselo, Dante se despidió de ella con tres palabras que la dejaron atontada.

—Volveré por ti.

Sin más, él no volvió. Ella lo esperó, lo buscó, indagó en todos los rincones que habían bautizado juntos, pero no volvió a verlo. Nunca regresó.

Éramos Sol y Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora