Angustia. Miedo. Confusión. Rebeldía.
Tal vez esas fueran el conjunto de palabras que me definían como persona.
Estaba muy perdida acerca quien era, pero tenía muy claro quién era la que se suponía que debía ser. Eso me lo habían marcado desde pequeña.
Simplemente había aprendido a llevar mi máscara como debía, una máscara preciosa, elegante, brillante y muy cara. Parecía buena, resistente y bien forjada mientras que en realidad se rompía añicos por el interior.
Durante años ignoré esos pequeños defectos, pues ¿quién las iba a ver? Su exterior era simplemente perfecto y eso es lo que importaba, sólo yo sabía de sus fisuras, sus defectos, simplemente no debía permitir que los demás lo vieran.
Con esa idea, vestí orgullosamente mi máscara, hasta que alguien enterrado de mi pasado estiró de los fragmentos rotos, la máscara simplemente de resquebrajó dejando a la vista que no era tan perfecta aunque, de todos modos, la gente ignora esa imperfección.
El problema es que yo sí la veo.
Todavía suelo ponerme la máscara habitualmente, pero a veces me la quito y siento que puedo respirar.
No sabía que la máscara me impedía percibir el mundo como realmente es.
A partir de ese día no pude volver a mirar el mundo a través de ella, sé que los colores son más vivos, que mi vida pesa menos, y que la brisa me hace cosquillas en la piel.
En ocasiones todavía me la pongo. Pero ahora empiezo a ver por mí misma.
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Prometida con el diablo
Teen Fiction¿Como te sentirías si tu vida se viera de repente vinculada a otra persona? ¿Y si te digo que esa otra persona es el ser más despreciable del mundo? Pues así es mi vida. Me han prometido con el mismísimo diablo.