05/12

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Era cinco de enero, un calor que arrasaba en todo mi cuerpo y mi pelo todo deshecho. El aire era pesado, la vista imposible y mi cara se estaba tornando roja con tanto sol alrededor.
Cualquiera diría: “Al fin, nuevo año, verano, nuevas oportunidades y felicidad”. Lo más cercano a estar feliz fue que los pocos que éramos en la mesa de las fiestas hayan traído algo rico para comer. De ahí para atrás y de ahí en más mi vida no paraba de ser una montaña rusa de desiluciones y energías negativas que me llevaban a replantearme la existencia del ser humano.
Se me cruzó pensar en las fiestas cuando era chica. Todo era diferente. No sé si era exactamente por el hecho de jugar a papá noel o porque tenía muchos menos años encima, había más familia y mis papás por lo menos podían pilotearla un poco más. Ahora todos crecimos, mis abuelas no están, mis primas no pueden o prefieren no venir, mi hermana mayor porta las mismas ganas de morirse desde que tenía mi edad y la del medio por no hacer sentir mal a mi mamá todavía viene a llenar un espacio en la mesa. Le intenta poner onda pero está en la misma, le da pena todo. A mí tía pareciera que le pasó un camión por encima, creo que prefiero su versión histérica discutidora de hace unos años a verla a un paso de perder la cordura por las cosas de la vida, la soledad y el estrés. Y bueno, mis viejos, vaya a saber qué deben pensar a esta altura de sus vidas. Ella queriendo que la necesitan, atención y amor a su manera y él queriendo huir, descansar y apenas emitiendo palabra. Lo de siempre. Un día festivo no cambia nada.
Pensaba en el componente que nos arrastra, parece que esta casa es digna de todos los males. Poner un pie afuera es un alivio. Quisiera que no fuera así pero así lo es y ya no hay nada que se pueda cambiar. Solo queda abrirme paso hacia la puerta cada vez que pueda, pelearla por alejarme y algún día (esperaba que pronto) solo tener que volver un día o dos de la semana.
En cuanto a mi también tengo mis mambos. De tal palo a tal astilla dicen. Y cuando creces en un criadero de inseguridades lo único que se puede esperar de uno es lograr salir del papel de víctima y pedazo de mierda en el que nos encasillaron y salir a pelearla por vivir mejor. Acá me tienen volviendo a pensar en mi familia, en mis problemas y en mi persona. Una rueda tan estresante que parece que la suelto mucho pero muy pocos saben lo qué es esto. Prefirieron creer otras cosas a preguntarme. Pero ese es otro tema, mis fuerzas están puestas en otras cosas a esta altura. Me interesa más intentar pensarme a mi misma como alguien fuerte (aunque no lo soy) que lo que  a esta altura vayan a pensar los demás de mi al respecto.
Aprendí que lo mejor para mí vida y mis relaciones sociales es guardarme lo que siento. Mucha habladuría para nada. Creo que se hartan y se fastidian incluso. Además de cierta forma lidiar sola hace que me dé un poco de valor. No voy a decir que no me duele, a veces hasta pienso en abrir la puerta y desaparecer pero sé que no sirve de nada. Solo preocupar y generar más conflicto de los que tengo. Entonces caigo una vez más a mi baño, específicamente a sentarme hecha una bola en la tapa del inodoro y descargar toda el agua contenida dentro de mis lagrimales. O en peores crisis me pongo literalmente en cuatro con mis codos apoyados en la cama y hundiendo la cabeza en un almohada al grito de vaya a saber qué carajo me haya pasado en eso momento. Histerias que cada tanto necesitan salir. Es muy gracioso saber que nadie me imagina haciendo algo así porque me paseo por el mundo como un zombie que intenta vibrar alto y aconseja a los demás.
En fin, me había ido por las ramas con mis pensamientos. Como siempre cada vez que entro en un estado en el que me quedo mirando un punto fijo y ya no tengo dimensión del espacio y del tiempo. Solo soy yo y mi cabeza. A veces ni eso. No pienso nada solo me quedo nula mirando a la nada misma.
Volviendo a ese momento, ese día estaba yendo a comprar. No me acuerdo ya qué cosas exactamente y no creo que sea algo del interés de alguien como para remarcarlo. Solo sé que iba observando como vivían los demás.
Veía nenes chiquitos y me acordaba de mi infancia, me preguntaba qué pensaran, sus prioridades, qué se imaginarán que va a ser la vida de grandes.
Veía a más adolescentes de diferentes edades y me preguntaba si ya estarían en la etapa en dónde todo sale mal y si creían que eso era pasajero. También pensaba que en pocos años voy a tener que salir de la categoría adolescente y empezar a llamarme como una adulta. Anhelaba un poco tener dieciséis por más que prácticamente no haya tenido una adolescencia normal y sana.
También me preguntaba si eran concientes los que solo les quedaba un año de colegio de la cantidad de cambios que en pocos meses iban a tener que afrontar. Salir a buscar laburo, encontrarse con la facultad si pensaban estudiar, alejarse de mil personas, acercarse con otras, empezar a tener otras preocupaciones y volverse un poco más amargos que el año anterior.
Bueno, no todos tenían esas preocupaciones. Uno termina el colegio y por más que hayan pasado mil años siempre están los inaguantables que disfrutan de seguir corriendo chismes de todos. No los entiendo, pero allá ellos. Eso habla muy claro de que clase de personas son. Mi fantasía sexual sería que se consiguieran una vida.
Qué discurso tan alentador tenía en ese momento. Por suerte todo queda en mi cabeza. Me acostumbré a tirarle la mejor a la gente porque sé que los empujones nunca están de más y a veces son muy necesarios.
Además me encanta aconsejar. Complejo de madre. Menos mal que todavía no lo soy, realmente hablo mucho pero me cuesta accionar y mucho más darme el valor que debería.
Después de pasar por la juventud se empezaron a cruzar en mi radar los adultos. Y ahí sí que tenía muchas dudas. Tantas que si hubiera un límite no me alcanzaría ni un almacenamiento interno de 32 GB.
Un comentario muy de mierda pero es un buen ejemplo.
Cuando veo a los adultos me siguen las dudas sobre toda la vida en general. Las famosas preguntas de si existe la felicidad, si hay posibilidades de un mundo mejor, si hay chances también de que no todo pase por la guita y el trabajo, si todavía seguirá la llama de la juventud, si pueden enamorarse toda una vida y si realmente existe la fidelidad y la lealtad. Qué pasa cuando nos tienen a nosotros, si les cagamos o mejoramos la vida. Qué pasa cuando ya hay una casa, hay ingresos, hay hijos, hay mascotas, pareja y viajes. Se siente la plenitud o el ser humano no para ni un segundo de ser ambicioso. Y qué pasa si no tenés nada de eso y te encontras nada más con tu reflejo y la angustia de el qué hubiera paso si.
También me pregunto si todavía creen en los sueños o esos a esa altura ya pasaron de moda porque son muy grandes para divagar.
Y qué pasa cuando llegan los setenta y empezas a darte cuenta que en cualquier momento tu vida puede dejar de funcionar.
Todo esto en minutos. Vivo atormentada por lo que fue, lo que es y lo que será. Demasiados miedos engendrados. Y todos tienen la misma raíz estúpida que al fin y al cabo es lo que nos mantiene con vida. El miedo a la muerte. Y eso que creo (O por ahí quiero creer) que existe algo más después. Pero el hecho de llegar mis últimos momentos y darme cuenta que mi vida no fue más que decepción hace que mi ego horrible se retuerza. Porque es eso, todo se reduce al ego humano. Por más amigables que parezcamos todos poseemos uno por nuestra condición y somos capaces de tomar y dejar todo en unos instantes por satisfacerlo aunque sea unos segundos y así cagarnos en la vida y en los demás. Así queridos espectadores imaginarios que también alimentan mi ego es como corre la vida y después nos quejamos. No me pregunten cómo cambiar eso, soy la menos indicada, todavía me pongo mal si no me recuerdan o demuestran que me quieren. Dicen por ahí que hay que practicar una vida más espiritual pero sería para nada hacer incapié en algo con lo que ni yo ni ustedes vamos a tener constancia porque nos maneja lo virtual a flor de piel en estos días. Y si se habla de algo diferente, de cosas superiores al hombre para encontrarnos un poco y sacarnos encima ese egocentrismo lo único que se consigue es que se caguen de risa. Porque claro, qué mierda van a existir esas pelotudeces que tienen más conocimiento sobre nuestras vidas, nuestras actitudes, sobre absolutamente todo eso que no conocemos. Es de locos. Y si, todos lo dijimos alguna vez. El ego, chicos.
Era cinco de diciembre y seguía pensando las mismas huevadas desde que descubrí que tengo problemas con mi existencia. De los pies a la cabeza, desde las venas hasta el corazón y desde mis ojos hasta el reflejo de los ojos personas que ni siquiera conozco.
Y si, comenté que ese día estaba yendo a comprar pero en el camino me perdí, me olvidé a qué iba y porqué iba. Así que hice lo mismo de siempre. Volví a mi casa, me metí en mi pieza desecha y me acosté. Cosa que duró dos minutos porque acá ya dije, es un cuento de nunca acabar. Terminé en la cocina tomando mates y escuchando lo miserable que es la vida del mis papás. Es lo que hay. Me toca de a poco empezar a escribir mi propia historia y duela o no darle respuestas a todo eso que a menudo no me deja descansar. Dudo desapegarme de eso que me hace ser humano de carne y hueso, ni siquiera sé cómo empezar o cómo hacerlo. De hecho mis mayores ambiciones demuestran que me falta mucho por aprender. Lo más puro que llevo adentro son las ganas de amar.
Pero no importa, ya veré qué hacer con todos estos temas. Al fin y al cabo son mambos y solo tengo diecinueve años. Y aunque me queje y parezca un amargada, no sé qué haría en otro contexto y en otra vida.

Escritos en la duchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora