Capítulo único

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—Joder, ya la he vuelto a liar, sabía que no debería haber utilizado ese hechizo junto al dichoso Nemetón, pero era tan tentador. Quien iba a imaginar que iba a salir mal y acabaría en el mismísimo infierno.... —el chico de orbes miel se quejó por décima desde que se encontraba en aquel lugar lúgubre y sombrío.

Hacía calor, cosa que agradecía pues le desgarraba pasar frío. Viéndolo en perspectiva tampoco era tan mal sitio, hacía calor, había mucha luz y si no fuera por los constantes gritos de las almas condenadas, no sería un mal lugar para vivir.

Aunque claro, si él fuera el jefe del infierno quizá hubiera redecorado el lugar con algo menos sangriento y un toque más de harmonía y vida. Tanta lava y sangre no estaban mal, pero quizá era algo recargado. Ni que decir que los cuerpos desmembrados que ocupaban la estancia le quitaban ese toque acogedor que podría tener el lugar. En fin, él no había venido aquí a redecorar el infierno, tan solo quería salir de ahí como fuera.

Emprendió un largo camino evitando ser visto por los demonios u otras criaturas que ahí moraban. Le parecía increíble el haber cruzado medio infierno sin encontrarse a ningún monstruo. Llegó hasta una especie de palacio bastante tétrico, sus largas estacas y demás defensas eran terroríficas al igual que sus sangrantes paredes y sus escalofriantes puertas creadas con huesos humanos.

—Este palacio solo puede ser de Lucifer... tan sólo espero que no esté en casa y encuentre una salida de este maldito lugar —rezó el muchacho que se adentro en aquel enorme castillo malévolo. Utilizando algunos de sus hechizos logró escapar de los guardias que había por el lugar, aunque no fue suficiente ya que varios demonios lo perseguían sin escapatoria.

Corrió y corrió hasta que se detuvo ante una enorme puerta de madera de roble adornada con calaveras y varios diamantes de sangre, no había más escapatoria, asi que atravesó aquella majestuosa puerta para acabar en el salón del trono. Donde un muy contento Lucifer se encontraba sentado en su enorme sillón con una gran sonrisa en su cara.

—Por fin has llegado cielo —dijo el diablo levantándose del trono para acto seguido chasquear los dedos y cerrar la puerta por donde el chico acababa de entrar.

El pequeño humano no tenía escapatoria ante el señor del infierno, iba a morir ahí probablemente, pero al menos moriría a manos de un pedazo de monumento.

"Dios que pedazo de monumento, si tengo que morir que sea a manos de él y atado a su cama" pensó para él mismo, cosa inútil puesto que el diablo supo perfectamente lo que el chico pensaba. Una sonrisa ladina se dibujó en la cara de Lucifer que se despojó de la camisa roja que llevaba puesta para así acercarse al muchacho que ya era un mar de nervios.

—Te agradeceria que no nombraras a mi padre cuando estamos apunto de follar cielo, eso puede cortarnos el rollo ¿no crees? —susurro Lucifer cerca del oído del chico a la par que mordisqueaba el lóbulo del pequeño para acabar saboreando con su lengua el cuello del joven, el cual si ya era un mar de nervios antes, ahora ya no podía ni respirar. Tan solo emitía pequeños jadeos ante el tacto del diablo.

— ¿Qu..Quie...Quien ha dicho que vayamos a hacer eso? eres el diablo lo que quieres es quedarte con mi alma —pronunció el joven como pudo ya que Lucifer seguía besando, lamiendo y acariciando cada cm de su delicado cuerpo, cosa que hacía que no paraba de jadear.

—Bueno pequeño, más que tú alma lo que más deseo ahora mismo es devorarte, sabes tan bien que siento que no voy a poder llegar a la cama antes de tomarte aquí mismo —anunció con la voz tomada el diablo mientras llevaba la mano del chico hacia su abultada entrepierna, lo que hizo que el pequeño soltara un gemido de placer al tomar contacto con lo que pronto saboreaba. — Vamos Stiles, ya sabes que hacer con ello, te dejare jugar todo lo que quieras mientras me prometas que te portaras bien— habló nuevamente Lucifer que cogió en volandas al chico para aparecer a los pies de la cama del diablo, dejando con cuidado al joven de rodillas y desabrochando los pantalones negros que llevaba, junto con sus apretados boxers rojos. Fue entonces que a Stiles se le cayó la baba ante la vista de aquel trozo de carne que iba a degustar. El pequeño miró a los ojos del diablo y este con un movimiento de cabeza le indico que podia empezar a trabajar.

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