Capítulo 1

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La llave encajaba perfectamente. La hundí en la cerradura y la giré con un simple movimiento de muñeca. La luz que destellaba del farolillo que estaba sujetando estaba perdiendo brillo, poco a poco, mientras avanzaba por un largo pasillo que me condujo a la cocina. Lo que me faltaba. No tenía luz y necesitaba un mechero... Mientras que la luz parpadeaba yo corrí directo a mi habitación, en busca de cigarrillos. Revolví la mesa entera repleta de papeles y basura. Abrí todos los cajones, uno por uno, pero no encontré nada. Sentí como las manos me sudaban y el corazón se aceleraba a causa de los nervios. Abrí rápidamente el armario y al fondo conseguí observar un cenicero con un mar de cenizas negras sobre él, y más atrás, el mechero y los cigarrillos esparcidos. Una chispa de alivio me recorrió el rostro angustiado. Cogí uno con los dedos temblorosos y me lo coloqué en los labios resecos y agrietados mientras lo encendía con el mechero y la pequeña llama roja quemaba la punta, empezando a desintegrarse lentamente. Absorbí y luego eché el humo por la boca. Tosí forzadamente. Me miré las manos, el humo serpenteaba en espirales. Las tenía agrietadas, repleta de cortes y arañazos, los dedos largos y sin forma. Me quité la capucha de la chaqueta y me senté sobre la silla, y me miré al espejo, absorbiendo de nuevo el cigarro. Lo dejé sobre el cenicero y me recorrí el rostro con los ojos agotados. El cabello negro caía sobre mi frente empapada de sudor, sucio, como de costumbre, mis facciones eran delgadas y angulosas, un rostro hermoso... O eso solía decir mi abuela. Los ojos azules del color del cielo despejado. Me tapé la cara con las dos manos grandes y huesudas. Las arrastré despacio y descubrí unas ojeras terriblemente grandes. Necesitaba quitarme toda la mierda de encima, darme una ducha y sobre todo... dormir. Me entró sueño con solo pensarlo. Estoy mal, jodidamente mal. Me levanté de la silla y me acerqué a mirar por la ventana. Los árboles parecían siniestras sombras alzándose por delante de mí, tapando cualquier tipo de luz que pudiera hacer brillar mi rostro pálido. Puse las manos en el alféizar, y miré al suelo exponiéndose a mis pies. Nunca le había tenido miedo a las alturas, pero algo había que me hacía no querer mirar. La habitación estaba envuelta en una pesada y turbulenta oscuridad que hacía marearme y decidí coger una linterna que estaba encima de mi escritorio, y me dirigí hacia el baño con pasos de plomo. Me fallaba todo el cuerpo, sentía que en cualquier instante me rompería en pedazos y me desplomaría sobre el suelo y nadie vendría en mi ayuda. Me recorrió un escalofrío por toda la espalda, y me estremecí. Cuando entré en el baño, me fui desnudando y tirando la ropa despreocupadamente en el suelo no muy limpio. Vivía solo, y me las tenía que apañar para ganarme la vida y no morir de hambre. Me estiré para girar el grifo de la ducha, y el agua empezó a correr con fuerza. Unas cuantas gotas salpicaron mi cuerpo desnudo y se resbalaron hasta llegar a los pies, perdiéndose por el desagüe sucio y maloliente. Apoyé mis dos manos sobre la piedra resbaladiza y apoyé la frente. El agua recorría mi espalda, y vi como toda la suciedad desaparecía y teñía el fondo de la ducha. Unas lágrimas recorrieron mi rostro demacrado por el cansancio y la pena. Las ganas de sentir un simple roce me hacía que todo el cuerpo se me calentara. Pegué un golpe con el puño cerrado, y me corté los nudillos, y salió sangre, que se derramó por mi mano y la puse sobre mi muslo, dejando un rastro. Quería sentir que alguien me quería. Quería sentir que todo estaba bien. Cuando... para nada era así. El agua seguía corriendo, y yo me fui sentando lentamente sobre el suelo, y lloré, con ganas de no hacer nada, simplemente dejar que pasara.Como siempre lo hacía. Si fuera lo suficientemente valiente, si lo fuera, lo más mínimo... Hace mucho tiempo ya le hubiera contado a mi familia que... Golpeé de nuevo con mi puño cerrado, maldiciéndome. Si hubiera sido valiente, y no un puto cobarde... Ya le hubiera dicho a mi familia que soy gay. Y que amo a los hombres.

La promesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora