Salmeé sufría.
Todas las mañanas y mediodías, cada tarde, noche y madrugada. El miedo la asfixiaba dentro de las paredes de su cuarto.
No era una niña bonita. No era inteligente, creativa o buena en los deportes. No sabía cómo hacer amigos porque siempre que lo intentaba debía forzarse a ser alguien que no era, ya que todas las oportunidades donde solo fue ella, la rechazaron.
Se recluyó en su cuarto. Era grande, del tamaño de un salón de baile aunque nunca tenía invitados.
Aunque sí intrusos.
Cuando menos lo esperaba, ellos aparecían:
Mamá y papá, reflejos de la misma maldad a pesar de que uno estaba más distorsionado que el otro.
Ella la golpeaba a escondidas del mundo, incluso de su padre.
Él se metía en su cama a escondidas del mundo, incluso de su madre.
Los padres creían que Salmeé recibía maldad por una parte y amor por la otra, pero todo lo que la niña conocía era sufrimiento.
Lo conoció por 14 años, hasta el día que se dio cuenta que los castillos son solo cárceles bonitas.

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La noche que Salmeé corrió las estrellas
Teen FictionLos castillos son cárceles bonitas.