—La oscuridad es tu amiga, ¿por qué le temes? Sin ella los amantes no podrían hacer sus travesuras en la noche, porque los pillarían. Sin ella no verías estrellas, es decir, testigos que contasen las locuras en nombre del amor cometidas por los enamorados. Sin ella no se habrían escrito tantos poemas, cuentos y novelas, mucho menos creado las canciones más bonitas del mundo. La oscuridad es cómplice de la creatividad y los impulsos. De ti. Nunca lo olvides. Puedes tenerle miedo, pero también puedes amarla. No todo lo que está a oscuras es malo —dijo Vik al ver que Salmeé se negaba a dormir hasta que regresara la luz.
—La oscuridad también incita y encubre a las bestias. Ciega a los testigos que podrían hablar y las sombras resultan cómplices de los monstruos.
—Hay monstruos que caminan a la luz del día. Ellos no se salen con la suya porque haya o no luz, sino porque saben cómo usar la existencia del sol para aparentar ser algo, y la de la luna para ser otra cosa.
Salmeé al fin se recostó. Se hizo tan pequeña como su cuerpo se lo permitió y miró el perfil de Vik. Su nariz era demasiado diminuta para su rostro y el flequillo le rozaba las pestañas en la penumbra. En posición horizontal parecía que el piso iba a tragarlo. Más delgado no podía ser, y sus piernas sobresalían por mucho del cartón.
A pesar de que le acababa de decir que los monstruos estaban al acecho a todas horas, sus palabras la tranquilizaron porque fueron las más honestas que había escuchado en la vida. Sobre todo porque no negaba la existencia de las bestias que no parecías bestias. Cuando ella estaba en el reino, ningún súbdito o familiar real le creyó cuando se animó a contar los trozos de sus pesadillas.
Salmeé durmió la noche entera. No se despertó ni una vez, precisamente porque nadie la despertaba para usarla.
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La noche que Salmeé corrió las estrellas
Novela JuvenilLos castillos son cárceles bonitas.