san francisco

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Los treinta y cinco grados que marcaba aquella tarde la ciudad de San Francisco resultaban de lo más desagradable. De haber sabido que iba a caer semejante infierno, nunca habrían optado por disfrazarse del elenco de Shrek en. Igual habría surgido en diciembre, o en febrero, cuando podías cubrirte la seta como una cebolla.

—Mamá, ¿qué es esa cosa verde de ahí?

Un niño de unos ocho años señaló con un dedo tembloroso tres grandes bultos que se veían al final de una de las cientos de cuestas que conformaban el barrio de Union Square. Parecían colapsar la entrada a un paso de cebra, y la gente pasaba sin siquiera prestarles atención, como si fuera algo habitual encontrarse bultos verdes en las aceras.

La madre frunció el ceño, extrañada.

—No lo sé cariño, pero no te detengas a mirarlo.

El niño se agarró con urgencia a su madre cuando pasaron al lado de aquellos bultos. Uno tenía cuernos y barriga, e iba vestido como una especie de granjero. Estaba boca abajo, así que no pudo verle la cara, aunque los pantalones parecían rasgados. Si te acercabas lo suficiente, se podía apreciar una raja sospechosa en el trasero.

Medio metro más allá, un bulto algo más pequeño con forma de asno de color ceniza parecía dormir plácidamente. Había perdido dos patas, dejando al aire dos largas piernas metidas en un elegante pantalón de traje, dando a entender que lo que había debajo era una persona.

El tercer bulto tenía una larga trenza pelirroja y el vestido verde hecho jirones. Bajo éste se asomaba una camiseta de Doraemon.

Cuando el piececito del niño pasó al lado del primer bulto, éste se movió. Agarró al crío del tobillo y levantó la cabeza, dejando ver una cara horrible con cuernos redondeados.

—SHREK IS LOVE, SHREK IS LIFE —gritó con una voz profunda. Inmediatamente, el niño soltó un chillido y le dió una fortísima patada en la cabeza. Su madre lo aferró a ella y ambos salieron corriendo de allí como alma que lleva el diablo.

—Quién coño chilla —se quejó el asno, sobresaltado.

—Maricón, el niño ese me ha pegado una patada que me ha dejado gilipollas.

—Como sigamos bebiendo así, ni neuronas nos van a quedar.

Dos de los tres bultos se incorporaron hasta sentarse en la calle. Hacía demasiado calor para llevar aquellos trajes.

—¿Recuerdas como hemos llegado aquí?

—Te diría que montadas en la luna de Dreamworks, pero me temo que solo íbamos trifásicas.

—Oh, no —suspiró el asno con fastidio —. Nos toca subir la cuesta hasta casa y sólo tengo ganas de morirme.

—Yo paso, voy a pedir un taxi —el primer bulto se levantó tambaleante y sin mucho cuidado se quitó el guante verde gigantesco que cubrían sus manos —. Como empiece a subir esa cuesta me voy a cagar encima.

—¿Dónde está Mer?

—Aquí.

Una voz ahuecada y lejana les habló desde el suelo. Aún boca arriba y con el Doraemon en aquella camiseta luciendo entre los arañazos del vestido, la persona que estaba dentro de aquel disfraz no se dignó a levantarse.

—Mer, nos va a dar una insolación, deberíamos irnos a casa.

—Llevo más de veinte minutos intentándolo, pero tengo un problema.

—...calle Muy muy lejano... sí...

—¿Qué te ocurre? —preguntó el asno levantándose y apoyándose sobre el hombro de Shrek, mirando a Fiona aún en el suelo.

pollos cayendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora