El che prólogo

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-Buee... la reputa madre que me remil parió. -pensó Lincoln, frotándose los ojos- Colegio la concha de tu madre.

Apagó la alarma, siendo el único en la habitación que se había despertado por ella. Volteó hacia su melliza.

-Che Lynn, despertate.
-Déjame en paz, bobo. -respondió, medio dormida.
-¿Qué? ¿Querés que traiga el balde?
-... Ahí me levanto.

Una vez, como Lynn no se quería levantar, le tiró un baldazo de agua (método aprobado por sus viejos). Desde entonces, las amenazas habían surtido efecto.
Salieron de la habitación intentando no despertar a Lucy, ya que ella iba a la primaria por la tarde. En cambio, ellos iban a la mañana.
Sus padres, como los ratas que eran, los habían enrolado a todos en la misma escuela pública. Todo sea por ahorrarse plata en libros.

Así que, una vez tomado el desayuno, cargaron sus mochilas y se dirigieron hasta la parada del colectivo. En el camino charlaron más bien poco, como les resultaba costumbre.
Llegaron un rato antes de que sonara la campana, y ambos entraron directamente al aula. No había mucha gente dentro, ya que la mayoría solían llegar tarde. Se separaron y cada uno se sentó con su respectivo grupo de amigos.

-Che Clyde, ¿todo bien?

Clyde, su mejor amigo, también era descendiente de inmigrantes, pero a su familia le había ido peor. Uno de sus padres era taxista, el otro peluquero (de esos de barrio, no los que te cobran una millonada por un corte poronga), entonces andaba casi siempre corto de plata.

No es que su familia estuviera mucho mejor, a decir verdad.

Sus padres habían tenido a Lori apenas pasados los 20 años, y recién luego del nacimiento de Luan recordaron la existencia del condón, o al menos eso parecía, pues habían tenido cuatro hijos en poco más de cinco años. Luego, cuando parecía que luego de 6 años habían parado, ¡Bam! Cayeron Lynn y él. Tres años después Lucy, cuatro después las gemelas, dos años más tarde Lisa y otros tres después Lily.
Pese a la exorbitante cantidad de hijos, más o menos se la arreglaban, pero no tenían muchos lujos. Parte de la relativa estabilidad que tenían económicamente era gracias a que las cuatro hermanas mayores ya se habían mudado (juntas) a su propia casa. Caso contrario, estarían en bancarrota. Pero no lo estaban, así que en fin, no se quejaba.

Más y más gente comenzó a llegar, el preceptor pasó lista y luego llegó el profesor. Se preparó para morirse de aburrimiento. No por la materia en si, dependiendo del tema historia podía llegar a ser bastante interesante, pero el profesor… oh, el profesor. Montaño era el típico profesor viejo. Sus evaluaciones duraban más de dos horas de reloj y era bastante estricto con los alumnos. Una de las razones por la que la mayoría lo odiaban era que solía pegarse siestas en medio de la clase, y recién se acordaba de que tenía que enseñar un mes antes de la evaluación, por lo que todos los alumnos tenían que estudiar a las apuradas.
Resumen: es un gordo forro y nadie lo quiere.

El tipo se sentó en la silla y sacó un libro, que pasó a un alumno que se sentaba enfrente suyo.

-Sácale fotos al capítulo seis y siete, después andá pasando para que los demás hagan lo mismo. ¡Atención! Alumnos, la evaluación es en dos semanas, entra todo acerca de las presidencias de Perón y la dictadura.
-Pero profe, yo no tengo celular. ¿Cómo…
-Y bue, arreglate. ¿Que querés que te diga? Fotocópialo u algo. ¿Alguna pregunta más? ¿No? Bien entonces, a estudiar.

Dicho esto se reclinó en su silla. Zach lo miraba desde el fondo con odio, ya que durante todo el año lo había tenido de punto. Mientras tanto, Lincoln suspiró. Esa semana ya tenían seis evaluaciones programadas, y aún no había comenzado a estudiar.
Miró a Clyde, quien parecía estar en la misma. Se venían semanas complicadas.

Luego de historia, vino matemática, luego inglés, y para cuando se dio cuenta, estaba saliendo por las puertas del colegio junto con otros alumnos. Una vez fuera, esperó a Lynn, para caminar de vuelta hacia la parada del colectivo. En él, el viaje volvió a ser silencioso. En un determinado momento, Lynn amagó a decir algo, pero se contuvo. Bajaron e ingresaron al edificio en el que vivían. A partir de ese momento, todo siguió en su rumbo normal: almorzó, se dijo a si mismo que debía hacer su tarea para luego pasar totalmente de ello, y ayudó en su casa hasta que fue hora de dormir.
Una vez acostado se quedó mirando al techo. No era que lo encontrase interesante ni nada por el estilo, pero aún así lo miraba fijo.

Sentía que a su vida le faltaba emoción, que gradualmente se había vuelto monótona; y le aburría soberanamente.

Cambio, necesitaba que algo cambie, que suceda algo distinto.

Y mierda, las cosas van a cambiar.

Para mal, desgraciadamente.














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Nadie me pidió esta historia y a muy pocos les va a interesar, pero aún así es la cosa que más he disfrutado escribiendo. Espero que les guste.

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2020 ⏰

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