Zombie day
El ruido de las aspas del helicóptero aterrizando sobre la azotea suena por encima de los gruñidos y golpes que producen los no muertos en el pasillo. Estoy encerrado en un apartamento de un gran edificio en pleno centro de Madrid. No me encuentro solo. Acompañándome hay otros tres supervivientes más aterrorizados que yo. Llevamos dos semanas viviendo en el mismo apartamento sin comida, y la situación es desesperada. Aquellas criaturas saben que estamos allí y no se cansan de intentar derribar la puerta. Aquellos golpes nos han eliminado el sueño durante las últimas noches. El único que tiene un arma soy yo y la munición me escasea, apenas llega para cargarme a diez de esos cabrones. Mi misión está bastante clara: llevar a mis compañeros al helicóptero cueste lo que me cueste. Solo nos separa una puerta de las escaleras y un pasillo que lleva a las escaleras de emergencia. Suena fácil, ¿verdad? Un pequeño problema, están allí fuera, esperándonos. Sé que el helicóptero no tardará mucho en largarse así que respiro hondo. ¡Ni siquiera saben que estamos aquí, joder! Compruebo que mi arma está lista para disparar y observo de reojo a los supervivientes; una niña menor de edad, un anciano y una mujer en silla de ruedas. ¡Cago en la puta!, pienso, ¿no podrían ponérmelo más fácil? Abro la puerta de golpe y empiezo a disparar a cualquiera que se me ponga delante, vivo o no vivo, mientras corro hacia las escaleras. A mis espaldas, escucho los gritos de agonía de mis compañeros. Los zombis se están ocupando de ellos. Sin mirar hacia atrás, sigo mi carrera hasta llegar al exterior. El helicóptero militar sigue esperando, listo para despegar. Varios soldados disparan a todo zombi que se les acerca. ¡Dios mío! ¡Son tantos! Sigo apretando el gatillo a sabiendas de que no me quedan balas. Esquivo al primero... ¡se han dado cuenta de mi presencia!... utilizo mis habilidades futbolísticas para regatear a uno, y a otro... ¡ya estoy cerca del helicóptero! Veo al piloto que me grita haciéndome señas de que me dé prisa. ¡Van a despegar y estoy a punto de conseguirlo! De repente llega la oscuridad. No veo nada. Todo está más negro que el carbón, hasta que me doy cuenta de que el imbécil de mi hermano me ha apagado la consola.