Percy II

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Lo malo de bajar en picada cuesta abajo a ochenta kilómetros por hora es que si te das cuenta de que es mala idea a mitad de camino, y es demasiado tarde.

Percy estuvo a punto de estrellarse contra un árbol, reboto en un canto rodado y dio una vuelta de trescientos sesenta grados al salir disparada hacia la autopista.

La ridícula bandeja de aperitivos no tenía dirección asistida.

Oyó que las hermanas gorgonas gritaban y vislumbró el cabello de serpientes de coral de Euriale en la cima de la colina, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso. El tejado del edificio de apartamentos surgió debajo de ella como proa de una acorazado. Se avecinaba un choque frontal en diez, nueve, ocho...

Consiguió girar a un lado para evitar partirse las piernas con el impacto. La bandeja de aperitivos salió por encima del tejado y surcó el aire. La bandeja voló por un lado. Percy por otro.

Mientras caía hacía la autopista, una terrible imagen cruzó por su mente: su cuerpo estrellándose contra el parabrisas de un todoterreno, y un conductor molesto tratando de apartarla con los limpiaparabrisas.   >¡Estúpida cría! ¡Mira que caer ahora del cielo! ¡Llego tarde!<

Milagrosamente, una ráfaga de viento la empujó hacia un lado, lo justo para no caer en la mismísima autopista, y fue a parar sobre un grupo de arbustos. No fue un aterrizaje suave, pero era mejor que el asfalto.

Percy gimió. Quería quedarse allí tumbada y desmayarse, pero tenía que seguir adelante.

Se levantó con dificultad. Tenía las manos llenas de arañazos, pero ningún hueso parecía roto. Todavía llevaba la mochila. En algún momento del trayecto en trineo, había perdido la espada, pero sabía que acabaría apareciendo otra vez en su bolsillo en forma de bolígrafo. Era parte de su poder mágico.

Miró cuesta arriba. Las gorgonas eran fáciles de localizar, con su cabello de serpientes tan colorido y sus chalecos de vivo tono verde. Bajaban con cuidado por la pendiente, avanzando más despacio que Percy pero de forma mucha más controlada. Las patas de pollo debían de ir bien para trepar. Percy calculó que tenía unos cinco minutos antes de que lo alcanzaran.

A su lado, una alta valla de tela metálica separaba la autopista de un barrio de calles  sinuosas, casa acogedoras y eucaliptos muy altos. Probablemente la finalidad de la valla era evitar que la gente saliera a la vía y cometiera estupideces- como lanzarse en trineo por el carril rápido en bandeja de aperitivos-, pero la malla metálica estaba llena de grandes agujeros. Percy podía colarse fácilmente en el vecindario. Tal vez pudiera encontrar un coche e ir hacia el oeste, el mar. No le gustaba robar coches, pero durante las últimas semanas, en situaciones de vida o muerte, había  "tomado prestado" varios, incluido un coche de policía. Tenía intención de devolverlos, pero nunca le duraban mucho.

Echó un vistazo hacia el este. Como suponía, unos metros cuestas arriba, la autopista atravesaba la base del precipicio. Dos bocas de túnel, una para cada dirección del tráfico, lo contemplaban como las cuencas oculares de un gigantesco cráneo. En medio, donde habría estado la nariz, un muro de cementos sobresalía de la ladera, con una puerta metálica como la entrada de un búnker.

Podría haber sido un túnel de mantenimiento. Probablemente eso pensaban los mortales, si es que alguna vez se fijaban en la puerta era más que eso.

Dos chicos con armadura flaqueaban la entrada. Iban vestidos con una extraña mezcla de yelmos romanos con penachos, petos, vainas, tejanos, camisetas de manga corta moradas y zapatillas deportivas blancas. El centinela de la derecha parecía una chica, pero era difícil saberlo con seguridad con toda la armadura. El de la izquierda era un chico robusto con un arco y un carcaj a la espalda. Los dos sostenían largas varas de madera con puntas de lanza de hierro, como arpones anticuados.

Los héroes del Olimpo 2do libro: &quot;La Hija de Neptuno&quot; Donde viven las historias. Descúbrelo ahora