―¡Lo sabía! ―masculló Diana molesta al ver el tamaño minúsculo del huevo―. ¡Esa vieja envidiosa me las va a pagar! ―Miró a la gallina que torcía su cabeza como si le entendiera―. Oh, no, tú no, gallinita preciosa... Apuesto que la vieja esa ni siquiera te ha puesto nombre. Te llamarás... ―La contempló por un instante y decidió―. Leila.
Tomó el resto de los huevos que puso Leila y los depositó con cuidado en la canasta. Comparado con el tamaño de los demás, los huevos de la gallina usurpadora parecían de codorniz. Lo mismo ocurrió con dos gallinas más Laila y Lila. Ya era bastante sospechoso el comportamiento de esas gallinas que no obedecían las órdenes y tardaron demasiado en poner esos «intentos de huevos». Diana salió del gallinero, pensando en que la situación debía llegar a su fin de un modo definitivo y ejemplar.
Nadie podía robarle tres gallinas ―las mejores ponedoras del pueblo― y reemplazárselas con tres ejemplares que solo servían para hacer una sopa... Aunque ahora que ya les había puesto nombre, no podía comérselas.
A menos que imaginara que la sopa era de pato y que no eran gallinas cuyos nombres eran Laila, Leila o Lila...
Dejó de divagar.
―¡Mamá! ―la llamó su hijo que iba corriendo a su encuentro. La situación parecía un sueño que se repetía más seguido de lo hubiera pronosticado.
Diana, como cada vez que se repetía la situación, lo saludaba vigorosamente con su mano. Cuando Jacob llegó jadeante a su lado, su madre alzó un dedo.
―¿Quién vino ahora? ¿El señor Fletcher? ―interrogó a su hijo, quien alzó sus cejas pensando que su madre era adivina.
―¿Cómo supiste, ma? ―preguntó el muchacho.
―Es el cuarto hombre soltero del pueblo que ganaría algo con un matrimonio conmigo ―respondió resuelta―. Apuesto que te dijo: «muchacho, llama a tu madre, quiero hablar con ella» ―aventuró, imitando el acento y tono del señor Fletcher.
―¡Fueron esas mismas palabras, mamá! ―exclamó Jacob, agregando mentalmente esa capacidad recién descubierta de su madre al extenso catálogo de habilidades, ¡lo sabía todo!
Diana dio un prolongado suspiro y enfiló sus pasos hacia la casa con todo y canasta. Llegó hasta las puertas francesas y vio al señor Fletcher bebiendo limonada, el cual al reparar en la presencia de la señora Gallagher se levantó para saludar.
―Buenos días, señor Fletcher ―saludó Diana y alzó su dedo para impedir la forzosa cortesía―. Nos vamos a ahorrar todo el mal rato para ambos. La respuesta es no, muchas gracias. ―Dio media vuelta y se dirigió a la salida de la estancia.
―Oh, entonces es verdad de que ha rechazado tres propuestas. ―Rio el señor Fletcher socarrón―. Sin embargo, no he venido a proponerle matrimonio.
―¿De verdad? ―preguntó Diana, suspicaz.
―Mis intenciones son totalmente honorables ―aseguró alzando sus manos―. Al menos más honorables que su atuendo ―señaló con censura.
―Intente llevar una propiedad con un vestido que estorba a cada pisada ―contestó desafiante.
―Veo que esos rumores son ciertos... ―Recorrió con la mirada a Diana de arriba abajo, sin disimulo. Ella carraspeó incómoda por aquel escrutinio―. Perdón, ¿en qué estábamos?
―En sus intenciones supuestamente honorables.
―Oh, sí que lo son... ―Volvió a quedarse ensimismado en la cintura estrecha y anchas caderas de Diana.
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[A LA VENTA EN AMAZON] Y llegó con el verano
Romance[A LA VENTA EN AMAZON - SOLO 3 CAPÍTULOS DISPONIBLES] Serie Herederos del Diablo Libro 1 Un nuevo comienzo sin importar el pasado. Después de toda una vida de trabajo para limpiar el honor de su legado, Frank Smith, sexto marqués de Somerton, ha d...