𝐸𝓉 𝒾𝓃𝓉𝓇𝒶𝓃𝓈𝒾𝓉𝓊 𝒱𝒶𝓁𝓁𝑒𝓎 𝑜𝒻 𝑀𝑜𝓇𝓈,
𝑒𝑔𝑜 𝓃𝒾𝒽𝒾𝓁 𝓂𝒶𝓁𝒾 𝓉𝒾𝓂𝑒𝓃𝓉.
[Capítulo con contenido delicado; se recomienda discreción.]
Vivían en un cuchitril anexo: una minúscula habitación al final del pasillo apenas lo suficientemente amplia como para contener una cama que hervía de chinches y un cúbico baño arrinconado que fungía a su vez como armario, que solo contaba con un obstruido retrete y un obsoleto lavabo.
Una fina capa de polvo, desprendida por las paredes que poco a poco comenzaban a descascararse, enrarecía el aire, y la retahíla de palabrerías obscenas, que a través de los muros se filtraba sin problemas, repercutía en la cabeza del infante y en la enmohecida habitación; y es que lo que ocurría entre los inquilinos que convivían temporalmente en los cuartos adyacentes, bien podía oírse allí y en todas partes: poco se dejaba a la imaginación.
Infestaban la erosionada estructura un millar de alimañas que tanto en el día como en la noche vagaban entre piso y piso, visitando a cada huésped en su respectiva habitación. Particularmente, frecuentaban la 3-b, la habitación del niño, de Levi, que les dejaba esparcidas en la entrada un manjar de migajas de pan rancio, sirviendo aquello como cebo, pues al llegar las épocas en las que escaseaban los alimentos, varias encontraban allí un atroz final. Apaciguaba aquel su voraz apetito con la carne pestilente de las criaturas que se arrastraban entre los chamuscados muros de la construcción: roía las hediondas pieles y masticaba los astillados huesos.
Aquel motel fue inaugurado oficialmente en 1917, incendiado luego en 1923, e infructíferamente intentado restaurar en el invierno de 1932. El edificio paulatinamente se caía a pedazos, como el propio distrito trece. En el verano del 85', él y su joven madre habían llegado a las puertas del motel François, tras largos y fatídicos años de vivir en las calles y de motel en motel, inmersos en una miseria absoluta. Se hospedaron en él por mero azar del destino, cabe mencionarse, ya que, encontrándose en el callejón inmediato al edificio, hurgando entre los contenedores con el fin de encontrar alimentos —pendiendo de un hilo sus almas a causa de la inanición—, fueron aprehendidos por el actual encargado del motel: un hombre alto, corpulento y de repulsivo aspecto —de incipiente y grasienta cabellera, de tez amarillenta, maloliente, y con dos verrugas al filo de la barbilla: de las que brotaba un manojo de pelillos—, que tomando a Kuchel brutalmente del brazo, amenazó con matarlos, puesto que perturbaban la tranquilidad de su lujoso recinto.
Ella, pálida por el miedo y a poco de desvanecerse, rogó por su vida y la de su hijo; prometiendo un pago generoso —dando en venta su cuerpo, único objeto que podía ofrecer— por el perdón de sus vidas y por una habitación en el motel. El hombre, tras observarla descaradamente durante algunos segundos y después de relamerse los labios —purpúreos y sanjados—, aceptó la propuesta, cayéndole de maravilla. Siendo así que obtuvieron un techo sobre sus cabezas y un resguardo decente del frío que circundaba por aquellos lares al aproximarse la noche, pero a un costo muy elevado; desde allí en más Kuchel se veía obligada a pagarle al hombre con lo pactado, no aceptando el dinero que la mujer recolectaba, sino su cuerpo. Y ella, aunque asqueada y ya fatigada por las constantes visitas a la oficina del François, lo hacía para no volver a las calles con su pequeño hijo a cuestas.
Anochecía para aquel momento, y el niño deducía aquello, no contando la habitación con ninguna ventana, por los sonidos que del exterior se colaban al anexo: una mezcla inconfundible y propia de aquel lugar cuando caía la noche, una rítmica combinación entre el retintín de los altos tacones de las prostitutas, el estallido de las botellas de cerveza que dejaban caer o lanzaban por gracia a las fachadas de los edificios los emborrachados hombres que daban traspiés calle abajo, y sin faltar, por supuesto, los cañonazos de las armas y los alaridos de los infortunados.
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Bloodthirsty © | Rivamika.
Fanfiction«La enfermedad mental es la explicación elegante del pecado». ―Hermana Jude Martin, American Horror Story: Asylum. En 425 km² de terreno baldío, entre campos sacrosantos y enormes árboles de madera oscura y troncos torcidos, se extien...