Parte I

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Parte I

Llegada.

Capítulo 1: la llegada.

Hacia una muy buena mañana, el día que Anna decidió instalarse en uno de los vagones del tren rumbo a su destino. Ese día, se levantó como de costumbre, muy pronto. El restaurante se encontraba al otro lado, y tenía que aprovechar su boleto para desayunar.
Le quedaban 4 horas para finalizar su trayecto.

Abrió la puerta de su habitación y se topó con un comisario. Llevaba un rostro serio, sin expresión y una pipa en la boca. Sus canas ya eran presentes y sus arrugas lo hacían ver más respetable. Podría ser un trabajador del tren, o un simple pasajero que se dirigía al mismo sitio que ella.
Anna, cogió el cigarrillo de su bolso y lo encendió, dando una calada por otra... hasta sentir como el humo entraba a sus pulmones y salía al aire libre. Anna tenía un vició: fumar. Nunca en su vida podría dejarlo, era su adición, era su mundo fantástico, hacía que perdiera la noción del tiempo y la realidad. Quería sentir como su vida perdía el sentido, un rato. Nunca había sido patriota de las drogas... pero el café y el tabaco era su buen despertar.

—Buen día señorita ¿Gusta tomar algo? — el camarero del restaurante le ofreció pasar, haciendo reverencia con su mano derecha. Si bien decían que la mano derecha era de Bienvenida, pero la izquierda era que tú viaje sería un desastre.

—Si. Un café americano fuerte. Me pones dos cubos de azúcar por favor.

Anna dejó la colilla a lado de los asientos de este.
Los paisajes alemanes era algo inexplicable. Amaba su tierra, su idioma, su gente y su familia y amistades. Anna era una mujer de pocos amigos, y cabe recalcar, que las mujeres no eran tan bienvenidas en su vida. Eran mujeres frías y prostitutas — o la mayoría lo eran. Ella quería ser diferente, no quería que la tomasen por alguien sin valor por el simple hecho de ser mujer. Anna quería poder, quería venganza.

De hecho, su viaje a Rusia era con un simple propósito. Destituir al presidente y eliminar el contrabando que se comentaba en esa época. Anna revisaba los noticieros cada día, leía los periódicos y buscaba pistas. Era una mujer de armas tomar. Podría ser que el temor se apoderaba de ella, de vez en cuando le hacía recordar su viaje.

El camarero sonrió y le entregó el café. La taza era de porcelana, decorado con flores y un plato hondo con un croissant de regalo de la "casa". Sin duda que se sentía a gusto en el mismo tren. Mojó la cuchara introduciéndola en el café, dejando caer los cubos de azúcar mientras giraba la bebida de un lado a otro. No podía vivir sin una taza de café, por lo menos al amanecer... se podría acomodar no fumar por un día, pero el café era algo que llevaba en sus manos siempre — trabajo y calle.

Giró su rostro observando el reloj de su muñeca. 8:50am. Le quedaban 3 horas y media para arribar a su destino. Cogió un cigarrillo, nuevamente, y lo encendió repitiendo la misma situación: calada por calada.
Su cuerpo respingó cuando sintió una tela muy suave que pasaba justo al lado de ella. Su rostro se convirtió en una expresión de confusión.
Una mujer de faldas largas, blusas de estampados y un sombrero; acababa de pasar por su lado. Parecía una de las típicas alemanas muy blancas y de ojos verdes, su cabello no se observaba: lo llevaba recogido.

El camarero le sirvió en su mesa con la mano izquierda. Sonrió para sus adentros. Quizá era una mujer de no confiar, ni ella misma tenía buena espina de ella. Quizá si me acerco a ella, buscando amistad, puedo saber de quien se trata. Total, solo somos dos mujeres rumbo a Rusia. Pensó Anna observando la escena del vagón.

Dio un sorbo a su café, siendo el último. Y cogió un par de chicles que guardaba en su bolsillo del abrigo. No tenía ningún problema en hablar con alguien nuevo, y tampoco pasaría nada si se acercaba. Acomodó su vestido de tela lisa y se paró; dejando propina en la mesa.

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⏰ Última actualización: Jun 22, 2020 ⏰

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