Mi infancia.

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Ahí estaba yo, la pequeña e indefensa chiquilla. Sí, apenas acababa de nacer, mi padre gritaba con orgullo:
- !Es una niña!, !Es una niña!.
Mi madre apenas me vio, se sonrojó, estaba muy alegre, todos estaban muy alegres.
Mi abuelo, quien entonces no era tan viejo -apenas se le asomaban unas cuántas canas- saltaba de la alegría, en cuanto pudo, me tenía entre sus brazos y acariciaba mi suave rostro.
¿Qué cómo sé esto?, Pues mi abuelo me lo contó, se podría decir que su pasatiempo favorito, era contar historias, toda mi infancia me la pasé escuchando atentamente sus historias.
- Entonces...... !Pum!, Golpeó la puerta, tan fuerte que la derrumbó de una sola patada.
- ¿Enserio abuelito?
- Sí mi niña, cuando entró...
- ¿Qué pasó?, Dime abuelito, dime.
- Entró y no halló nada.
- ¿Nada?, ¿Estás seguro...?
- jajajaja, bromeaba. Entró y divisó un baúl...
- ¿Un baúl abuelo...?, ¿Y qué tenía adentro?...
- Gia, si me sigues interrumpiendo, no puedo seguir con la historia...
- Perdón abuelito, sigue, cuéntame toda la historia, prometo ya no interrumpirte.
- Bueno, abrió el baúl y...
- ¡Ay!, Abuelito -haciendo puchero- dime... Termina la historia...
- Pero Gia, eso quiero, pero me interrumpes cada 3 segundos mi niña.
- ¡La cena está servida...! -gritaba desde la cocina mi mamá- lávense las manos, vamos a comer.
Nos levantábamos del piso de la sala, nos lavamos las manos y comíamos, en la mesa no podíamos hablar de más en la mesa, por lo que me quedaba sin saber de la historia hasta el día siguiente, porque ya estaba oscureciendo y debíamos dormir temprano.
Siempre era así, casi no dejaba que mi abuelo terminase de contar las historias; pero tarde o temprano, las culminaba de contar.
Recuerdo que de niña solía llevar a mis amigos a casa para escuchar las impresionantes historias de mi abuelo, pero a medida que fuimos creciendo, tacharon a mi abuelo de loco, decían que le afectaba la edad, que las cosas que contaba estaban fuera de lo común. Después, ellos ya no se querían juntar conmigo, pero no sé preocupen, yo tampoco me quiero juntar con esos niñatos infantiles, si ellos odiaban a mi abue, o lo creían loco, yo no les volvía a hablar. Y así pasó el tiempo, hoy con 17 años, aún adoro las historias de mi abuelo, aún tengo la dicha de tenerlo conmigo, aún charlamos mucho, bueno, yo más que él. Ya está muy mayor, pero aún me narra historias, incluso historias en la que dice ser él el protagonista. Recuerdo ésta que dice así:
"Estaba yo, un pequeñajo, sentado en una roca a orilla del lago, ¿Ves el cerco que rodea el pueblo? -sí abue, respondía-. Ok, un día estaba sentado frente al lago cómo ya te dije. Vi a lo lejos algo, veía algo volar, no estaba seguro, pero creí que se trataba de un gallinazo talvez. Pero cuando se acercó más, ví que era un gran y gigantesco dragón... -¿Un dragón abuelo?- sí, pero escucha, voló a unos pocos metros encima de mí. -¿Te dio miedo?-. Sólo un poco, pero éste siguió volando, y se posó sobre la colina que estaba tras el pueblo, era hora del almuerzo, pero yo no hacía noción del tiempo, y por eso era el único que no estaba en casa en ese momento. Todos los demás, trabajadores: campesinos, carpinteros, niños, madres y pescadores, estaban en casa comiendo. No era la primera vez que perdía la noción del tiempo. Por eso mi madre no se preocupó en buscarme. -¿Y qué más pasó abuelo?-. Pues me quedé mirando atentamente al dragón, era de color café con gris, pero nunca le vi botar fuego, sólo botaba humo, ¿Quién sabe? Talvez sólo quiso botar humo, y no quiso botar fuego, pero talvez si pueda hacerlo. Un humo que en aquel entonces, cómo si se tratase de una sábana, cubrió de inmediato todo el pueblo. Lo vi, botaba humo por la boca a la velocidad del viento, en unos pocos segundos cubrió todo el pueblo con ese hollín, pero escucha. No era cualquier hollín, mató a todos los animales del pueblo: vacas, cerdos, ovejas, labradores... Pero sólo se salvaron los animales que estaban bajo techo, por eso hasta ahora conservamos estos animales, los caballos, terneras, chanchitos, pollos, gallinas y cachorros que estaban en el granero, o bajo techo de alguna granja, se salvaron. No te imaginas lo que se sentía en ese momento, ahí también perdí a mi pequeño labrador, él no murió por las cenizas, él estaba conmigo, y corrió; corrió cuando me quedé viendo al gigantesco dragón.
Claro, los peces del río murieron también, fue algo impresionante, la suerte fue que el río traería más peces desde arriba, pero las demás cosechas se dañaron, el humo cubrió los arrozales, la cebada, toda la tierra, las hojas de los árboles... Y los frutos expuestos, se dañaron; no habían manzanas, uvas, aguacates, tomates, pepinos, no había nada. Con suerte, el río trajo más peces, tuvimos que vivir sólo comiendo peces, no había arroz, pollo, o frutas. Sólo peces, no me quejo, al menos aún teníamos que comer.
Pero volviendo dónde quedé; luego que el dragón hiciera de las suyas, voló de regreso por dónde salió, volvió a volar por encima de mí, talvez no me hizo daño, porque el pasto era muy alto, y yo lo suficientemente pequeño como para pasar desapercibido. Pero a lo que éste cruzaba el lago, dejó caer algo. -¿Qué dejó caer abuelo?-. (En ese momento mi abuelo se acercó a una caja que tenía en su cuarto, la abrió, después de quitar muchos trapos, ahí estaba) -¡Wow!, ¡qué hermoso abuelo!, ¿Tú la hiciste?-. No querida, ésto es lo que dejo caer el dragón, cuando volaba de regreso."

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⏰ Última actualización: Jun 25, 2020 ⏰

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