C a p í t u l o ú n i c o

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Hoy voy a contarte una historia cliché, sin embargo, esta historia es cierta, no la saqué de algún libro, mucho menos de un sueño. Esta historia se trata de mí, Na Jaemin, y de Lee Jeno, posiblemente la persona de la que más tiempo llevo enamorado.

Todo comenzó hace diez años atrás. Yo venía de una pequeña manada en el bosque, por lo que tardé mucho tiempo en adaptarme al ámbito urbano (estoy seguro de que para mis padres fue igual). Llegamos a esa pequeña ciudad, no tan urbanizada como la capital, pero aun así significó un gran cambio para mi forma de vivir.

En el bosque, yo podía pasar todo el día en mi forma animal, cazar uno que otro animal y, no sé, tener una conexión diferente con mi lado "salvaje". Con el tiempo, me fui dando cuenta que en las ciudades la gente no acostumbraba a hacer estas cosas.

Eso es un tema aparte. No había dejado de llorar al llegar a nuestro destino. Incluso cuando llegamos a nuestra nueva casa, incluso cuando nos presentamos a los demás vecinos. Hasta que lo vi a él.
Su madre nos recibió con una cálida bienvenida; al parecer, ella también había tenido que dejar a su manada cuando su pequeño cachorro (Lee Jeno) nació. No tardó en ofrecer la ayuda que tanto necesitaban mis padres. Mientras charlaban, me acerqué a él, que jugaba con un aparato tan extraño con luces y movimientos rápidos que me hizo olvidar  la razón por la que me acerqué al niño.

—¿Qué es eso?—pregunté con toda la inocencia del mundo. Él dejó a un lado esa cosa y me miró incrédulo. No entendía por qué me veía así, ¿había dicho algo malo—¿Qué?

—¿No sabes qué es un videojuego?—preguntó muy indignado. Negué con la cabeza, indiferente a todas las emociones que el chico experimentaba.—¡Dios mío! ¿De dónde vienes?

Me sentí algo ofendido, estaba seguro de que si le preguntaba al chico si sabía lo que era jugar en el lodo, aullarle a la luna o matar a un ratón él tampoco tendría nada que responder. Supongo que fue algún gesto que hice, pues el chico se avergonzó de lo que dijo.

—Lo siento, fui un poco rudo.

—Está bien, creo que lo entiendo.

Su madre llegó hasta donde estábamos, agachándose a nuestra altura.—Jeno, ¿recuerdas cuando te conté que tu padre y yo veníamos de un lugar del bosque?—Jeno asintió, yo estaba muy entretenido en la plática.—Ellos vienen del mismo lugar, espero que puedas ayudar a Jaemin con lo que sea si no puede entenderlo, ¿sí?

El niño asintió. Yo me perdí en la parte en donde decía que veníamos del mismo lugar. Me acerqué a Jeno y aspiré su aroma.

—¡Hueles igual que yo!—grité eufórico. No me alejé hasta que Jeno me olió igualmente, sus ojos parecieron brillar al confirmar mi respuesta.

No voy a mentir, me sentía la persona más feliz del mundo al saber que había alguien de mi familia en este nuevo mundo. Su olor era tenue ya que estaba mezclado con los aromas de la ciudad; sin embargo, ahí estaba: el aroma a cedro que caracterizaba a los lobos de mi manada.

—¡Puedes convertirte en un lobo, lo tienes en la sangre!—no sé si me expliqué bien, ya que Jeno me miró como a un loco. Mi punto era que, si él también era del bosque, él debería saber cómo transformarse en un lobito como yo.

—No cariño, Jeno no sabe transformarse—su madre acarició su pelo, dedicándole una sonrisa.—Pero si quiere, alguna vez puedes enseñarle.

Miré a Jeno con toda la alegría del mundo; en cambio, él me miraba muy confundido, aun así, me sonrió. No sólo con sus labios, sus ojos también lo hicieron. Mi pequeño yo tomó ese gesto como si el niño se sintiera igual de emocionado que yo.




Mi destino, no somos el uno para el otroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora