CAPITULO UNO

565 16 18
                                    

              ¿Cómo partir contando está historia ahora que volví a la casa de Ágata, lugar del cual nunca debí haber salido?
                Desde el principio o como salga, da lo mismo. No soy escritora ni nunca me las di de tal y últimamente el tiempo hace lo que quiere conmigo. ¿Por qué yo no puedo hacer lo mismo con el?
                Acabo de darme cuenta que mí familia me toma por loca y perdedora ahora que estoy sin ninguna clase de compañía masculina nuevamente. Yo les dije que no, que nada más con los hombres, en ese último almuerzo familiar que hubo en la casa de papá antes de que decretaran la famosa cuarentena obligatoria acá en Santiago por culpa del Covid. Mí hermana intentó recordarme lo puta que fui durante ese tiempo antes de conocer al susodicho, con el fin de hacerme desistir en mí decisión, onda que no iba a lograrlo porque no se podía, menos aún considerando mí adolescente vocación de promiscua. Mí hermana quería arreglarme una cita con Pablo, un amigo de infancia que se acaba de separar y que siempre ha estado enamorado de mí. Dije que no, por supuesto. Mí hermana no comprendía mí feminismo radical; para ella era solo un club de minas feas o gordas rechazadas, pibas que usaban la causa como excusa considerando que jamás iban a tener posibilidad alguna con un hombre. Cuando supe que sus intenciones eran buscarme a alguien solo para que me mantuviese económicamente la mandé a la mierda y ella me respondió que yo era una perra maniática que estaba cagada de la cabeza, onda que no podía pensar así, que mal que mal, Ágata, lejos la mejor amiga de la historia universal, no tenía ninguna obligación de hacerse cargo de mí y de Santi. Le declaré la guerra ese día y no pienso volver a hablarle y por suerte la pandemia ha colaborado bastante con aquel noble propósito.
                Siempre nos critican a nosotras las feministas por odiar a los hombres. Yo no estaba de acuerdo con esa afirmación en un principio pero debo reconocer que tras el último tiempo me anduve excediendo en eso y que al fin y al cabo no tiene nada de malo; nuestros abuelos, padres y hermanos eran la misma mierda acomodada y opresora, común denominador de siglos y siglos de un grotesco e infinito patriarcado.
               La verdad es que me daba lo mismo las reacciones que generaban mis creencias en mí familia porque todo tiene una causa mucho más importante según yo y creo que no me equivoqué. Si a eso le sumo que me importa una mierda lo que los demás piensen respecto a eso de que estoy loca por no seguir los patrones convencionales me doy cuenta que el problema no soy yo sino que ellos, ya que como mujer voy a estar siempre expuesta a esos prejuicios y a muchas otras cosas más, al igual que mis compañeras.
               Todo comenzó cuando terminé con el Susodicho, o más bien terminó, tal vez suene mejor así. Lo peor que hice fue creer que podía llegar a hacerlo cambiar y que se adaptaría a una vida de pareja como todo el mundo y que iba a abandonar su vida de músico callejero por mí y por nuestro hijo. Craso error; Es una regla no esperar nada de un hombre y aquí están las consecuencias de no haberla acatado. Me arrepiento tanto de ello porque fue un asqueroso derroche de autoestima, tan así que me da vergüenza ajena recordar  ponerme un incómodo vestido con escote solo con el fin de provocarlo a el, pero el huevón jamás anduvo a la altura de todo lo que le entregué porque la verdad es que, bajo mi punto de vista, fue realmente una basura conmigo. Debo reconocer que el odio viene desde antes, cuando me dejó preñada tras dos años de noviazgo. El no sabía que me había quitado la libertad tras esa felicidad que le provocó la noticia de ser padre y por eso tanto rencor; jamás se lo perdoné.
               En la poca familia que le queda deben odiarme. Se enojaron bastante porque no quise hacer el famoso Baby shower. Me detestaron aún más cuando la última vez que los ví prácticamente les grité en la cara  que la maternidad era algo asquerosamente repugnante.
               Pero aquí estoy, asumiendo la responsabilidad de mis actos. Por más que lo intente, no tengo muchas posibilidades de nadar contra la corriente aspirando a un éxito rotundo.
               Volviendo al susodicho; pretendo olvidarlo a tal punto que ni siquiera quiero mencionar su nombre para contar esta historia. Me encantaría que no fuese el padre de Santi pero llegar hasta ese punto es imposible; supongo que cuando levanten la cuarentena tendré que seguir viéndolo frecuentemente y pensar en eso me hace mal. No es que haya estado especialmente romanticona y resentida y nostálgica durante estos asquerosas últimas semanas tampoco (Más bien todo lo contrario). No, no se trata de eso. Digo olvidarlo porque me sentí muy imbécil tras estar notablemente consciente que tuve que soportarlo durante mucho más tiempo prácticamente porque no le quise poner freno a la situación debido al famoso que dirán.
                El susodicho sabía de mis valores cuando me conoció: "Feminista", como decía el, con ese tono de voz bien grave que me derretía en un principio, pero que al final terminé odiando. Dijo que me iba a aceptar tal como era: "Eres lejos la mina más inteligente que he conocido. Te amo". Nunca supe si realmente lo dijo en serio o solo era una treta para llevarme a la cama esa misma noche en la habitación de mala muerte que le arrendaba la mismísima puta de mi hermana mayor en la comuna de La Cisterna. El tema es que logró su objetivo y me enamoré de él, ya que lo encontraba lindo, talentoso e inteligente, además de que le gustaba cocinar. Yo era cocinera también y disfrutábamos mucho esa afición en común.
                Pero como dicen por ahí todo se acaba. ¿Por qué se terminó nuestra relación si nos queríamos tanto? Al menos yo ya no estaba dispuesta a tolerae más de eso que las mujeres tenemos la obligación de soportar simplemente por el hecho de ser mujeres.

El susodicho ®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora