Paulina y María José estaban sentadas en el sofá tomando una copa de vino mientras Bruno hacía una vídeo llamada con Rosita en su habitación. A raíz de la tristeza y del aburrimiento provocados por el confinamiento, cada noche la pareja inventaba actividades para distraerse. Cuando querían pensar — en dosis contadas; lo de reflexionar demasiado dependiendo del tema no era lo mejor para la salud mental — miraban series y películas o leían algo juntas. Casi siempre perdían media hora eligiendo qué iban a ver en el caso de las series y películas, pero en cuarentena lo que antes sería una pérdida de tiempo se convertía en ganado puesto que conseguía dejarlas ocupadas con algo, por más insignificante que fuese. Ya cuando querían desligarse un poco y hacer tareas más "activas", cocinaban nuevas o viejas recetas o jugaban a algún juego con su hijo — cuando este no estaba harto de la convivencia diaria con sus dos madres. Pero al fin casi siempre caían en las manualidades ya que habían comprobado con algunos meses de estar encerradas en casa que estas eran las más eficaces en disminuir sus ansiedades. Paulina se veía especialmente entretenida por ellas, pasaba horas haciendo sus artesanías. Una de las cosas que más le gustaba hacer era pintar flores en cajas de madera, sobre todo las rosas, probablemente porque en esos momentos recordaba a su mamá. Al terminar sus aventuras semanales por el mundo de las artes, mostraba lo que había hecho a la abogada para que esta le diera un parecer, pues confiaba en su buen gusto y quería ver el brillo de sus ojos verdes y la media sonrisa que esbozaba cuando le gustaba algo. Eran esas pequeñas cosas que lograban darle vida en un tiempo de horas largas, temores y muertes.
Sin embargo, esa noche Paulina y María José huyeron de sus regulares actividades. Esa noche no querían distraerse. Quedaron apenas mirándose y bebiendo mientras escuchaban una y otra vez las risas del hijo desde su dormitorio. Parecía mentira que el bebé que ayer traían por primera vez a casa, el que lloraba si se separaba del pecho de su mamá e impedía que la pareja estuviera mucho tiempo a solas, ahora prefería estar solo – con su novia.
– Estamos quedando viejas, María José – dijo Paulina soltando una pequeña risa y tomando un trago del vino.
– ¿Y esto te pone triste? – María José indagaba columpiando un poco su taza para luego llevarla a los labios.
– Supongo que no, sólo me resulta raro... Creo que uno solo se da cuenta de que el tiempo pasa cuando ve que sus hijos ya están grandes porque para mí no es como si hubiera pasado tanto tiempo así... Siento como si hace poco fuéramos nosotras la joven pareja.
– Pero nosotras no iniciamos nuestra relación en medio de una pandemia... – María José sonreía al recordar el comienzo de todo. Era cierto que aún no se sentía totalmente ella, sin embargo, el amor que tenía a Paulina era verdadero. Quizás la cosa más verdadera que tenía en aquel entonces.
– Sí. Pobre Brunito. Si fuera en nuestra época el estaría "bailando, bailando" (cantaba un trozo de la canción del grupo de Bruno) en alguna discoteca – María José carcajeó ante el comentario de su esposa, le encantaba cuando se ponía chistosa y toda vez que lo hacía comprobaba su teoría personal de que la lentitud para hablar que la caracterizaba era proporcional a su rapidez de pensamiento. Todavía se acordaba de aquel primer contacto con su voz, cómo olvidarlo. Al principio le pareció extraño, "¿Le pasa algo?", "¿Por qué habla así?, fueron cosas que pasaron por su cabeza, pero bastaron unos minutos más y ya estaba enamorada de su modo peculiar de decir las cosas. Además, después de casadas, se percató de que ciertas cosas solo podía decir ella justamente porque hablaba de esa forma.
– ¡Ay, quédate ahí que voy a traerte una cosa! – María José se sorprendió por la animación repentina de Paulina mientras ella dejaba su taza sobre la mesa de centro e iba a por algo en su dormitorio.
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Mírame Bien
RomanceOne-shots Majolina que buscan explorar momentos de su presente, pasado y futuro.