Sabor a mí

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¿Cuántas veces podría equivocarse en la vida? ¿Cuántas veces podría perder las cosas que más amaba y por si fuera poco, volver a perderlas? Por descuido, por tonterías, por creerlas ciertas e inmutables cuando ella misma sabía que las flores sólo crecen si las riegas. Esas eran las cosas que paseaban insistentemente por la cabeza de Paulina de la Mora, quien recientemente había salido de la cárcel.

Vete, Paulina. Corre. Ve por ellos. Este es el momento en que tienes que salir corriendo, hija. No te quedes sola. Vete.

Fueron las últimas palabras de su madre. Había tardado tanto tiempo en entenderlas. Tanto. En verdad aún no sabía si las había entendido perfectamente. Y ni siquiera podría preguntarle cómo entenderlas. Su madre se había muerto. Sola. Como ella se encontraba ahora. Sola en medio a una casa inmensa, lo que hacía que se sintiera minúscula: para vivir en esa casa y para lidiar con los problemas que no dejaban de atormentarla.

En esos momentos quería volver al pasado – actitud que era una constante en su trayectoria de vida – y hacer todo distinto. Pero no podía. ¿Y si pudiera, habría hecho todo de manera diferente? ¿Hubiera tenido la capacidad de vivir de otra forma? Tampoco sabía cómo reconstruir el presente. Para ella siempre había sido difícil aceptar las pérdidas y renacer de ellas. Aventar los ceniceros y después recogerlos. Sentía como si existiera apenas un camino correcto – del cual ya se había desviado hace mucho tiempo. ¿Qué hacer? Sólo tenía fuerzas para gritar en el baño mientras tomaba una ducha. Como si el agua que escurría en su cuerpo pudiera limpiarla, sanarla, indicarle el camino correcto. Pero para su desgracia eso no era posible. Era ella quién debería tomar decisiones. Y no sabía cómo. Pero tenía que demostrar a los demás que sí, sabía, porque el miedo a que la vieran tan vulnerable era mayor que su miedo a actuar, a decidir. Por eso gritaba en el baño. Solamente se permitía gritar ahí porque en esta parte más alejada de la casa la escucharían menos. ¿A quién quería engañar? No la escucharían. En el fondo quería pensar que la escucharían. En realidad, siempre fue ella quién escuchó a los demás en su familia. ¿Por qué? ¿Para qué? Ahora estaba sola, como siempre. Su padre y su hermano ni siquiera se habían dignado a hacerle visitas en la cárcel. Elena estaba en coma... No quería admitirlo, pero se sentía más acompañada por el Cacas, por Jenny Quetzal, que por ellos. Daba pena. Se sentía más acompañada por gente que encontraba por la vida que por su familia consanguínea (que en parte tampoco era consanguínea). Tal vez los de la Mora creyeran que ella podía y quería arreglar todo sola. Pero no, no podía. En el fondo sabía que no podía. Tampoco se atrevía a decir que no podía. Se sentía débil. Y había batallado tanto por no serlo. O por, al menos, no aparentarlo.

Ese es tu problema, Paulina. Y la razón por la que lo nuestro se terminó muchísimo antes de que yo decidiera cambiarme de sexo.

Sólo con una persona era capaz de mostrarse de esa manera. Y tal vez hubiera perdido esa persona para siempre. María José andaba distante desde que ella había salido de la cárcel. Pensó que sería más fácil estar con ella nuevamente. Estaba haciendo su mejor esfuerzo para que esto sucediera. Pero esta vez no, la rubia se había vuelto fría. Ya no le sujetaría las manos. Justificable. Su comportamiento con ella en los últimos meses no había sido de los mejores. Paulina sabía que la amaba. ¿Pero por qué era tan difícil vivir eso? ¿Por qué siempre tenía que poner su vida, y la relación que en el pasado empezaban a reconstruir, en segundo plano? ¿Por qué sus sueños se basaban en los sueños de otras personas y no en los suyos?

Siempre tienes que cuidar de todo el mundo. Siempre tienes que solucionar todos los problemas. Y cuando alguien te ofrece su ayuda...te escudas. Eres incapaz de reconocerte vulnerable. Incapaz.

María José tenía razón. Ahora comprendía. Era incapaz de reconocerse vulnerable y vivir su propia vida. Durante muchos años había culpado a la española por su divorcio. Decía que todo se debía a su cambio de identidad porque era más fácil echar la culpa a los demás. Decir que ella era una de las responsables por el fin de su matrimonio implicaba en decir que ella no era tan perfecta, tan correcta, tan de la Mora. Y en aquel entonces no estaba dispuesta a asumirlo.

Mírame BienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora