Jesús era uno más de los que llegó durante los días donde yo no estaba.
Sonriente y confianzudo, un cabro de la pobla como tu o como yo. Me recordaba al Marcelo e inmediatamente imagine a su mamá como la señora Lucía, mi vecina. Que cada día donde el Marcelo estuvo preso, le rogaba al cielo volver a verlo.
El Jesús hablaba de las masmorras con mucha frialdad, se le veía en su cara el frío de la celda y en mi cabeza la cárcel gringa me hacía frente. Señorita ¿uste sabía que existe la máxima seguridad?, era como si me leyera la mente. Yo he estado en cana doce años, nos tiramos unos tiras- sonreí - ahí en la máxima es peluo, estay solo, como aquí, como todxs quejandoce en cuarenta. Pero más obligado ¿me entiende?.
Yo pase un terremoto ahí, le escapa eufórico el Pablo. Señorita uste se imagina lo que es pasar el terremoto del norte, en una celda de uno por uno, yo le prometí a diosito dejar hasta de fumar cigarro señorita.
¿Oye y estay aislado?
Sipo, pero uno se salva, exclama el Jesús. Uno ahí está como rey, si por algo caíste, no va a ser en vano. De afuera te arreglan... los gendarmes. ¿Los gendarmes? Me parecía a mi mamá: abriendo los ojos, cara de impacto en el rostro y recelo.
Sipo señorita, los gendarmes. Te llevan y te traen, celulares y drogas, cariños y desprecios.
El Jesús recordaba y su expresión cambiaba, el diálogo era eufórico, su cara de soledad y sus ojos de tristeza que a ratos se avivan tras relatar sus máximos logros, hasta hoy para él. Pitiarse un paco.
Me cuestionó entonces, cuantos cabros crecimos esperando que este sea nuestro máximo logro. Vamos a matar un paco, le cuenta un personaje iconico de mi vida, a su hijo pequeño. Y esque crecimos con un sentimiento: odiar a la yuta. Odiarla por la clase, por el desclase, por violentos y maricones, por cómplices y perpetuadores indolentes de la injusticia. Y esque cuando te falta el té y la mantequilla para el pan, a mitad de una pandemia mundial, ver un paco en la calle es incitación al odio.
El Jesús, veinte años más grande que yo lo tenía super claro. Y el Pablo. Y yo, pasando la noche en un calabozo a doscientos kilómetros de mi casa.
Y esque la cárcel es para los pobres.
El sistema la concluye, como su más preciado tesoro. Imaginate la rebeldía escapara de las cloacas.
El Jesús salió tres horas a buscar su carnet al registro civil, partió desde el albergue donde vive durante el invierno. Ya sabrás que en esta ciudad los ex reos no son bien vistos y mucho menos tienen oportunidades laborales, por algo le piden a usted el papel de antecedentes ¿o no?. En San Pablo con Matucana lo pararon los milicos, le pidieron su carnet y le consultaron los datos. Con rut en mano y por no tener su cédula de identidad lo apresaron por desacato a la ordenanza provincial de cuarentena. Llegó al albergue al otro día, la ropa rota y gaseado entero, manchas de sangre en la polera.
Dos mil veinte y el relato de la noche de tortura me causaba escalofríos. Me traslado en el tiempo a las historias de mi abuela, de una dictadura reviviente, indolente, injusta y silenciosa.