Parecía un cuento de hadas hecho realidad. Hacía sólo tres meses, tenía que trabajar duramente en San Francisco para poder llegar a fin de mes. Desde hacía una hora, tras su boda con el barón Diamante Black, se había convertido en toda una baronesa.
Serena Tsukino miró a su marido, que conversaba animadamente con una copa de champán en la mano, rodeado de un grupo de mujeres jóvenes en aquel espléndido salón de su castillo, en el norte de Suecia. Estaba muy atractivo con su elegante esmoquin y su cabello rubio casi blanco.
Y ella era su esposa. Tenía motivos de sobra para sentirse feliz. Sin embargo, contemplando a Diamante, sintió una especie de desazón.
-Una boda maravillosa, señora baronesa -le dijo su padre con una sonrisa-. Pero te veo un poco desmejorada estos últimos días, hija mía. ¿Has estado enferma o algo así?
-Es su noche de bodas, tonto -replicó la madre-. ¡Nuestra hija está maravillosa!
-¡Pero si está en los huesos! -dijo él mirándola de arriba abajo.
-Yo también me puse a régimen cuando nos casamos, para que me sentara mejor el vestido de novia. Pero, claro, eso fue antes de que tuviera a nuestros cinco hijos -dijo la madre con nostalgia-. Y por el amor de Dios, Kenji, déjala que presuma de buen tipo, ya tendrá tiempo de ponerse gorda -añadió pasándole afectuosamente la mano por la cara.
Pero Serena ni siquiera sonrió a su madre como era habitual en ella. Tampoco le dijo que no había hecho nada para tratar de adelgazar. Se limitó simplemente a recordar los continuos halagos de Diamante. Él la encontraba siempre perfecta en todos los sentidos.
Pensó que su inquietud sería debida a los nervios de la boda. Pero se sentía cada vez más mareada. ¿Sería porque no había comido nada desde el día anterior? ¿O tal vez porque le apretaba demasiado el vestido de novia?
Debía sentirse tan feliz y dichosa como la Cenicienta, toda de blanco y con su rutilante diadema de brillantes sobre el largo velo de encaje. Pero se sentía fuera de lugar en aquel castillo.
Ikuko, su madre, tenía muy buen ojo con sus hijos, no se le escapaba una. Pronto comenzaría a hacerle preguntas y ella no sabría qué responderle.
Dejó su copa sobre la bandeja del camarero que pasaba en ese momento.
-Voy a salir a tomar un poco de aire fresco.
-Te acompañamos.
-No, por favor. Será sólo un minuto. Necesito estar sola...
Se volvió y salió del salón. Caminó a través de los largos y desiertos corredores del castillo hasta llegar a la gran puerta medieval. Era una noche fría de invierno. Cerró la puerta de golpe tras de sí, produciendo un sonido cuyo eco retumbó a lo largo y ancho de los fantasmales jardines nevados del castillo.
Cerró los ojos e inspiró profundamente. Sintió el aire gélido de febrero en los pulmones.
Sí, estaba ya casada, pero... Siempre había pensado que sentiría... otra cosa.
A sus veinte y nueve años, había empezado a despertar la compasión de sus amigas y de sus hermanos que estaban ya todos casados salvo su hermano menor. Le decían a menudo que era demasiado exigente, que a qué estaba esperando, que si todavía creía en el Príncipe Azul. Pero ella se había mantenido firme, sin querer conformarse con el primer pretendiente que le saliese. Había querido esperar hasta encontrar su gran amor.
Diamante había aparecido un buen día en el restaurante de San Francisco donde ella trabajaba en el turno de mañana. Se había sentado a la barra y había pedido el desayuno especial.
ESTÁS LEYENDO
La novia raptada
FanfictionSi alguno de los presentes conoce alguna razón por la que este matrimonio no deba seguir adelante, que calle ahora o… Darién Chiba no se iba a limitar a protestar por la boda de Serena. Iba a secuestrar a la hermosa novia para llevarla a su isla pri...